Los economistas de formación neoclásica nos aterrorizan con el populismo. De derecha o de izquierda, parece estar a la vuelta de la esquina.
Populismo es un término vago. Incluye todo lo que escapa de los marcos de la manera neoclásica de entender la economía. Los keynesianos son populistas, el gobierno chino es populista, Bolsonaro es populista. Quienes quieren un sistema de pensiones colectivo son populistas, lo son también los que quieren autorizar al Banco Central a financiar el déficit fiscal, los partidarios de un sistema de educación y de salud unificado, los que consideran que se debe subsidiar el transporte público… Para qué decir quienes quieren proteger ciertos sectores económicos, subsidiar otros, o impedir las inversiones extranjeras en algunas actividades.
Incluye todo lo que escapa de los marcos de la manera neoclásica de entender la economía.
Para el economista de corte neoclásico, el mercado es más grande. En todo. La libertad para invertir, ofrecer y comprar es garantía de eficiencia. Eliminar las fronteras comerciales y financieras al mundo global es fundamental para progresar y convertirnos en buenos para algo. La intervención discriminatoria del estado es anatema. Las decisiones de inversión de los capitalistas individuales deben decidir la orientación estratégica de la economía nacional. ¿Con qué derecho alguien puede tomar decisiones en nombre de todos? es el argumento que les parece decisivo. ¿No entienden la democracia? Al parecer, tampoco entienden al estado nacional como un centro de poder; que en el trasfondo está la nación a la que pertenecemos todos y todas. Para la escuela de economía neoclásica el estado existe exclusivamente para asegurar la libertad de las decisiones individuales. Nada más.
Revestidos de la convicción de que su saber es científico, tratan como charlatanería populista lo que no entienden. Están seguros de que salirse de los márgenes de su ciencia es muy peligroso: el mundo será tragado por la mediocridad. Desde Moisés y San Pablo no éramos advertidos tan tajantemente de que, sin su guía, estamos destinados al infierno.
Revestidos de la convicción de que su saber es científico, tratan como charlatanería populista lo que no entienden.
Después de las devastadoras crisis financieras mundiales y las insatisfacciones masivas producidas por el recetario neoclásico, no estaría de más un poco de humildad. Conozco pocas escuelas de ciencias naturales que den por sentado el grado de certeza que se permiten estos economistas “científicos”. Ellas más bien escuchan, se autocritican, examinan constantemente sus presupuestos y sus verdades históricamente cristalizadas. Nuestros neoclásicos creen saber demasiado. Hay que pedirles un poco de silencio reflexivo. Menos amenazas con consecuencias espeluznantes. Más disposición colaborativa para pensar nuevas posibilidades, nuevas maneras de entender el poder nacional y la economía en el mundo de poderes globales. El orden mundial de mercados, y normas financieras y comerciales se fue. En ese ánimo abierto, sus habilidades serán apreciadas.
Conozco pocas escuelas de ciencias naturales que den por sentado el grado de certeza que se permiten estos economistas “científicos”.
Llega la hora de desapegarse de las verdades y pensar de verdad.