La democracia es uno de los pocos privilegios de los cuales habría que sentirse orgullosos. Lo hemos tenido, lo hemos perdido y lo hemos recuperado. Entremedio, la historia se llenó de muertos, desaparecidos y torturados. Votar, sin embargo, es un privilegio que debemos ejercer, especialmente este fin de semana, que es una especie de homenaje al poder ciudadano.
Mi historia personal me ha hecho vivir desde el privilegio. Estudié en un gran liceo (Liceo Experimental Manuel de Salas, de la Universidad de Chile), elegí la carrera que quise, me he ganado la vida dando clases, he amado mucho y –creo- me han amado tal vez más de lo que merecía. Incluso he podido escribir novelas y he tenido la suerte de publicarlas. También alcancé a votar cuando se redujo la edad para ejercer el derecho ciudadano por antonomasia a los 18 años. Viviendo en la democracia imperfecta de los años sesenta, pude formarme en la política y disfrutar de la libertad. Ese privilegio, sin embargo, me lo quitaron. Entre mis diecinueve y treinta y cuatro años, viví sin democracia. El marco legal no me permitía decir lo que pensaba, ni denunciar los asesinatos, las desapariciones, las torturas que se instalaron como políticas de estado para acallar a quienes disentíamos del gobierno de la época (léase, dictadura).
Pero recibí un nuevo regalo de la vida, un privilegio mayor: sobreviví a esa dictadura (y anduve cerca de no lograrlo), con dignidad, durante quince años. Ha sido, créanme, un gigantesco privilegio. Sobre todo, porque luego nuestro país me ofrendó largas décadas de vivir en democracia (imperfecta, quizás mucho, pero democracia, al fin y al cabo), de participar regularmente en elecciones donde mis opciones ganaron varias veces y perdieron otras, tiempo de poder discutir, discrepar, manifestar, protestar y optar. Y ese es un tremendo privilegio. Quienes hoy se ubican entre aquellas personas que se empinan –por arriba o por abajo- de la cuarentena, no siempre tienen conciencia del tremendo privilegio que significa haber vivido casi toda su historia en democracia. Y este fin de semana que se nos avecina, en estas condiciones extrañas de la vida bajo pandemia, es de una excepcionalidad democrática notable.
¡Cuatro elecciones en una! Parece una oferta de supermercado electoral. ¡Qué privilegio! Porque además no se trata de elecciones cualquieras. Dos de ellas, a lo menos, son inéditas: la de gobernadores regionales y la de constituyentes. Y no solo son inéditas, sino que son también cruciales. La primera de ellas permitirá por primera vez en nuestra historia tener autoridades regionales ejecutivas elegidas por voto popular. Es cierto que serán unos gobernadores con pocas uñas legales, pero con fuerte representación ciudadana (siempre puede ocurrir que alguien diga que habrá mucha abstención y la representatividad será “más o menos”; pero lo que no podrán decir es que no tuvieron la oportunidad). Será un primer paso, quizás a medio morir saltando, pero no había ocurrido en doscientos diez años (y antes, ¡para qué decir!, dependíamos del rey de España). No es poca cosa.
Y para qué hablar de la elección de constituyentes. Esta elección representa la máxima expresión del espíritu democrático. Carlos Peña escribía hoy en una columna de opinión que, si en la mayoría de las elecciones tradicionales es deseable que el resultado electoral sea todo lo concluyente posible, sin caer en la tentación de barrer a los derrotados, sería mejor que en la elección de los constituyentes no haya ninguna fuerza categóricamente mayoritaria, de modo que las personas elegidas sepan que, para cumplir su tarea, deben honrar la diversidad de opiniones, sensibilidades o proyectos que pueden expresarse en la ciudadanía. Me parece que tiene mucha razón. A propósito de la muerte de Humberto Maturana, durante estos días se recuperaron muchas de sus apreciaciones, desde aquellas provenientes de la ciencia más dura hasta las que llegaron desde una reflexión sabia. Una de ellas me pareció especialmente clarificadora del espíritu democrático. Me refiero a aquella en la que propone que dejemos de hablar de “gobierno y oposición” y empecemos a declarar que el escenario político se puede separar en la función de gobierno (asociada a quien gana la elección) y la de colaboración (para el que pierde). Al final, estamos hablando de lo mismo. No es posible imaginar que vivir en sociedad implique lisa y llanamente el exterminio de los “otros” que piensan o tienen un proyecto social diferente. La democracia, en ese sentido, es como un campeonato de fútbol y, en general, como cualquier competencia deportiva: siempre ofrece una nueva oportunidad para que el perdedor se reivindique. Será la próxima elección, la discusión de una ley, algún acuerdo frente a emergencias, una salida política a una crisis. No importa: habrá una nueva oportunidad, como en el fútbol: siempre estará la próxima fecha para intentar el triunfo.
El próximo fin de semana tendremos una nueva oportunidad para ejercer nuestro privilegio. Por lo tanto, hay que ir a votar, hacerse presente, expresar nuestra opinión. Si salimos derrotados, el privilegio democrático no nos autoriza a incendiar el país ni a dar un golpe de estado. Estaremos en una nueva estación del trayecto democrático y cada uno deberá seguir trabajando para que aquellas ideas propuestas que la ciudadanía no respaldó sean escuchadas por suficientes electores como para implementarlas. Y si esos electores –que se cuentan por millones—no se inclinan por nuestras ideas, debemos respetarlos. Un dejo de modestia debiera obligarnos a aceptar que hay algo en nuestra posición que no le hace sentido a la mayoría. La política no puede ser un juego de suma cero: o reconoces lo mío, o tiro el mantel. Eso es lo que hizo la dictadura en Chile: no debemos olvidarlo para no caer en la tentación de repetirlo.
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Voy a disentir en algo, con mucho cariño y admiración por tu camino en lo político y lo académico. Como dices, el respeto a las opiniones, a la diversidad de visiones es condición sine qua non de la democracia, y creo que la gran mayoría comparte eso. Y lo espera . Lo que tiene agotada a esa gran mayoría es que una minoría que gobierna y reprime y se colude, hace chanchullos, coopta a las instituciones y controla todo todo todo, pretenda que existen hoy condiciones de igualdad para participar y decidir, en cuyo caso tendria sentido la opinión de Carlos Peña. Quisiera estar equivocada, pero creo que debe imponerse de manera contundente la mayoría ciudadana que se expresó en el plebiscito, porque quiere ejercer su derecho a decir, a incidir sobre lo que no ha podido incidir y que afecta de manera dramática su vida. Quisiera que no llegue ninguno de los que se autodenominan independientes y están recién descolgados de sus tiendas (los conocemos bien), a escribir lo mismo que han defendido desde su sillón de poder durante décadas. Suena radical, pero así lo pienso y asi lo siento con el corazón. Con todo esta Constituyente es una oportunidad, es cierto, con restricciones, pero hay que dar la pelea. La mesa está servida, mal repartida pero hay que sentarse a conversar, a buscar la forma de alcanzar esa democracia para todos. Hay que jugar el partido de todas maneras, para usar la metáfora futbolística. Eso sí, con too, si no pa qué. Un abrazo, querido Toño.