No diré que te levantas de mal genio
a las once de la mañana y que me exiges
un par de huevos revueltos con tocino
antes de pronunciar una palabra cariñosa.
No diré que te bañas solo los días domingos
y te perfumas en exceso para hacer un show
en la iglesia católica de los padres franceses.
No diré que te gustan los jóvenes mulatos
que cargan las maletas en la estación de trenes
y que les sacas fotos sin su consentimiento.
No diré que a mediodía simulas que escribes
un poema en el bar de la esquina solamente
porque los anarquistas te aman con locura.
No diré que tienes un corazón caritativo producto
de la fe de tu abuela y que en las tardes te diriges
al orfanato para enseñarle a leer a las huérfanas.
Y que ya has adoptado este año a tres niñitas
para que no padezcan los sufrimientos de la soledad.
No diré que tus poemas son sublimes para no perjudicar
según el psicólogo mi pequeño ego patriarcal.
Y tampoco diré que eres una diosa cuando nos amamos
para espantar a todos los poetas de esta triste ciudad.
No diré nada de ti. Por Jorge Ragal
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