Ocultar mostrando entre la rabia y el miedo

por La Nueva Mirada

Por Luis Breull

Ad portas de entrar a la séptima semana desde que se desató el estallido o crisis social seguimos con un país completamente alterado en su normalidad y que cohabita con la violencia cotidiana y con la sensación que ya nada volverá a ser igual.

¿Qué cambió?

Primero, la tolerancia a la frustración y al trato abusivo e indiferente de las élites en el poder respecto de los ciudadanos comunes. Con especial protagonismo mediático y contribución al malestar por parte de ministros y funcionarios de Gobierno. Con sus exabruptos hicieron patente su falta de empatía y desdén hacia el resto de la población, sobre todo los más humildes. Inolvidables expresiones como que la gente se levanta al amanecer para ir hacer vida social a los consultorios o centros de salud familiar, o que hay que ser románticos comprando flores para aprovechar que bajaron de precio pese a subir el IPC,  o beneficiarse con que frente al alza del metro la gente podría madrugar para viajar el horario rebajado, o un subsecretario que reiteradamente se salta luces rojas, rotea y le saca la madre e insulta a inspectores municipales cuando le van a pedir sus documentos.

Otro factor fue la paciencia frente a jubilaciones miserables para nueve de diez personas que enfrentan el término de su vida laboral y los irracionales o desproporcionados precios de los medicamentos en Chile (uno de los países más caros y desregulados del mundo en esta materia). Cuestión que se complementa con sistemas de salud públicos que no dan abasto y empresas aseguradoras privadas cada vez más caras, con planes excluyentes y bloqueos que impiden el cambio para quienes tienen enfermedades preexistentes.

En conjunción con lo anterior, el silencio frente a los bajos sueldos –donde la diferencia promedio de ingreso entre el 1% más rico versus el 99% restante de la población llegó el año 2008 a casi 1.900 veces- y cotizaciones obligatorias en las AFP, como modelo de negocio de amarre donde los únicos que no pierden nunca son los accionistas y no los afiliados. Un engranaje de amarre legal ineficiente y que promete un futuro de pobreza a la mayoría de quienes cotizan (tratados como inversionistas que asumen riesgos, más que ahorrantes).

Un engranaje de amarre legal ineficiente y que promete un futuro de pobreza a la mayoría de quienes cotizan (tratados como inversionistas que asumen riesgos, más que ahorrantes).

Y agregado a todo ello, estudiantes de ciclo universitario o técnico, sumado a los escolares, que auguran un futuro poco prometedor de formación profesional con altas deudas y un sistema laboral mal pagado y sin proyección.

Un escenario frente al que se acabó la paciencia y detonó en múltiples demandas sociales y reivindicaciones que pusieron en jaque al gobierno, a las instituciones y a la propia democracia.

Una realidad que al mirarse de golpe, se vuelve intragable. Pero que durante casi tres décadas vivió sumergida en la falsa promesa de ascenso social y meritocracia, en donde el gran salto fue pasar de la pobreza rural a la marginalidad social escondida en créditos de consumo y tarjetas de multitienda. Un escenario frente al que se acabó la paciencia y detonó en múltiples demandas sociales y reivindicaciones que pusieron en jaque al gobierno, a las instituciones y a la propia democracia.

Las guindas de la torta

Las reiteradas marchas masivas y manifestaciones pacíficas, los violentos saqueos e incendios de locales, los disturbios y enfrentamientos entre encapuchados y carabineros, la destrucción parcial y la alteración de los sistemas de transporte público, las burdas violaciones a los derechos humanos y mutilaciones de manifestantes; todos estos factores resetearon la percepción de normalidad ciudadana, de convivencia en paz y las dinámicas laborales, de desplazamiento y ocio.

Ya se va a cumplir un mes y medio de cohabitar un ecosistema contaminado de lacrimógenas, molotov y piedras. Con ciudadanos alterados en su salud mental, ansiedad y estabilidad. Se configura un nuevo espacio público de sospechas y delgadas líneas para caer en amenazas, descalificaciones, enfrentamientos y agresiones físicas. Y un espacio virtual de redes sociales conformando cámaras de eco, o resonadores de estereotipos que, valiéndose de incontables fake news, reafirman nuestros puntos de vista y prejuicios.

Ya se va a cumplir un mes y medio de cohabitar un ecosistema contaminado de lacrimógenas, molotov y piedras. Con ciudadanos alterados en su salud mental, ansiedad y estabilidad.

En suma, una convivencia fracturada por los múltiples ejes de quiebre que enfrentamos ahora que escapan a lo tradicionalmente ideológico o político de izquierdas y derechas. De anarcos rebeldes y no rebeldes integrados. De abusados y beneficiados. De críticos y conformes. De marchantes y desmovilizados. De defensores del orden bajo estados de excepción y de detractores de esta ruptura de la normalidad. De incluidos y marginados. De élites y no élites. De restauradores y asambleístas. De dialogantes e intolerantes. Como si estas dialécticas se aglutinaran hoy en nuevos clivajes o grupos que escapan al binominalismo histórico.

En suma, una convivencia fracturada por los múltiples ejes de quiebre que enfrentamos ahora que escapan a lo tradicionalmente ideológico o político de izquierdas y derechas.

Así llegamos al borde del abismo del temor al desmoronamiento institucional y desgobierno, donde las élites se volcaron a pactar un itinerario para plebiscitar el deseo de contar o no con una nueva Constitución Política y con el camino para lograrlo en democracia. Un acuerdo que sella también la necesidad de pacificar nuestra convivencia, pero que deja en un territorio ambiguo los procesos necesarios para cumplir lo prometido.

Un personaje cada vez más solitario y replegado en sus discursos preformateados y ofertas sociales por goteo, al tiempo que otro exministro de su primera administración, Lawrence Golborne, zafa del multimillonario ilícito en el financiamiento de su campaña presidencial pagando una multa de poco más de 11 millones de pesos.

Todo mientras el Congreso analiza la acusación constitucional contra el exministro del Interior Andrés Chadwick y que también deberá ver la del propio Presidente Sebastián Piñera. Un personaje cada vez más solitario y replegado en sus discursos preformateados y ofertas sociales por goteo, al tiempo que otro exministro de su primera administración, Lawrence Golborne, zafa del multimillonario ilícito en el financiamiento de su campaña presidencial pagando una multa de poco más de 11 millones de pesos. Hechos que se conjugan con un dólar que roza los 820 pesos y con el reinicio de las alzas en el precio de los combustibles, después de haberlos congelado silenciosa y temerosamente por cuatro semanas.

La pantalla dividida

Una lección potente que se puede sacar del tratamiento mediático de estas semanas, desde el inicio del estallido social, es que funcionó la presión del Gobierno –al reunirse Piñera, Chadwick, Pérez y Espina con directores de canales de TV y directores de prensa- para bajarle el perfil a la exposición de las movilizaciones.

Al principio todo fue comunicar acciones de vandalismo, violencia, saqueos y pánico por desabastecimiento. Luego la pseudo revelación divina de la existencia de jubilados en la miseria y trabajadores precarizados de ingresos mínimos en Chile, un sistema de salud desbordado y excluyente, con la consiguiente constricción de empatía mediática de rostros de la TV conmoviéndose por descubrir esta nueva realidad de abusos, discriminación y carencias. Una nueva cara de un Chile de pocos beneficiados a costa de muchos precarizados, donde la meritocracia se redujo a slogans.

Luego la pseudo revelación divina de la existencia de jubilados en la miseria y trabajadores precarizados de ingresos mínimos en Chile, un sistema de salud desbordado y excluyente, con la consiguiente constricción de empatía mediática de rostros de la TV conmoviéndose por descubrir esta nueva realidad de abusos, discriminación y carencias.

Un espacio de berrinches y pataletas de algunos empresarios bajando pautas de avisaje a canales de TV como CNN Chile y CHV por considerarlos sesgados en pro de las marchas y protestas. Y de amenazas a otros medios que les podría suceder lo mismo si alientan la cobertura de las movilizaciones sociales.

Un espacio de berrinches y pataletas de algunos empresarios bajando pautas de avisaje a canales de TV como CNN Chile y CHV por considerarlos sesgados en pro de las marchas y protestas. Y de amenazas a otros medios que les podría suceder lo mismo si alientan la cobertura de las movilizaciones sociales.

Y una nueva realidad donde el paulatino desplazamiento del malestar y las movilizaciones desde los noticieros a los matinales se hizo normal. Todo hasta transformarse estos últimos en el único espacio de tratamiento de estos temas en profundidad, con expertos, líderes sociales y una camada de políticos y analistas de partidos jugando a las sillas calientes, de canal en canal.

Fruto de esta matinalización de la cobertura del estallido se reemplazaron sus causas estructurales por casuística microsocial, experiencias dramáticas puntuales, exhibidas en su particular dolor.

Fruto de esta matinalización de la cobertura del estallido se reemplazaron sus causas estructurales por casuística microsocial, experiencias dramáticas puntuales, exhibidas en su particular dolor. Y comentadas por cuanto rostro mantiene contrato con las estaciones, rotándose en una espiral de paneles de economías de escala para estrujar al máximo lo que se les paga por estar dentro de cada señal.

Así, nunca se ha llevado a un empresario de los principales grupos económicos –ranking Forbes en Chile- a debatir en estos programas.

Así, nunca se ha llevado a un empresario de los principales grupos económicos –ranking Forbes en Chile- a debatir en estos programas. Ni a hacerse cargo de las demandas de las personas cuyos dramas se visibilizan en sus paneles. Sean estos de TVN, Mega, CHV/CNN Chile o Canal 13, como los más relevantes. Y se trate de una angustiada y enredada Tonka Tomicic, un empático y amable Julio César Rodríguez, un emocionado Lucho Jara o una remecida María Luisa Godoy (que anuncia la reducción voluntaria de su sueldo para bajar las diferencias con otros trabajadores de la señal pública), todos cargan hoy con la enorme responsabilidad de explicar lo inexplicable, de dar a entender lo cada vez más intolerable, de acercar las nuevas claves de sentido de realidad mediatizada desde la TV a públicos que padecen precisamente las jubilaciones miserables, los altos precios de los medicamentos y las eternas esperas de meses para acceder a una atención médica.

Y que sigue dependiendo de las transmisiones de una TV que continúa haciendo su negocio a costa de mostrar hasta el cansancio sus dramas aislados, ocultando celosamente sus causas y sus responsables.

En síntesis, esas mismas audiencias que tiempo atrás se atemorizaron por meses con la extensa cobertura del crimen de Fernanda Maciel y que hoy asisten a mirar un Chile que se juega su futuro democrático y su convivencia cotidiana entre la rabia por las carencias y el miedo por la violencia. Y que sigue dependiendo de las transmisiones de una TV que continúa haciendo su negocio a costa de mostrar hasta el cansancio sus dramas aislados, ocultando celosamente sus causas y sus responsables.

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