Estando en ánimos de reinvención radical, vale la pena recordar lo dicho por el poeta: “Sobrepasados y tardíos, nos lanzamos de repente a vientos y caemos en pantanos sin compasión”.
No todo depende de nosotros. Las consecuencias de nuestras acciones no son nunca las anticipadas. Tanto, que la palabra acción es sospechosa de pretender demasiado. De sujetos de la historia nos convertimos habitualmente en sus víctimas. Mi generación se propuso progreso ilimitado, fuentes de energía infinitas, socialismos, amplias libertades, iglesias renovadas, formas de convivencia por fin igualitarias y sin jerarquía en las redes. Y vivimos entre escombros, sueños frustrados, cerros sobre cerros de esqueletos y pandemias de patologías psicosociales. Sin embargo, nuestras ilusiones no ceden. Continuamos imaginando que está en nuestras manos diseñarlo todo. Hemos aprendido. ¡Esta vez sí!
De sujetos de la historia nos convertimos habitualmente en sus víctimas.
El sujeto de la cultura capitalista burguesa está vivito y coleando. Somos nosotros y nosotras. Es lo que hay. La vieja alma cristiana, recauchada por el Iluminismo. La hecha a imagen y semejanza de Dios, convertida en Dios de sí misma. El yo autónomo soberano, la mente racional, la subjetividad individual cargada de opiniones y verdades personales convertida en el sol del mundo. Nosotras y nosotros. Si bien no podemos asegurar completamente el resultado de nuestras acciones – el mundo tiene contingencias -, podemos, obviamente, estar seguros de nuestras intenciones, de aquello que nos proponemos. Pero no nos hacemos cargo del hallazgo fundamental de psicólogos y filósofos más o menos contemporáneos: no nos conocemos bien, no sabemos quiénes somos, miramos en nuestro “interior” y nos confundimos, no somos dueños de nosotras mismas, nos hacemos ilusiones.
Cargados sin conciencia de predisposiciones reflexivas y emocionales que vienen del pasado, más que divinos, tenemos algo de rocolas. No somos páginas en blanco, mentes que razonan fundadas en sí mismas como la de Dios. Abrimos la boca y habla el pasado aprendido. Somos “animales moldeados” más que “animales racionales”. Nos mueven emocionalidades que emergen en la intersección de lo aprendido presupuestado y el presente. No podemos evitarlo. Creemos ser liberales, conservadoras, progresistas, demócratas, desde esquemas que damos por obvios sin poder revisar por completo. Imaginamos diálogos públicos pausados y respetuosos con “cartas al director”, en el universo de la convivencia masiva digital. Estamos siempre sobrepasados y tardíos.
Somos “animales moldeados” más que “animales racionales”. Nos mueven emocionalidades que emergen en la intersección de lo aprendido presupuestado y el presente.
¿Predicar un poco de escucha y silencio a los diositos cargados de seguridad en sí mismos que caminan por la calle? A esta edad, ¿qué otra cosa?
Pienso que lo mejor de la democracia es ser una escuela de humildad. Menos mal que “No estamos de acuerdo como las aves migratorias” – como constató el mismo poeta, un poco nostálgico. Tenemos que ponernos de acuerdo, negociar, cros-apropiar sueños, expectativas y convicciones. Entibiar. Agachar mutuamente el moño para convivir. Lo que nos dice que no estaremos muy felices con el resultado. Es que somos solamente humanos.