Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. La magia de Rimsky. Observar, registrar, asombrarse y no juzgar.

por La Nueva Mirada

Cynthia Rimsky tiene una literatura original, que no sé si la hemos valorado suficientemente. Ojalá me equivoque. Nuestra escritora radicada en Argentina, en su texto La revolución a dedo (PRH Grupo Editorial, 2020), nos ofrece una mirada sorprendente acerca de nuestros años ochenta, la revolución sandinista y la larga transición en Chile.

Raymond Carver, en un breve ensayo, decía que aquello que hacía a un gran escritor, más que una determinada técnica o estilo literarios, era tener una voz propia, es decir, aportar una mirada original acerca de la realidad. Acabo de leer el que, me parece, es su último texto. Se trata de una historia que nos conecta directamente con Poste restante, Ramal o Los perplejos, todos textos que se fundan en uno o varios viajes, donde la metodología pareciera ser un cuaderno de notas (que en el caso de la Revolución a dedo lo es literalmente: “cuadriculado, 7 mm. El arte”). El ojo de la narración se coloca en Nicaragua, en aquella que se encuentra en los primeros años de la revolución sandinista y es la consagración de las idealizadas utopías de los revolucionarios de aquellos años, herederos todos del ethos de los años sesenta, de la lucha contra la dictadura y la revalorización de la democracia. Pero también se ubica después, muchos años después, cuando ya el aura de la utopía es historia y solo permanece el horror de la pobreza, la corrupción y la ineficiencia revolucionarias. Básicamente, la novela (o simplemente, el relato) es la narración de cuatro momentos: el sueño de derrotar a la dictadura chilena con una experiencia tipo Nicaragua; el encuentro con la revolución sandinista, cuando ya todo está empezando a podrirse (1985, 1986); veinte o treinta años después, de vuelta a Nicaragua, para ver las ruinas de la revolución y aquello que ya nadie sabe lo que es; para terminar, con el desencanto de una transición que hizo todo a la medida de lo posible, arruinando existencialmente el sueño revolucionario.

Resumido así el libro, podríamos imaginarnos que se trata de una historia más acerca de dictaduras, revoluciones, utopías y brutales caídas en la realidad. Y sí, algo de eso hay. Pero la escritura de Rimsky va más allá o, mejor dicho, más adentro. La sociología se la colocamos los lectores (tal vez es mi propio rollo), porque su escritura penetra en zonas aparentemente nimias de la realidad donde yace en plenitud toda la condición humana, esa que está antes y después de las revoluciones y las utopías, y de los consiguientes fracasos. Hay una imagen reveladora: la narradora, el año 85, ingresa a Nicaragua desde Honduras, con destino a Managua. No son demasiados kilómetros, pero el transporte es difícil. En definitiva, el camino no es recto. Se desplaza hacia los lugares donde los medios posibles de movilización la conducen. Lo que en un principio podría parecer un absoluto desaguisado, para Rimsky no lo es: porque su literatura parecerá decirnos todo el tiempo que lo verdadero no se ve en el camino principal, sino en el recorrido de los márgenes (basta recordarnos de Ramal). Pero para eso, es necesario observar, dejar registro de aquello que aparenta ser otra cosa, asombrarse y, sobre todo, no juzgar o, para ser más precisos, no prejuzgar. De esta forma van apareciendo los personajes de sus textos. Son comunes y corrientes, como esa madre de un pueblo pequeño que cría sola a sus dos hijos.  La casa, las rutinas diarias, la pobreza siguen siendo las mismas de antes de la revolución. Pareciera que nada ha cambiado, pero no todo es igual. La gran historia, esa con la que soñamos, se cuela despacio en medio de las cotidianas, ancestrales, eternas. Rimsky las logra ver, es capaz de registrarlas y ponerlas frente a nosotros para sorprendernos: El perro lo espera afuera y vuelven juntos”, escribe. Nos habla de José, el menor, que debe ir al pozo séptico en la noche: “Al interior de la casa hay un par de sillas y una o dos camas. Por ser el menor, le toca dormir entre la pared y su hermana mayor, Carolina”. Cuando el niño escribe en el cuaderno de la narradora, “omite que lo mandan a lavarse las manos y los pies con el agua del balde que saca del pozo, y que después le ordenan ejercitar las letras que le enseñaron en la campaña de alfabetización”. Las actividades de todos los días, las mismas que probablemente esa familia campesina de un pequeño pueblo nicaragüense viene realizando desde hace décadas, las que ejecuta antes, durante y después de la revolución, son apenas intervenidas por la nueva realidad: el pequeño es uno de los beneficiarios de la campaña de alfabetización (infaltable, modelo cubano de revolución). En esa casa pobre, hay una pistola de la época en que la familia peleó contra Somoza, y, “a pesar de que la revolución sandinista triunfó en Nicaragua en 1979 y ya es 1985, sigue en la casa, como la cama, el perro, el globo, el papel, carolina, el sapo, su pelo, su boca, la silla, el pis, el ci-elo, la vaca, los pollitos, carolina, la pistola, el jardín”.

La escritura de Cynthia Rimsky es plenamente respetuosa del lector: ninguna definición absoluta, ninguna explicación del texto, ninguna imposición significativa al lector. Pero su mirada está ahí presente y es imposible no verla. María Moreno, en la presentación del libro, afirma que “el estilo de Rimsky es el de una epifanía calma”. Tiene toda la razón: la observación serena, sin aparente carga emocional (digo aparente porque la emoción circula contenida en todo el texto), le permite al lector adentrarse en realidades que podrían ser muy perturbadoras pero que se aprecian como normales. Volver a poner la mirada sobre la humanidad que se distribuye homogéneamente en todas las personas, aunque estas no estén bajo las luminarias de lo público. En una entrevista que dio al The Clinic hace unos años, la autora recupera una historia que es algo así como una síntesis de su mirada. A propósito de la elección de Piñera, cuenta: “Ayer una amiga mapuche, que se vino del campo a los 13 años a trabajar de empleada, me contó que no votó. Después de años de humillaciones, pésimos sueldos, malos tratos, hoy tiene su casa propia con electrodomésticos, mantequillera, cuchillo para la mantequilla, mantelitos, adornitos que venden a cuotas en los malls, y una hija en la universidad privada. Cuando fui a verla a Cerro Navia, me encontré con que vive enrejada. Le pregunté si había muchos asaltos. «No tanto», me contestó. Le pregunté por qué no votó. “Porque sea quién sea hay que luchar en la vida”. Y agregó: “Ellos dicen que será todo bonito y no es así”. Es lo más interesante que he escuchado y sigo intentando comprender su respuesta, porque creo que lo que fracasó fue la capacidad de escucharnos y de dialogar fuera de las redes sociales, de estar ahí, con las personas, sus rejas y sus deudas, y que eso es más importante que una elección”.

Hay una vida que no siempre vemos. Pasa por alto a mucha de nuestra literatura, de nuestra política, de nuestra academia, de nuestros medios de comunicación. Rimsky pone su ojo en ella y, sin agregar una palabra, nos ilumina. Basta con mirar. En la entrevista ya mencionada confiesa que no sabe “lo que es la izquierda”. Y cuándo le preguntan por el FA, declara que ve “mucha certeza y me pregunto cómo lo van a hacer y nunca dicen el cómo”. De esta forma, está poniendo el ojo en lo fundamental: más que grandes declaraciones, necesitamos escuchar más, observar, registrar, asombrarnos y no juzgar. Como dice la autora, ella también cree “en una sociedad más justa”. Pero “el problema es el cómo. Cómo se les quita el poder a los empresarios hoy día, cómo vas a negociar si ellos tienen todo el dinero”.

Y para responder esta pregunta, este relato que nos conduce hacia la Nicaragua revolucionaria y su degradación nos obliga a volver la mirada hacia lo más sencillo. “Ya no creemos en grandes relatos, en objetivos, fundamentos, plazos, sino en cosas muy pequeñas y vivas”. Como la vida de esa amiga mapuche de Cynthia, o la madre campesina, o el manco que dio la vida por salvar a alguien de quien nunca más se supo. “Tengo la sensación de que en las cosas más mínimas está todo”, aseguraba en la entrevista que he mencionado. Y esa afirmación me hace cada vez más sentido.

También te puede interesar

Deja un comentario