Pablo de Rokha, el grande

por La Nueva Mirada

Llegó a la vida, en Licantén, el 17 de octubre de 1894, como Carlos Ignacio Díaz Loyola. Creció como un hombre fornido y exuberante. Pero lo de grande tiene que ver con su obra, tardíamente reconocida para quedar integrado entre los cuatro principales de la poesía chilena, junto con Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro.

Apasionado y rudo. Político y categórico. Alimentó con sus versos lo que se transformaría en una leyenda, casi más difundida que su inmensa obra, por su frontal guerra poética con quien compartía su militancia política, Pablo Neruda.

Ciertamente si Pablo de Rokha pretendió convertirse en el poeta popular de Chile, en el contexto de sus años en vida, estuvo lejos de conseguirlo. Aunque su extensa creación, inaugurado en años juveniles (“Versos de Infancia” en 1916) y “Sátira” en 1918) hasta “Grandes Poemas” (publicado en 1969, después de su muerte) sea hoy considerada como una de las más importantes obras vanguardistas del continente. Su obra la componen cuarenta y seis volúmenes, entre libros de poesía, ensayos, folletos y antologías. 

Inició estudios la escuela pública de Talca y luego fue internado en el Seminario Conciliar de donde fue expulsado por sus principios antirreligiosos. Al terminar sus estudios de Humanidades en Santiago, se matriculó simultáneamente en las facultades de Derecho e Ingeniería de la Universidad de Chile, abandonando  los estudios poco tiempo después, para dedicarse por entero a la actividad literaria.

Se le suele recordar como el poeta solitario, acogido sólo en el círculo de sus adeptos e íntimos, que recorría el país vendiendo personalmente sus libros. Pocos recuerdan que en 1944 el presidente Juan Antonio Ríos lo designó embajador cultural de Chile en América, lo que le permitió un extenso viaje por 19 países del Continente. Aquello duró hasta la traición del presidente González Videla y su represión con la llamada Ley de Defensa de la Democracia.

En 1949 regresó a Chile con Winnét, su esposa, enferma de cáncer, quién falleció dos años después. A ella dedicaría la elegía de amor “Fuego Negro” publicada en 1953. En los años posteriores publicó dos libros concentrados en su desprecio insuperable por Pablo Neruda. El año 1962 recibió  un nuevo y contundente dolor por el suicidio de su hijo Carlos.

En aquellas circunstancias personales no podía asombrar que al recibir el Premio Nacional de Literatura en 1965 declarara: “Me llegó tarde, casi por cumplido y porque creían que no iba a molestar más……….Mis impresiones en este momento son contradictorias. Cuando vivía Winétt, mi mujer, y también mi hijo Carlos, antes de que la familia se destrozara, este galardón me habría embargado de un regocijo tan inmenso, infinitamente superior a la emoción que siento en este momento. Hoy para un hombre viejo, este reconocimiento nacional que indudablemente me emociona, no puede tener la misma trascendencia”.

Tenía 73 años cuando, el 10 de septiembre de 1968, se suicidó con un balazo en la boca.

POEMAS ESCOGIDOS DE PABLO DE ROKHA

                     Genio y figura 

Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh, Pueblos!
El canto frente a frente al mismo Satanás,
dialoga con la ciencia tremenda de los muertos,
y mi dolor chorrea de sangre la ciudad.
Aún mis días son restos de enormes muebles viejos,
anoche «Dios» llevaba entre mundos que van
así, mi niña, solos, y tú dices: «te quiero»
cuando hablas con «tu» Pablo, sin oírle jamás.
El hombre y la mujer tienen olor a tumba,
El cuerpo se me cae sobre la tierra bruta
Lo mismo que el ataúd rojo del infeliz.
Enemigo total, aúllo por los barrios,
un espanto más bárbaro, más bárbaro, más bárbaro
que el hipo de cien perros botados a morir.

Autorretrato de adolescencia

Entre serpientes verdes y verbenas,
mi condición de león domesticado
tiene un rumor lacustre de colmenas
y un ladrido de océano quemado.

Ceñido de fantasmas y cadenas,
soy religión podrida y rey tronchado,
o un castillo feudal cuyas almenas
alzan tu nombre como un pan dorado.

Torres de sangre en campos de batalla,
olor a sol heroico y a metralla,
a espada de nación despavorida.

Se escuchan en mí ser lleno de muertos
y heridos, de cenizas y desiertos,
en donde un gran poeta se suicida.

Nocturno muy obscuro

La noche inmensa no resuena, estalla
como un bramido colosal, retumba
con un tremendo estruendo de batalla
que saliera de adentro de una tumba.

Fue un pedazo de espanto que restalla
o una convicción que se derrumba,
una doncella a quien violó un canalla
y una montura en una catacumba.

Calla con un lenguaje de volcanes,
como si un escuadrón de capitanes
galopara en caballos de basalto.

Porque el silencio es tan infinito
tan espantoso y grande como un grito
que cae degollado desde lo alto.

El viajero de sí mismo

Voy pisando cadáveres de amantes
y viejas tumbas llenas de pasado,
cubierto con cabello horripilante
del gran sepulcro universal tragado.

Acumulo mi yo exorbitante
y mi ilusión de Dios ensangrentado,
pues soy un espectáculo clamante
y un macho-santo ya desorbitado.

Mi amor te muerde como un perro de oro,
pero te exhibe en sus ancas de oro.
Wínétt, como una flor de extranjería.

Porque sin ti no hubiera descubierto
como una jarra de agua en el desierto
la mina antigua de mi poesía.

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