¿Nacidos para matar? Por Sergio Canals Lambarri Psiquiatra.

por La Nueva Mirada

Sangre y lágrimas en el país de la esperada vacunación constitucional. Donde la economía de mercado, neoliberal, sigue muy por encima del valor de la vida. En el país de las tomas, los campamentos, de los pobres y marginados, mueren dos niños y una niña. Uno, aún no tiene causas claras en el momento de ser escrito.


Se abren casinos, cines, y se presiona la apertura de los colegios con clases presenciales, denostando a la comunidad educadora como floja, y a sus dirigentes gremiales, de posturas sólo políticas, frente a sus demandas de seguridad ciertas y estrictamente necesarias, para lograr una reapertura educacional igualitaria y justa. Al segundo día de apertura, ya 5 colegios han cerrado por contagios. La inmunización de la comunidad educadora, comenzarán su real actividad inmunitaria plena, recién después de la segunda dosis. No en este momento. El Colegio de Profesores declara que en caso de “cualquier contagio o muerte, la responsabilidad es del Gobierno”.

El país del rebrote pandémico y UTIS saturadas. Con un “plan otoño”, que nació contagiado y en la UCI por un poderoso plan de “contagio vacacional” y de reaperturas comerciales irresponsables del verano.

El país de los 4.000 contagios y de los 90 muertos promedio, diarios.

El país de la violenta guerrilla irregular y de las demandas legítimas mapuches en la Araucanía, sin visos de solución.

El país de la “nueva delincuencia” joven. (El delito rápido e impulsivo sin medir consecuencias, “les entrega una identidad (negativa) y sentido para sus vidas”. Descartados, “prefieren ser MALOS, a NO SER ALGUIEN”). Delinquen en medio de una sensación “adrenalínica, de poder y dominio”, amplificada por el arma y un ruidoso disparo. (Citas muy certeras del Doctor en Comportamiento Criminal, Mauricio Valdivia).

“Nacidos para matar”.

Notable título de la magnífica película de Stanley Kubrick.

El hombre mata al otro. Con poderosos centros neurobiológicos depredadores.

A veces, un modo existencial.

La violencia y su punto de fuga eterno, la muerte.

ASESINAR A LOS NIÑOS.

Un remolino de papel amarillo, gira sin detenerse.

Tomás de 3 años muere en un silencio aterrador. Miraba sin dolor con la tristeza áspera y profunda de una canción de Nick Cave.

Miró por última vez, con ojos llenos de infinitos lejanos, y solo como todos nosotros, solamente murió.

Murió sin rostro, para un supuesto victimario.

Un remolino de papel rojo, gira sin detenerse.

El rostro del hombre. Rostro, que según el filósofo del “humanismo del otro hombre”, invita indefenso e inocente, tanto a amar, como a la posibilidad misma de matar.

Pero, si en esta contemplación del otro, -que no dudó en llamarla “una epifanía”- se está atento a la voz de lo absoluto que anida antes y más allá del rostro, es posible escuchar sólo dos frases primordiales: “No matarás”. “Eres el guardián amoroso, responsable y primero de tu hermano, de tu prójimo”. (Lo escribiré hasta el cansancio).

Un remolino de papel blanco, gira sin detenerse.

El matar o violentar a un niño, necesita de una torsión perversa y radical de la humanidad.

¿Qué habría sentido en ese momento un victimario, hoy puesto en duda?

¿Nada? ¿Placer?

Mientras, la vida se desgarra de dolor en una barbarie, convertida en un espectáculo ya vacío. Se disuelve en la nada sin vestigios de humanidad.

¿Sentiría hoy culpa, o arrepentimiento? ¿Remordimiento?

Si no fuese de esta manera, sería simplemente la presencia oscura del “EL HORROR, EL HORROR”.

¿El horror de lo inhumano o de lo abisalmente humano?

Los monstruos inhumanos, se agitan en las fronteras de lo humano. Se arrastran en su periferia. Acechan en las tinieblas misteriosas de un yo profundo e inconsciente.

Habitan en la guarida del desastre, donde no hay luz de las estrellas.

Un remolino de papel azul, gira sin detenerse.

¿Mutación mental?

¿Locura? ¿Enfermedad? ¿Placer?

La violencia homicida, como una condición fronteriza natural y cultural que habita de solo de forma humana, entre la muerte y el misterio.

“Los hombres (algunos) siempre han destruido y matado como si fuera natural”.

Que no sea la frase de despedida de Tomás, el pequeño doliente del sur.

Para el asesino, si existe, la justicia implacable.

Buenas noches, niño de la mirada triste.

Un remolino de papel negro se detiene.

Lejos de su pequeña tumba, pero a cientos de kilómetros y, en un tiempo que se detuvo a la par por otro instante de violencia y delincuencia, mueren asesinados un niño de 6 años en una balacera entre policías y maleantes y, una niña de 5 años cuando balean a la madre para quitarle su auto.

Nuevamente un dolor sorpresivo e inmenso.

Un elefante blanco camina por las calles en medio de un campo de lavandas.

Otra vez, Cave y su último disco “Carnage”.

Efectivamente, una “pequeña” y una “gran” carnicería.

Cuando los niños y niñas son asesinados, fragmentos de la humanidad completa son destruidos completamente de un solo martillazo inmisericorde.

Sólo polvo flotando sobre un agujero negro.

Vacas volando.

Remolinos rotos.

Y así el hombre mata, mata en los bosques, mata en el campo, mata en la ciudad.

Mata sobre la tierra, mata sobre el asfalto, mata sobre el mar.

Mata en la guerra, mata en tiempos de paz.

Mata por poder y en medio de la pequeña muerte.

Mata por el placer de matar.

¿Nacidos para matar?

“Angustia turbia y ácida, afilada como una navaja”.

Prefiero creer, que hemos nacido para AMAR, y (NO) para MATAR.

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2 comments

Verónica Vargas marzo 4, 2021 - 7:31 pm

Muy buen artículo

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Jorge Villarreal julio 23, 2021 - 9:09 pm

análisis que a mí parecer es trascendente puesto que es visto desde una postura humana usando las herramientas aprendidas del análisis , destacó el uso del amor humano antes de la racionalidad fría y objetiva del artículo , muchas gracias Doctor Sergio Canals

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