PÁGINAS MARCADAS de Antonio Ostornol. La normalización de la violencia. Las enseñanzas de Trump

por La Nueva Mirada

Atónito veo las imágenes del Capitolio asaltado por los grupos convocados por Trump para apoyar a quienes están objetando el triunfo de la dupla Biden – Harris en Estados Unidos, acusando la ejecución de un enorme fraude electoral, teoría rechazada por más de 60 jueces, incluida la corte suprema, con mayoría conservadora, negada por altas autoridades del propio gobierno de Trump, y desmentida por cada uno de los estados que certificaron los votos para el colegio electoral. Hubo que evacuar al vicepresidente Pence y los congresistas recibieron órdenes de esconderse en sus lugares y colocarse las máscaras anti – gases. Parecía la secuencia de alguna distopía que nos ilumina acerca de un posible futuro catastrófico. Al fin y al cabo, estamos hablando de algo así como la “capital del mundo”, el corazón del mega – imperio, el lugar icónico donde, se supone, se resguardan los más altos valores de la democracia. Un ex jefe de policía norteamericano declaraba en la televisión que a lo largo de su carrera nunca había visto algo similar, ni siquiera durante el apogeo de las protestas contra la guerra de Vietnam.

Atónito veo las imágenes del Capitolio asaltado por los grupos convocados por Trump para apoyar a quienes están objetando el triunfo de la dupla Biden – Harris en Estados Unidos

Parecía la secuencia de alguna distopía que nos ilumina acerca de un posible futuro catastrófico. Al fin y al cabo, estamos hablando de algo así como la “capital del mundo”

Todo esto pareciera el estallido rebelde de un pueblo que no acepta el robo de una elección. Pero sabemos que no es así. Antes de escribir estas líneas, alcancé a escuchar la argumentación del senador Ted Cruz para objetar el voto electoral del estado de Arizona. En breve, decía que las encuestas revelaban que un porcentaje muy alto (no recuerdo la cifra exacta pero no era más del 50%) de la población creía que el resultado de las elecciones presidenciales era fruto de un fraude, por lo tanto, era necesario revisar los resultados de los estados cuestionados por Trump (cuyas demandas habían sido rechazadas en todos los niveles legales) y que eso ameritaba que el Congreso se tomara la atribución de anularlos. Mientras esto se discutía en el Capitolio, Trump –liderando una manifestación- llamaba a sus seguidores a rodear la discusión de los representantes con la presencia del pueblo, para apoyar su posición.

Mientras esto se discutía en el Capitolio, Trump –liderando una manifestación- llamaba a sus seguidores a rodear la discusión de los representantes con la presencia del pueblo, para apoyar su posición.

No voy a decir nada nuevo: la estrategia trumpista (o trampista, como prefieran llamarla) se cumple a la perfección. Primero, se inventa una verdad falsa, que permita legitimar cualquier acción; luego, se construye un enemigo (del tipo que sea) al que se le quita cualquier tipo de legitimidad; y finalmente, se intenta copar las instituciones e imponer por la fuerza sus posiciones y su poder. Esto pareciera muy similar a cualquier tipo de estrategia política, pero no lo es. En Chile, supimos de este tipo de estrategias en tiempos previos a la dictadura, cuando se inventó la existencia de una especie de ejército cubano encubierto para pasar por las armas a todos los políticos que no eran de la UP e instalar una dictadura del proletariado (es cierto que más de algún izquierdista de la época se vanagloriaba de querer instalarla; pero del dicho al hecho, había mucho trecho). Una vez que las “masas” se convencieron de estas fake news, entonces se buscó legitimar las futuras acciones a través de las instituciones (léase, justicia y parlamento) que hicieron grandes declaraciones, las que les permitieron decir luego a los militares que el golpe de estado era justo y necesario. O sea, una perfecta argumentación circular: primero la mentira; luego, la legitimación; finalmente, la dictadura. Hay más ejemplos en la historia reciente del uso de esta estrategia. La dictadura chilena, con la certificación del historiador Gonzalo Vial, inventó el Plan “Z”, lo que serviría de justificación para la más brutal represión y violación de los derechos humanos conocida en Chile. Otra vez lo mismo: primero la mentira (Plan “Z”); luego, los enemigos (los terroristas marxistas); finalmente, la acción (detención, tortura, desaparición y asesinato). Algo similar al Libro blanco del cambio de gobierno en Chile, publicó la URSS para justificar su intervención en Checoslovaquia en 1968, para apagar la Primavera de Praga.

En Chile, supimos de este tipo de estrategias en tiempos previos a la dictadura, cuando se inventó la existencia de una especie de ejército cubano encubierto para pasar por las armas a todos los políticos que no eran de la UP e instalar una dictadura del proletariado

La dictadura chilena, con la certificación del historiador Gonzalo Vial, inventó el Plan “Z”, lo que serviría de justificación para la más brutal represión y violación de los derechos humanos conocida en Chile.

En todos estos procesos, lo que ocurre es una suerte de normalización del uso de la violencia y de la mentira. En este nuevo ciclo de la política nacional, no estamos ajenos a estos procedimientos. Si hacemos memoria, cuando en octubre del 2019 el gobierno se enfrentaba al estallido social, el Presidente trató de instalar la idea de que estábamos enfrentando una “guerra”, contra un enemigo “poderoso”, posiblemente “extranjero”. Seguramente, el destino de ese discurso era legitimar los mayores grados posibles de represión. Y que los hubo, los hubo; y muy graves. Sin embargo, la existencia y persecución iniciada por el Ministerio público contra las fuerzas del estado que violaban los derechos humanos, la presencia supervisora del Instituto Nacional de los Derechos Humanos y la Defensoría de la niñez, la existencia de una prensa independiente de los poderes del estado, la presencia y funcionamiento de los partidos políticos y las organizaciones sociales, sindicales y gremiales, permitieron que la crisis derivara hacia un camino institucional, donde pudiera expresarse con libertad la ciudadanía. Ese camino fue el proceso constituyente, que se validó democráticamente en octubre, que permitirá la conformación de una Convención Constitucional elegida democráticamente a través de elecciones abiertas, con igualdad de género y representación garantizada para los pueblos originarios, institución que, luego de sus debates, deberá proponer a las chilenas y chilenos una nueva carta fundamental, que deberá ser plebiscitada.

En todos estos procesos, lo que ocurre es una suerte de normalización del uso de la violencia y de la mentira.

cuando en octubre del 2019 el gobierno se enfrentaba al estallido social, el Presidente trató de instalar la idea de que estábamos enfrentando una “guerra”, contra un enemigo “poderoso”, posiblemente “extranjero”.

Este itinerario es en todo diferente a lo que Trump propone para la política norteamericana. Y todo esto pareciera muy lejano. Sin embargo, si la violencia sigue normalizándose en nuestro país, si el debate se transforma en una afirmación de meras identidades y no en procesos de construcción de espacios comunes a partir de las diversidades, si lo que impera es el ejercicio de la fuerza y de la mentira, estaremos muy cerca de experimentar una realidad trumpiana. ¿Se imaginan una convención constitucional asediada y rodeada por grupos más o menos masivos, pero dispuestos a encerrar a los constituyentes mientras debaten algún punto relevante, levantar barricadas y saquear el entorno de, por ejemplo, el viejo edificio del congreso nacional, para imponer una cierta visión de la constitución? La imagen parecería una suerte de distopía catastrófica.  Y si no es necesariamente catastrófica, sería definitivamente antidemocrática.         

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