Para decirlo todo en dos palabras
sobre tu poesía: Pedro Lastra:
digo que ya eres parte de ella misma.
(Enrique Lihn: Fragmento de “Postdata”)
Estando en la puerta del horno rompemos la sorpresa de una notable publicación poética dedicada a Pedro Lastra. De retorno de una estadía más que prolongada en Estados Unidos como efecto de la amenazante pandemia – de la que solo se burla el torpísimo Trump – el poeta cumple su exigente cuarentena mientras CONTRACOPLA espera la luz en los talleres de LOM. Atentos a correos de brujos y brujas; convencidos del entorno amistoso y colaborativo de los involucrados en este poético reconocimiento de pares y discípulo(a)s avanzado(a)s, adelantamos algunas fragmentadas perlas de este número especial de AMÉRICA INVERTIDA.
(Sin título)
Por Javier Lentini
A Pedro Lastra por sus Travel Notes
Bellas cantan las notas de tus “Notas”
bajo el cielo grisáceo, como debe
ser, si es pasado, el año que se bebe
cansadamente raudo, gota a gota.
Apurando la escala que se agota,
viaje tras viaje el día que se embebe
de fatiga cansina, siempre breve,
siempre esperando un día que no brota.
“Todo es cuestión de tiempo”, como dices
dijo quien ya te aguarda en la otra esquina:
amaestrar recuerdos, aprendices.
Los años de tu frase peregrina,
que no son infelices los deslices
si un día alguna nota desafina.
A partir de un sueño de Pedro Lastra
Por Micaela Paredes
Más reales que nunca, ya sin el tiempo encima,
recobrados al borde de otro sueño,
me dejarás acompañarte una vez más
por el camino hacia ti mismo
para alzar una plegaria por los días
de juventud que no compartimos
y seguiremos olvidando juntos
y por la noche de los años que me espera
para cuando tú ya seas otra vez inmortal.
Amigo, viejo amigo:
nunca hemos dejado de encontrarnos
en las esquinas de un único sueño.
Así sea hasta el entonces
de la última vigilia,
en que despiertos nos miremos, al fin,
por vez primera.
Fascinación del vacío
Por Sergio Mansilla
Saludo a Pedro Lastra
Ella no ha de venir en el próximo tren,
porque no habrá próximo tren.
Han levantado las vías,
las estaciones están abandonadas,
la hierba cubre poco a poco los viejos caminos.
Es inútil que esperes en esos andenes
que se van volviendo más irreales cada día.
Tú mismo desde hace tiempo eres ya invisible,
excepto para los ángeles que en la noche
te llaman de uno u otro lado.
Mas ni ella ni tú podrían ser reales
de otro modo ni en otro lugar
que no sea en esta rueda que gira
y gira sobre su propia ventura y desventura.
Y ella desciende otra vez del último tren
en esta estación sin nombre.