Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. Vejez, Muerte y pandemia: Cuentos morales de J.M. Coetzee

por La Nueva Mirada

Por Antonio Ostornol, escritor.

Las cifras del Covid 19 nos instalan –sin posibilidades de eludirlo- frente a dos hechos que rigen nuestro día a día: el pensamiento mágico y lo inevitable de la muerte.

el pensamiento mágico y lo inevitable de la muerte.

Todos los días asistimos a un ritual mortuorio. El oferente de la ceremonia ya sea el Ministro de Salud, o el o la subsecretaria, anuncian los muertos diarios. La escenografía es monumental pero minimalista: fondo azul, un estrado de madera para la calidez, y la triada de pregoneros perfectamente alineada manteniendo el distanciamiento social. El evento ya está marcado en la agenda de prensa, en la pauta de los medios de comunicación, en la memoria de cada uno de los ciudadanos y ciudadanas que desde hace ya cinco meses contemplamos con estupefacción el conteo de fallecidos producto de la epidemia. La muerte, en cuanto hecho recurrente, se ha hecho evidente. Algunos afirman que, además, se ha vuelto espectáculo. Y no dejan de tener razón. Basta mirar los noticieros de la televisión y poner atención a la fruición con que los periodistas acechan a quienes esperan por su turno en los hospitales. Llega a ser obsceno el empecinamiento por relevar lo más lúgubre y tenebroso de un proceso que nos coloca, como si el tiempo se hubiese suspendido, de cara a la muerte.

desde hace ya cinco meses contemplamos con estupefacción el conteo de fallecidos producto de la epidemia. La muerte, en cuanto hecho recurrente, se ha hecho evidente.

Llega a ser obsceno el empecinamiento por relevar lo más lúgubre y tenebroso de un proceso que nos coloca, como si el tiempo se hubiese suspendido, de cara a la muerte.

En Siete cuentos morales de J.M. Coetzee (El hilo de Ariadna, RHM, 2028) pareciera enviársenos un mensaje a quienes nos encontramos en esta circunstancia: “La verdad sin rodeos es que te estás muriendo. Que ya tienes un pie en la tumba. […] La verdad sin rodeos es que no estás en situación de negociar […] No puedes decirle “No” a la muerte. Cuando la muerte te dice “Ven”, tienes que agachar la cabeza y seguirla”. Si uno pudiese hacer un recorrido por las opiniones que, desde enero a la fecha, han pronunciado decenas de médicos y epidemiólogos, debiera concluir que esta pandemia se cobrará muchas vidas y deberemos acostumbrarnos al dolor. Nos encantaría tener a quién responsabilizar por lo que nos está pasando. Yo creo que a Trump le pasa algo así con China: como la realidad no se ajusta a sus mezquinos intereses, se enoja e intenta culparla de su propia impotencia e ineficiencia. En las redes, he leído mensajes que asocian lo que ocurre al neoliberalismo y llaman a combatirlo porque es el enemigo principal y no la enfermedad. Y más de alguien cree que con un gobierno distinto al actual, se habrían evitado las muertes, ya que el estado estaría focalizado en las personas y no en los negocios. Más aún, no me extrañaría que más de alguien estuviera pensando que este es un buen momento para derrocarlo. A comienzos de año, cuando todavía no teníamos el confinamiento en la agenda y el coronavirus parecía suceder a miles de kilómetros de distancia, un amigo médico me profetizó que no teníamos cómo salvarnos de su llegada y de su secuela de muertes. En este sentido, sus palabras están en la línea de Coetzee: la muerte es parte de la experiencia humana como las pandemias lo han sido de su historia. Es difícil aceptar que así sea y reconocerlo no significa necesariamente pura resignación.

“La verdad sin rodeos es que te estás muriendo. Que ya tienes un pie en la tumba. […] La verdad sin rodeos es que no estás en situación de negociar […] No puedes decirle “No” a la muerte. Cuando la muerte te dice “Ven”, tienes que agachar la cabeza y seguirla”.

Yo creo que a Trump le pasa algo así con China: como la realidad no se ajusta a sus mezquinos intereses, se enoja e intenta culparla de su propia impotencia e ineficiencia.

la muerte es parte de la experiencia humana como las pandemias lo han sido de su historia.

Pero hacerlo nos ayuda a cambiar la perspectiva. Así, en vez de poner nuestro centro de atención y energías en la asignación de culpas (¿ese estilo no les suena un poco beato o demasiado gerencial? Pienso en ciertas religiones cuyo centro está en marcar la falta o esos liderazgos empresariales cuyo perfil es indicar el error), podríamos focalizarnos mejor en los mecanismos y procesos necesarios para minimizar el costo de la pandemia. Puesto a mirar el escenario desde el desconocimiento médico absoluto, me cuesta discernir si la estrategia A o la B es “indiscutiblemente” la mejor. ¿Alguien lo sabrá? Afirmarlo suena a soberbia, ¿no es cierto? ¿Acaso es posible imaginar que las autoridades políticas, del nivel que sean, no consultan con los que saben de estos temas? ¿Serán los asesores del Ministro o el Presidente unos perfectos ignorantes? No lo creo. Hay momentos, eso sí, en que el proceso de toma de decisiones de ciertos liderazgos pareciera provenir del pensamiento mágico. Cuando Trump afirmó que la epidemia se iría de un día para otro, su declaración sonaba a un acto de magia; y Bolsonaro, cuando afirma que la crisis económica matará más gente que el Covid 19, también.

Hay momentos, eso sí, en que el proceso de toma de decisiones de ciertos liderazgos pareciera provenir del pensamiento mágico.

Creo que uno de los principales desafíos que estos tiempos nos proponen es la aceptación de la muerte. Eso significa algo más que simplemente entender que es inevitable, que a todos nos ocurre, y más aún en una circunstancia como la actual. También significa que debemos incorporar a nuestra mirada la certeza de que habrá momentos muy duros para todos: para los deudos, para el personal de salud, para quienes tenemos que hacer el esfuerzo colectivo de enclaustrarnos para contener el contagio. En estos días murió el abuelo de mis hijos. Un hombre muy mayor, ya vivido. Su deceso no fue sorpresa para nadie e incluso puede haber sido un alivio para él. Pero estaba en una casa de reposo y murió solo. Y eso fue muy triste. Murió sin acompañamiento, sin despedirse, sin el gesto de cambio de mando. Coetzee afirma que “hay algo en que los viejos superan a los jóvenes: en morir.” Y agrega que a los viejos “les atañe morir bien”. Pero ¿qué es morir bien? Coetzee responde de la siguiente manera: “Una buena muerte ocurre lejos, en algún lugar donde gente extraña se hace cargo de los restos mortales, gente que está en el negocio de las funerarias. De una buena muerte, uno se entera por telegrama”. Así se están muriendo nuestros viejos hoy, aquellos que están en los diversos asilos y casas de acogida, encuarentenados desde mediados de marzo. ¿Será así la buena muerte de los viejos? Es posible que algo haya de razón en aquello. La vejez conlleva un viaje hacia un lugar desconocido para quienes todavía no lo transitan. Es ese territorio donde, como dice Coetzee, cada porción de nuestro cuerpo se deteriora o sufre los efectos de la entropía, incluso las mismas células. “Aunque estén todavía sanas, las células viejas tienen un tono otoñal”. Y según el escritor, el otoño mira hacia atrás y, por lo mismo, “los deseos que concibe el cerebro otoñal son deseos otoñales, nostálgicos, estratificados en la memoria”.

Creo que uno de los principales desafíos que estos tiempos nos proponen es la aceptación de la muerte.

Así se están muriendo nuestros viejos hoy, aquellos que están en los diversos asilos y casas de acogida, encuarentenados desde mediados de marzo. ¿Será así la buena muerte de los viejos?

“los deseos que concibe el cerebro otoñal son deseos otoñales, nostálgicos, estratificados en la memoria”.

Pero nuestro pensamiento mágico se resiste a aceptar que así se muera bien. Al parecer necesitamos la conexión afectiva, el momento del cierre de una historia, el ritual para hacer la pérdida. Lo terrible de estos momentos no es necesariamente la muerte de tantos viejos, lo que es inevitable bajo cualquier circunstancia, sino lo solos que se están muriendo.

Lo terrible de estos momentos no es necesariamente la muerte de tantos viejos, lo que es inevitable bajo cualquier circunstancia, sino lo solos que se están muriendo.

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