La estética y la filosofía de la vida, del organismo, de los seres humanos y el espíritu son una sola. Son parte de una ética de la contemplación y la libertad. Parte de “una ética del respeto, la renuncia y la humildad” frente a la naturaleza y las personas.
Conforman un “principio de la vida y de la responsabilidad”, como indicó Hans Jonas. Son parte de un imperativo categórico ético lanzado hacia una preocupación responsable (anterior a la economía y a la ciencia), por el bien estar y el bien ser de todos los seres que habitan y habitarán mañana este planeta.
“El gran libro, siempre abierto y que tenemos que hacer un esfuerzo para leer, es el de la Naturaleza, y los otros libros se toman a partir de él, y en ellos se encuentran los errores y las malas interpretaciones de los hombres” (Antonio Gaudí).
El atardecer mediterráneo barcelonés se llena de colores en la bulliciosa ciudad. Sombras vivas y ondas luminosas se retuercen entre las personas, evitando que una pisada dolorosa- crepuscular y corpuscular-, genere un daño irrecuperable.
Un anciano pequeño, de barba y pelo blanco algo amarillento y desaliñado, camina como siempre, lento y cabizbajo. Diariamente arrastra sus desgastados pantalones, oscuros y deshilachados hacia el trabajo. Desde hace algunos años atrás, es lo único que le da sentido a su vida.
Con sus ojos azules de color cielo, ligeramente entrecerrados, siente con mucha frecuencia -y muy a su pesar-, que de pronto el vacío y la soledad se adueñan de él. Entonces, su rostro se llena de lágrimas que parecen recubiertas con fragmentos irregulares de lozas con distintas tonalidades de colores ambarinos.
Temeroso, vuelve su cabeza para lograr divisar apenas a los dragones de metal oscuro forjado y retorcido, junto a las salamandras de escamas verdes y matices púrpuras que lo siguen. Son, sin lugar a duda, agentes del demonio destinados a obstaculizar su misión divina.
Pero Él lo protege.
Todas las personas a las que había querido, especialmente su padre y Josefa-su amor frustrado-, ya están muertas. Sólo su Maestro creador, lo acompaña. Está seguro de que nunca no lo abandonará.
Le ha prometido que en algún momento caminarán juntos en el infinito, y esto lo anima a seguir con lo que considera su sagrada misión en la vida terrenal.
Las magníficas torres con formas de ciprés-el árbol sagrado-, que ya ha construido, tienen ciertamente el resplandor de los ojos de Dios.
Él le habla a diario. Siente sus cariñosas manos mientras lo dirige en la forja de la pesada materia en su camino hacia la naturaleza mientras se hace leve llena del espíritu.
A veces no puede evitar una ligera sonrisa al recordar su divino permiso para coronar algunas cruces con esferas coloridas, que no son más que formas de hongos alucinógenos que consumió en su juventud. Es una broma que sólo los dos comparten. Alucinan juntos.
La luz es su universo. Está seguro de que es el bien, en su eterna lucha contra el mal. Se cobija en los pliegues de la palabra de Dios. Austero, vive, duerme y trabaja en el mismo lugar. Su hogar catedral.
Esta vez, apura el paso para alcanzar a escuchar su última revelación. El tiempo final de su obra.
Una cuadra antes de la esquina de siempre, en medio de su camino lleno de adoquines sucios y a metros del templo, un carro se mueve quejumbroso vomitando herrumbre.
Al girar en la esquina, enceguecido por la luz, el conductor no alcanza a verlo y lo impacta de lleno.
La sangre y la oscuridad del mendigo llenan la calle de gente y de comentarios secretos. En sus bolsillos sólo encuentran un evangelio y un puñado de pasas. Sin reconocerlo, fue llevado a un hospital público para indigentes.
En 1926, dos días después, en Barcelona, bajo rosarios negros y una estampa de la Virgen, moría como un pobre y marginado el famosos arquitecto Antonio Gaudí i Cornet, sin terminar las 18 torres que tendría su obra maestra, “La Sagrada Familia”.
El último constructor de catedrales, el enemigo de las líneas rectas y frías, amante de las formas orgánicas y onduladas, de las espirales y de la geometría fractal de una naturaleza llena de complejidad, comenzaba su camino de pudrición terrenal.
Artista de la locura mística y sagrada que forjaba el espíritu oculto en la piedra viva para la gloria infinita del misterio de Dios, había logrado algo extraordinario, pero que aún persiste inconcluso: Ser él mismo su obra de arte y, que la obra sea él mismo a la vez en una extraña síntesis eterna y absoluta.
Hoy es la única persona enterrada en la “La sagrada Familia”, que se estima, será terminada con sus 18 torres originales, el año 2026.
Quienes entren a ella, y miren sus magníficas formas iluminadas por la luz y las estrellas, llenas de vitrales multicolores y coronadas por las espléndidas cúpulas del techo de 170 metros de altura frente a una imponente imagen de Cristo, caminarán encarnados en el “Arquitecto de Dios” de la materia y la naturaleza, y también en la de su Maestro divino.
Un solo todo de eternidad.
Punto de fuga hacia el infinito.
(En proceso de beatificación).