Marx caracterizó al capital como una fuerza histórica. No depende de que haya agentes – individuos capitalistas – que lo desplieguen y lo acumulen. El capital los produce. No es tan raro, si se piensa que la conquista de América produjo sus conquistadores, la iglesia sus curas, la modernidad sus ingenieros. Estamos poseídos por la historia. Sin saber, la obedecemos más profundamente que cualquier otro mandato.
Se me ocurre que casi todas desarrollamos una capacidad mínima para desapegarnos en parte de nuestra posesión histórica, y crear a partir de ella una existencia personal más o menos propia. Sin embargo, en ocasiones la posesión es unilateral y total. De arriba abajo, de la cabeza a las uñas. Así como los conquistadores fueron bestias monótonamente enfocadas en conquistar, hay capitalistas poseídos completamente por el afán de acumular. No de fabricar, crear o producir, nada más que acumular.
Más de alguno se puede ver a simple vista. Queriendo el poseído convivir con las demás sin poner en evidencia los afanes acumuladores unilaterales que lo poseen, se disfraza de una buena persona, con tiempo disponible, decente, apegada a la ley. Pero el poseedor nunca está plenamente donde está el poseído. Adelantado en el futuro, sufre los tirones de las ganancias perdidas en el tiempo que pierde acompañando al poseso. Emerge la marioneta: el habla desentonada con los gestos corporales, las tormentas de tics, la incomodidad bajo la piel. En privado, cuando no lo ven, el poseedor de uñas largas acumula sin tapujos. Cuando se abre la caja de pandora de sus fechorías, lo que personalmente más me perturba es percibir el sin sentido de una existencia que no es nada más que un conducto para el capital en acción.