Páginas Marcadas de Antonio Ostornol ¿Quién se acuerda de la inflación?

por La Nueva Mirada

En el mes nueve del año, tenemos una inflación acumulada que casi duplica la media de los últimos treinta años. ¿Tiene sentido no preocuparse por aquello y seguir adelante con políticas que, indiscutiblemente presionan al alza los precios? ¿O ya nadie se acuerda lo que es vivir con inflación?

La semana pasada, a propósito de la discusión del cuarto retiro, escuché en un noticiero a un diputado defenderlo con una lógica que me dejó impactado. El periodista que lo entrevistaba – Daniel Matamala – le preguntó si tenía conciencia de que apoyar la política del cuarto retiro era un factor que empujaría los precios al alza, es decir, generaría inflación. El diputado, entonces, con actitud de denuncia irrebatible, le contestó algo así como que afirmar aquello era parte de una campaña del terror para evitar su aprobación. Ante la insistencia del periodista en el punto, ya que un amplio arco de economistas había manifestado su desacuerdo con la ley que se discute en el parlamento por sus consecuencias de mediano y largo plazo en la economía del país, el diputado se defendió argumentando que la inflación era un fenómeno gatillado desde la situación internacional y que, si esta ley tenía efectos, estos serían en un contexto mayor. Y para finalizar el punto, citó a Roberto Zalher que en alguna entrevista había dicho que se estaba sobrevalorando el tema del aumento del gasto. El economista, ex presidente del Banco Central, señaló que «no toda la inflación que estamos viendo se debe a exceso de gasto -influido por los rescates desde las AFP y las ayudas estatales-. También tenemos componentes de inflación importada». Por supuesto, el diputado no agregó que, en esa misma entrevista, Zalher fue enfático en afirmar que “he sido contrario a los retiros desde el primero hasta el posible cuarto retiro. Nunca me ha parecido que es una buena política, me parece que es una muy mala política” y que el primero “fue casi necesario por el mal manejo que se hizo de la política fiscal».

La verdad es que no podía creer lo que estaba escuchando y trataba de entender la lógica del parlamentario (y, por extensión, la de quienes se obstinan en su aprobación). Si todos pareciéramos estar de acuerdo en que la inflación actual tiene componentes internacionales, frente a los cuales poco y nada podemos hacer, y es una verdad sabida que la inflación la pagan, principalmente, los más pobres, entonces discutir el impacto del mayor consumo en la presión al alza de los precios, resulta inexplicable. Su raciocinio pareciera ser que, si ya hay una presión inflacionaria que viene de afuera, entonces no es mayor problema agregarle una que venga de adentro. ¡Fantástico! Si voy en un bote y le entra agua por un lado entonces qué cuesta hacerle un hoyo al otro. Así, el naufragio sería más rápido. Decir esto, al parlamentario le parece campaña del terror.

Es posible que muchos de los actuales parlamentarios –pienso en los y las cincuentonas, y de ahí hacia abajo- no se acuerden de lo que pasa en la vida real cuando hay inflación. Y es posible que ni siquiera hayan vivido períodos de gran inflación, ya que se habrán empezado a hacer cargo del presupuesto familiar hacia los años 90, cuando la inflación anual empezó a estar en torno a cifras de un dígito. Se me ocurre que tampoco tuvieron tiempo ni interés en profundizar en cómo es la vida real en países afectados por el descontrol de los precios. ¿Nunca hablaron con algún amigo o amiga argentina y le preguntaron cómo era vivir con inflación mensual del 30% o más? ¿Nunca han escuchado los reportes de inmigrados venezolanos cuando relatan sus dificultades para asegurar el presupuesto familiar en Caracas producto de las subidas de precios? Podría entender que esas experiencias –que son muy cercanas en lo geográfico y en el tiempo- no les hubiesen llamado la atención, ocupados ciertamente en temas más locales, entre los cuales este no estaba.

Sin embargo, podrían haberse topado con la historia del movimiento social chileno, cuya lucha contra las alzas de precio fue una de sus preocupaciones centrales desde los inicios porque sabían que esos procesos agudizan la pauperización de la población. La gran huelga del salitre, que culminó con la matanza de la Escuela Santa María, fue precedida por “una serie de conflictos debido a la fuerte devaluación del peso y la consiguiente alza de precios”. Fue el “alto costo de la vida” lo que motivó las “marchas del hambre” en los años 1918 y 1919. Y podríamos agregar las grandes huelgas contra el alza del precio de la locomoción en los años cincuenta, o la huelga larga de los profesores en los sesenta. “Entre 1945 y 1989 el país vivió un proceso de inflación crónica motivada en gran medida por los trastornos internos y externos de nuestra economía, especialmente los relacionados con los sostenidos déficits fiscales que eran financiados por emisiones del Banco Central”, se lee en Memoria Chilena, de donde he tomado estos datos. Toda esta información está disponible y al acceso de cualquiera. Cuesta creer que quienes tienen la responsabilidad de dictar leyes, menosprecien los efectos de la inflación en la vida de los chilenos, como si eso no fuese parte de sus obligaciones.

La inflación no es un asunto de economistas. Mucho menos en un país con sueldos bajos, pensiones mínimas y mucho trabajo precario. El control de la inflación, asegurarnos que los precios se mantendrán en un orden aceptable, debiera ser obligación no solo de los gobiernos, sino también de los legisladores. Y esto es así porque las alzas de precios afectan directamente el bienestar de los ciudadanos que, como en nuestro caso y como se ha dicho hasta el cansancio en los últimos años, es precario. Necesitamos dirigencias más responsables. Los parlamentarios, en primer lugar. Pero también los partidos políticos y sus candidatos. Aquellos presidenciales que han enarbolado la idea de la responsabilidad, tienen hoy una buena oportunidad para demostrarlo. ¿O se estarán haciendo cálculos? Si es así, sería triste. A veces me da la impresión de que el sistema está tan de capa caída, que, frente a la debacle, muchos que están al borde del barranco prefieren huir hacia adelante.

La filósofa Martha Naussbaum decía hoy en Puertoideas que la ira, legítima siempre, debía canalizarse hacia las soluciones productivas y no quedarse en la pura emoción pasada y en la respuesta punitiva. Tiene mucha razón. Más que reconstruir el pasado, que debemos reconocer, necesitamos mirar hacia adelante, hacia el país donde queremos vivir. Y yo no quiero vivir en un país con la inflación desbordada.

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