Páginas Marcadas de Antonio Ostornol ¿Quiénes son dueños de lo moral?

por La Nueva Mirada

Transparencia, consecuencia, las responsabilidades acerca de la ley, son los temas que me surgen a propósito de una discusión, aparentemente menor, en torno a los retiros de los fondos de pensiones y lo que hicieron varios personeros públicos.

Una serie de hechos ocurridos en las últimas semanas puso el tema de la calidad moral de los candidatos como factor de la balanza presidencial. Lo más bullado, sin duda, el que Sebastián Sichel, habiéndose opuesto en su momento al retiro del primer 10% de los fondos de pensiones, una vez aprobada la ley, hizo efectivo el retiro que universalmente los parlamentarios habían establecido como derecho de todos y cada uno de los chilenos y chilenas que tuviesen ahorros previsionales. Sería interesante preguntarse quién tiene la culpa: si el chanco o el que le da el afrecho.

Conocida la noticia –y tras el vergonzoso intento del candidato Sichel de no responder a la pregunta que hicieron todos los medios por todas las plataformas, sin restricción de epítetos ni juicios devastadores asociados a su conducta moral y su transparencia- al final se supo la verdad. Sí, el candidato que se oponía al retiro de los fondos los había retirado. Bastó que lo admitiera y aparecieron los ataques a la yugular. El diputado Crispi (RD) hablaba de la “hipocresía de quien, al mismo tiempo que instruía a sus diputados a rechazar el cuarto retiro, había hecho no uno, sino los tres retiros de la AFP. Y no por las razones de carencia que tiene la mayoría de la población, sino para traspasarlo a un APV”. Matías Walker (DC), por su parte, se preguntaba: “yo no sé quién puede entender a Sebastián Sichel. Primero dijo que no estaba de acuerdo con los retiros […] Después reconoce haber ejercido su legítimo derecho a hacer los tres retiros”. Se sumaba a los ataques el diputado Raúl Soto (ex DC), acusando al candidato de haber sido “el principal promotor del rechazo al cuarto retiro […] mientras él en privado” los hacía para beneficio personal. La senadora Loreto Carvajal (PPD) se asombraba señalando “con qué cara” el candidato había presionado a sus diputados para rechazar el cuarto retiro, “cuando él mismo tuvo el derecho a hacerlo y lo ejerció”.

Podría seguir, pero creo que vale la pena detenerse un momento en los argumentos, porque en estas críticas hay dos ideas fuerzas que no son, necesariamente, homologables. La primera, y con la cual estoy completamente de acuerdo, es la necesidad de que quienes están en el ruedo público y aspiran a cargos importantísimos de representación, tienen deber de transparencia (hoy tendríamos que preguntarle al presidente de la República). O sea, en mi opinión, el tema se resolvía muy fácil: bastaba admitir que, de acuerdo a lo que los honorables diputados le habían conferido como derecho a todos los chilenos, él había retirado sus fondos de las AFP. Ese reconocimiento, ¿habría puesto en duda su autoridad moral para oponerse a los retiros e intentar que lo siguieran sus parlamentarios? ¿Estar en contra de una ley que una amplia mayoría de diputados y senadores había votado en el Congreso, lo excluía de ejercer el derecho que la ley en cuestión le confería? A primera vista, no me parece que una cosa sigue a la otra. De hecho, que yo sepa (y me imagino que diputados y senadores lo saben mejor que yo), cuando un proyecto legislativo se convierte en ley, todos los ciudadanos están obligados a acatarla, hayan o no estado de acuerdo con ese proyecto. Si no fuera así, las leyes serían solo para quienes las apoyaron con anterioridad. O sea, el argumento de que usufructuar de lo que una ley le confiere como derecho a los ciudadanos –independiente de qué pensaran acerca de la misma antes de su aprobación- no debiera implicar un tema ético o moral.

Este análisis podría ir más allá. ¿Por qué? Si a los diputados y senadores que les ha escandalizado que el candidato y algunos ministros que estaban en contra de los retiros y los hicieron, les parecía que a esas personas no les correspondía porque no estaban sujetos a necesidad (lo que puede haber ocurrido, además, con muchos otros y otras cuyos ingresos regulares les permiten vivir sin “necesidad”), deberían haberlo pensado antes y haber hecho alguna observación al respecto. Quizás se les podría haber ocurrido una indicación que dijera algo así: “de los beneficios de la presente ley se excluyen quienes públicamente se hayan manifestado en contra de la misma”. Si la memoria no me falla, entre quienes se opusieron a los retiros, hubo varios que advertían el carácter regresivo de la misma, que no es otra cosa que permitir el beneficio privado de algunos y, como en el caso de cuarto retiro, excluir derechamente a los más pobres. ¿Los parlamentarios que aprobaron este proyecto tendrán alguna responsabilidad moral sobre estas conductas?

Creo que esta discusión es una radiografía nítida del deterioro de la discusión política en Chile. Estoy impactado de ver cómo, en este tema de los retiros, ha habido una cantidad impresionante de congresistas de todo el espectro político que públicamente han manifestado que lo consideran una pésima política, que compromete la sustentabilidad de las pensiones o recursos del estado gigantescos a futuro, y que sin embargo han votado a favor. Todavía me parece comprensible que, siendo una mala política, se aprobaran los tres primeros, ya que el gobierno –bajo el imperio de una tozudez ideológica impresionante- se resistió hasta el final a entregar ayudas más robustas y universales en los momentos más crueles de la crisis pandémica. Pero insistir en la política de retiros, cuando ya los beneficios del estado se han consolidado y la situación económica se recupera, parece un acto cortoplacista e irresponsable.

La transparencia de los dirigentes públicos es una condición sine qua non para ejercer los liderazgos, al menos en nuestra contingencia. Pero los campeones de la moral que han impuesto políticas claramente regresivas y lesivas para los más pobres, beneficiando de paso a los que tienen más, tienen una responsabilidad ética tan grande, que resulta a lo menos curioso que anden poniendo a medio mundo en el banquillo de la plaza pública. Entonces, ¿de quién será entonces la culpa? ¿del chanco o de los que le dan el afrecho? Ojalá tuviéramos las respuestas.

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