Muletillas. Por Fernando Jerez

por La Nueva Mirada

Desde hace tiempo las muletillas, esas voces tópicas, usadas de forma reprochable por los periodistas que hablan en TV y otros medios, colman la paciencia del oyente. El uso irreflexivo, por ejemplo, del fastidioso cierto, fue adoptado rápidamente en especial por los miembros de la policía, a quienes hemos oído pronunciarlo sin necesidad, a modo de relleno o comodín. Para desgracia de los oídos, también ha contaminado el habla de muchos periodistas y estos han transferido el hábito de forma inconsciente a su público. En la misma camada de sonoridades irreflexivas intercaladas en las frases, podemos incluir los molestos digamos, y ¿verdad?

Al exministro Mañalich debemos reconocerle como legado la muletilla en ese sentido, expresión repetida después sin freno por políticos, religiosos, y por muchos profesionales de las comunicaciones y activistas de diversa índole. La mecanicidad, el robotismo, ganan terreno como un intolerable y maldito nuevo virus del lenguaje. No se trata de adherir a purismos lingüísticos, estas reflexiones más bien tienden a manifestar la monotonía sonora que produce la repetición ilógica de ciertos clisés. Una periodista que despacha noticias para un canal de TV cada tres o cuatro palabras pronuncia la expresión entonces: la gente cansada de esperar entonces en largas filas que la atendieran entonces empezó a protestar entonces.

Pero también hay muletillas gestuales, y visuales, tics y estereotipos impuestos sobre todo por la publicidad. Podemos ver en otro canal a un pronosticador del tiempo, que día tras día mientras habla acciona los brazos y las manos siempre de la misma forma, como si fuese una construcción de alambres y tuercas bien aceitadas, un verdadero muñeco desvinculado de lo que dice.

Criticadas con razón por occidente han sido las muletillas visuales y gestuales relacionadas con las imágenes y estatuas de la familia gobernante en Corea del Norte, ante las cuales los ciudadanos de es país deben rendir culto con pronunciados quiebres de cintura dondequiera se topen con tales réplicas.

¿O poner ahí unos versos de Neruda, Gabriel Mistral, Vicente Huidobro, de Enrique Lihn, o de Nicanor y Violeta Parra, alternando de vez en cuando con otros nombres, para que no parezcan muletillas literarias?

En esta bendita democracia chilena, gustosa de compararse con países virtuosos, y tan incisiva con los no tantos, asombra que nadie hubiese alzado la voz en contra de esa muletilla visual, insensata desde todo punto de vista, de exhibir el retrato del presidente de turno en todas las oficinas donde se encuentre un funcionario del estado. A esta exagerada rutina uno le encuentra un parecido —lejano, por supuesto, como la geografía que nos separa— con Corea del Norte, aunque acá que yo sepa los servidores no tienen que orar ni hacer genuflexiones cuando posan su vista en las fotografías que plasman la hierática imagen del gobernante, pacientemente aderezada con técnicas de photoshop. No es fácil empatizar con muletillas visuales, con sonrisas y tics inamovibles, en suma, con miradas que aburren y cansan. ¿Por qué no colgar en los muros de la burocracia símbolos patrios que generen sentimientos de admiración y unidad? ¿O poner ahí unos versos de Neruda, Gabriel Mistral, Vicente Huidobro, de Enrique Lihn, o de Nicanor y Violeta Parra, alternando de vez en cuando con otros nombres, para que no parezcan muletillas literarias?

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1 comment

Carmen Castro Montenegro julio 30, 2020 - 4:00 pm

Un acierto los comentarios acerca de los pocos recursos lingüísticos empleados en medios de comunicación. Una precarizacion que va a la par con la escasa información.

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