Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber
Ni el mas claro proceder
Ni el más ancho pensamiento
De “volver a los diecisiete, después de vivir un siglo” (Violeta Parra)
Por Fernando Villagrán
La multitud que despidió a Mónica Echeverría en la abarrotada iglesia del Campus Oriente de la Universidad Católica pudo sentir la prolongación de aquellas emociones que ella regaló en su centenaria existencia, con virtud y talento incomparables para sorprender, muchas veces con incomodidad de algunos interpelados por su aguda pluma.
Sería pretencioso agregar contenido más esencial y profundo que lo escuchado en voz de su hija menor Consuelo Castillo. Ayer al amanecer cantó el gallo. Era el gallo Kikirico, anunciando que partía la hormiguita cantora, quien sabe a qué amanecer (…) Ella Perdió, pero no abandonó la vida. Era tan ágil y flexible en sus pensamientos que le exigió a la vida toda su máxima potencia (…) Su manera de ser, irreverente, desobediente, su espíritu crítico y su placer de escuchar e inventar para todos destinos romanescos, su ira frente a la injusticia y su pasión desatada por un mundo de belleza, con su grado de locura, reino de la imaginación y el afecto, permanecerá en su obra, en nuestras vivencias, memoria viva y movediza (…)fueron algunos entre tantos asertos acerca de la vida y legado de Mónica, también destacado por el rector Ignacio Sánchez.
En la introducción de estas líneas escogí aquel fragmento de Violeta Parra por su pertinencia al momento de despedir con un hasta siempre a Mónica. Ella, entre su contundente obra literaria – además fue dramaturga, estuvo en los orígenes del teatro Ictus y del Centro Cultural Estación Mapocho – asumió en primera persona a Violeta (“Yo Violeta”).
Desde “Anti- historia de un luchador”, contundente biografía de Clotario Blest, fue extendiendo una creación marcada por su aplicada indagación y una pluma que no conoció de autocensuras, relevando acontecimientos y personajes en lo que se fue transformando en un preciado legado. “Crónicas vedadas/Radiografía de una elite impune”; “Háganme callar”; “Agonía de una irreverente”; “Krassnoff, arrastrado por su destino”; “Cara y Sello de una Dinastía”, son algunos de los títulos que transparentan esa escritura indomable, certera y cautivante que nos deja Mónica.
Mujer de vanguardia, sorprendió con su bello rostro final y el parche en el ojo, en una señal inequívoca de sus opciones de compromiso con la vida y el futuro. En tiempos de “LasTesis” y la movilización social irruptora contra un orden agotado y en retirada, Mónica era de las bienvenidas.
Soy un agradecido de haberla conocido, compartido conversaciones en la familiar casa de La Reina y en la costa de Cau Cau, junto a su entrañable compañero de vida Fernando Castillo Velasco. Nunca me sentí un intruso porque ellos acogían y resultaba placentero ver compartir a esa pareja con marcados talentos, ciertamente distintos pero potenciados en su interacción.
También soy un agradecido de las conversaciones sobre su creación narrativa en el programa de televisión Off The Record, desde mediados del siglo pasado. La última vez que nos comunicamos fue un intento torpe de mi parte, un llamado telefónico en que descubrí los efectos del accidente que había sufrido. Mi intención era devolverle la mano que me brindó cuando yo experimenté algo similar. Igual sé que me escuchó decir que la quería mucho.
Hasta siempre Mónica Echeverría.