Por Antonio Ostornol, escritor.
Hoy quiero volver a marcar una página. En esta oportunidad, es un documental notable y un gran momento de nuestra historia. Me refiero a la película “La ciudad de los fotógrafos” y a la formación de la Asociación de Fotógrafos Independientes, AFI, a comienzos de los años 80. Una amiga encontró un sitio en Internet dónde se podía ver (https://ondamedia.cl/#/player/5d95fb627585a507959b30bf) y lo compartió. Casi como un ejercicio de nostalgia, decidí ver algunas imágenes. Allí el cineasta Sebastián Moreno, en base a un guion escrito en colaboración con Claudia Barril y Nona Fernández, el año 2006 narra la historia de la ciudad que los fotógrafos independientes, es decir, aquellos que no formaban parte de la Unión de Reporteros Gráficos, que “mantenía un estrecho vínculo con la prensa oficialista, principalmente debido a que la Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos) impedía la difusión de fotografías «no oficiales» en los medios de comunicación.” (Memoria chilena. http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3499.html), registraron en las calles de Santiago, desafiando la represión, el secuestro, la desaparición y la muerte.
Allí el cineasta Sebastián Moreno, en base a un guion escrito en colaboración con Claudia Barril y Nona Fernández, el año 2006 narra la historia de la ciudad que los fotógrafos independientes
Me quedé pegado en la pantalla hasta que terminó la película y todavía tenía en mi memoria esa historia en blanco y negro, que comenzaba a teñir los momentos más crueles de la dictadura con algún dejo de esperanza. Eran los tiempos de las primeras protestas masivas, de los cacerolazos que desafiaban la ocupación militar de la ciudad, de los primeros apagones que anunciaban formas más radicales de lucha, de los albores de la colaboración entre fuerzas políticas que habían estado en posiciones antagónicas y que se reunían para derrotar a la dictadura, de la reconstitución de las organizaciones sindicales y la CUT, del despliegue de las organizaciones estudiantiles recuperadas en medio de la persecución. Era también el tiempo de los “falsos enfrentamientos”, de las detenciones arbitrarias, de los lugares clandestinos de detención, de las torturas sistemáticas hasta la muerte, de las desapariciones, de la mayoría de los tribunales haciendo vista gorda de las violaciones a los derechos humanos, de la prensa nacional tradicional entregada al gobierno y sus mentiras y ocultamientos (diarios y revistas tradicionales y televisión abierta, principalmente).
Me quedé pegado en la pantalla hasta que terminó la película y todavía tenía en mi memoria esa historia en blanco y negro, que comenzaba a teñir los momentos más crueles de la dictadura con algún dejo de esperanza.
la prensa nacional tradicional entregada al gobierno y sus mentiras y ocultamientos (diarios y revistas tradicionales y televisión abierta, principalmente).
Y esos fotógrafos independientes, arriesgando cotidianamente la vida, decidieron asociarse para enfrentar, a través de la imagen, los abusos de la dictadura. Ellos registraron el primer descubrimiento que confirmó la existencia de detenidos desaparecidos (los hornos de Lonquén, 1978), acompañaron a las mujeres de la Agrupación de Detenidos Desaparecidos en sus encadenamientos en los tribunales de justicia y sus marchas –no sólo no autorizadas, sino que realmente clandestinas- para denunciar el calvario que vivían, fueron los testigos de las primeras protestas y las primeras barricadas en las poblaciones. A uno de sus asociados, Rodrigo Rojas Denegri, los militares lo quemaron vivo cuando cubría una jornada de protesta el año 1986, junto a Carmen Gloria Quintanilla. Él no sobrevivió.
A uno de sus asociados, Rodrigo Rojas Denegri, los militares lo quemaron vivo cuando cubría una jornada de protesta el año 1986, junto a Carmen Gloria Quintanilla. Él no sobrevivió.
Ellos eran verdaderos héroes. No porque no tuvieran miedo. Lo tenían, lo vivían. Cada uno de ellos había sufrido la represión, o les había tocado de cerca. Todos conocían o sabían de alguien más o menos cercano que había sido asesinado, o estaba desaparecido, o lo habían torturado durante meses, incomunicado y no reconocido, y negado por los tribunales de justicia. Pero estaban ahí, en la calle, desafiando la dictadura, arriesgando la piel para que pudiéramos tener una vida mejor o que, al menos, no tuviéramos que pagar con la vida el derecho a expresarnos y manifestarnos con libertad. Es cierto que no eran los únicos. Hubo algunos que dedicaron todos esos años a reconstruir desde la clandestinidad los partidos políticos, no sólo de izquierda, también de centro. Eran los tiempos en que, si eran sorprendidos en una reunión secreta realizada en alguna casa, centro deportivo o iglesia, la probabilidad de ser detenidos, torturados y asesinados era altísima. Ahí están las cifras mudas de asesinados y desaparecidos que trazan la memoria de estos héroes anónimos. Estaban también los que –compartiendo o no su visión política- decidieron levantarse en armas y arriesgar la vida. Y los dirigentes públicos de los partidos de oposición a la dictadura, también fueron héroes. Pusieron el cuerpo, la voz, su propia comodidad.
Ellos eran verdaderos héroes. No porque no tuvieran miedo. Lo tenían, lo vivían. Cada uno de ellos había sufrido la represión, o les había tocado de cerca.
Todos ellos fueron héroes en un tiempo donde hacer política alternativa al régimen era, literalmente, un hecho de vida o muerte. Hoy se escucha o se lee con frecuencia (sobre todo en las redes sociales) que los “viejos” tienen miedo o son cobardes y por ello critican las actuales movilizaciones. Debe entenderse por viejo cualquier persona que hoy tenga unos 50 años o más. Y lo dicen de muchas personas que fueron los héroes de los setenta y los ochenta, los que arriesgaron de verdad la vida, porque en esos tiempos la muerte era cotidiana. ¿Es posible acusar a esos miles de chilenas y chilenos que hace unas décadas atrás lo dieron todo por las libertades que tenemos hoy, de tener miedo o ser cobardes? Podría admitir que hay traumas no resueltos. Pero no acepto el tenor de su enjuiciamiento.
Eran los tiempos en que, si eran sorprendidos en una reunión secreta realizada en alguna casa, centro deportivo o iglesia, la probabilidad de ser detenidos, torturados y asesinados era altísima.
En esto hay una injusticia histórica, como si nadie la hubiese contado o nunca se hubiese estudiado. ¿Será parte del olvido? Pareciera que hoy, si no adhieres a todas las formas de manifestarse, es simplemente por temor. Y no se admite la opción de no estar de acuerdo con los propósitos (si los hay) o los métodos de la protesta. Personalmente, no estoy por avalar la idea de que Chile sea una sociedad fascista, que vivamos prácticamente en una dictadura, que la represión no permita la vida social ni política con libertad. Vamos a tener un Plebiscito constitucional de verdad (no como el trucho del 80) y confío en que luego elijamos una Convención constituyente ampliamente representativa. Esto no es una dictadura. Y no lo es gracias a los héroes de ayer, a los que se la jugaron para que hoy exista la protesta, la libertad de expresión, las organizaciones políticas, y podamos movilizarnos para que el sistema en que vivimos sea más justo, democrático y equitativo. No estar de acuerdo no significa tener miedo: a lo mejor hay algo de sabiduría, de memoria, de historia.
Todos ellos fueron héroes en un tiempo donde hacer política alternativa al régimen era, literalmente, un hecho de vida o muerte. Hoy se escucha o se lee con frecuencia (sobre todo en las redes sociales) que los “viejos” tienen miedo o son cobardes y por ello critican las actuales movilizaciones.
Esto no es una dictadura. Y no lo es gracias a los héroes de ayer, a los que se la jugaron para que hoy exista la protesta, la libertad de expresión, las organizaciones políticas, y podamos movilizarnos para que el sistema en que vivimos sea más justo, democrático y equitativo.
Ver películas como “La ciudad de los fotógrafos” nos permite valorar la enorme gesta de las generaciones que lo dieron todo –cuando aquello comprometía la vida- para que pudiéramos vivir en democracia.
1 comment
Totalmente de acuerdo, querido Toño, te sigo desde ahora!