Y se fue la bolita, como se dice en la ruleta para indicar que ya no hay más apuestas. Nos encontramos en ese momento donde no hay marcha atrás y solo cabe optar entre rechazo o apruebo. Al final, cerraremos un ciclo y abriremos otro, donde volveremos a preguntarnos si lo que quedó del proceso es lo que queremos.
Pareciera que, desde diferentes direcciones, fuerzas políticas diversas intentan convencernos de que enfrentamos una disyuntiva de vida o muerte. Muchos nos dirán que Chile caminará por el despeñadero si se aprueba el texto constitucional elaborado por la Convención. Otros nos dirán que si gana el rechazo será equivalente a volver a los días de Pinochet. Pareciera existir un prurito binario, una necesidad absoluta de vivir cada momento de la política como si fuera el último o que cada acto nos condujera a una catástrofe inevitable. Se exacerba la cultura del miedo y el desastre, del mismo modo con que se estimula el sentido épico, al pretender que la derrota del adversario es la salvación de la patria o la conquista del futuro. Los llamados a enfrentar este momento con sentido democrático son necesarios. Si Chile, a partir de un acuerdo mayoritario de sus fuerzas políticas decidió emprender el camino para elaborar, por primera vez en su historia, una constitución con un origen democrático y ciudadano indiscutible, lo que fue suscrito masivamente en el plebiscito de entrada, también decidió que existiera una alternativa de validación ciudadana, donde las opciones legítimas fueran dos: apruebo o rechazo.
En este sentido, resulta interesante la mirada que ha propuesto el presidente Lagos. Es verdad que todos esperábamos una definición más categórica de su parte. Pero tengo la impresión de que su reflexión se ubica un poco más allá de las lógicas binarias, dado que anticipa un escenario post plebiscito que contiene dos ideas claves: una, que el día después del plebiscito –independiente del resultado- no es el final de la historia; y dos, que sea cual sea el resultado (apruebo o rechazo) los ciudadanos y las instituciones políticas tendrán tareas urgentes que resolver, de cara a lograr que este proceso constituyente se pueda concluir con un texto que interprete a una mayoría amplia del país y no a una escuálida.
El argumento de Lagos es sencillo. Dice en la carta que hizo pública esta semana que “las constituciones necesitan de general aceptación y a sus reglas acudimos para salvar nuestras diferencias. Una constitución no puede ser partisana. Sólo así, discutiendo dentro de la Constitución y no acerca de ella, los países cambian en el marco de una razonable estabilidad”. Si una ley tan fundamental, como lo es la constitución, que raya la cancha en que debemos desenvolvernos y desplegar toda nuestra diversidad, solo tiene la aprobación de la mitad más un poquito de los ciudadanos, será ciertamente frágil. Y, si como dice el presidente Boric, esto debiera ser un marco de vida política para los próximos cuarenta o cincuenta años, seguir adelante con la mitad del país (o un poco menos) tratando de desbancar el marco de referencias, supone un alto riesgo de inestabilidad. Lo ideal sería que esta ley fundamental la respaldara una amplia mayoría. Sin embargo, si las cosas siguen cursando como están, será una llegada estrecha.
Desde la perspectiva de Lagos, interpreto que no es viable que volvamos a vivir en el marco de la actual constitución, dadas todas las limitaciones que esta tiene, partiendo por su ilegitimidad de origen. Si le creemos a las declaraciones públicas, en esto el acuerdo sería muy amplio. Por lo mismo, Lagos llama a pensar qué debemos hacer y cambiar para que, en la eventualidad de un triunfo del rechazo, nos pongamos a la tarea de asegurar que se cumpla la voluntad popular expresada en el plebiscito de entrada. Y, además, sugiere que ese proceso, de ocurrir, debiera ser liderado por el actual presidente Boric. Pero Lagos también se pone en el escenario de que triunfe el apruebo por un margen estrecho, que denote una ciudadanía dividida en más menos dos mitades. Y en ese caso, nos invita a pensar qué gestos y acciones podemos realizar para que ese texto constitucional –con las modificaciones que corresponda- pueda acoger a una mayoría más significativa de la ciudadanía, tarea que también le compete a las principales autoridades y liderazgos del país.
Entonces, ciertamente, la invitación del presidente Lagos es a pensar este momento constitucional como parte de un proceso constituyente que viene de lejos y no se concluye el 4 de septiembre, cualquiera sea su resultado. Y si aceptamos esta afirmación –al menos, a mí, me hace sentido-, debemos centrar la discusión en los temas específicos que nos aporta el texto propuesto por la Convención, y aquellos otros que, a juicio de cada cual, son insatisfactorios. Sería muy bueno saber cuáles son los niveles de acuerdo de cada sector político o ciudadano con aspectos específicos de la propuesta de nueva constitución. Por ejemplo, ¿a quiénes les gusta el sistema de justicia, o de derechos sociales garantizados? ¿O la estructura bicameral o el reconocimiento en cuanto naciones de los pueblos originarios? En fin, el texto es largo y los artículos muchos. Por lo tanto, con mayor urgencia debe haber pronunciamientos explícitos de las distintas fuerzas políticas sobre los temas cruciales en discusión.
Si ponemos sobre la mesa el apoyo de cada quién en los diversos temas, así como sus desacuerdos, entonces tendrá sentido vivir un evento binario como el que se nos aproxima. Y para que esa elección responda a ese sentido, la verdadera pregunta que tenemos que hacernos es en cuál escenario es más fácil seguir avanzando para alcanzar una constitución que nos represente mayoritariamente: si es aprobando el texto propuesto por la Convención, o rechazándolo y reiniciando un proceso constituyente de carácter democrático. Por mi parte, me avocaré a estudiar el trabajo realizado durante un año por nuestros constituyentes y podré decir, al final, si para mí fueron héroes o villanos, o simplemente buenos ciudadanos, esclavos de sus méritos y limitaciones.