Todo indica que Pedro Castillo ganó la elección y será el próximo presidente de Perú. Restando pocas mesas que contabilizar, básicamente en sectores rurales y del exterior, la ventaja de Castillo parece irremontable. Keiko Fujimori ganó en Lima y otros sectores urbanos, además del exterior, en tanto que Castillo se impuso rotundamente en las zonas rurales de la Sierra y la Amazonia.
Un desenlace infartante, no tanto por lo estrecho de los resultados (pueden ser más holgados que en anteriores elecciones) sino por lo que implican. Pedro Castillo, un desconocido maestro rural, que partió con menos de dos por ciento en las encuestas, irrumpió en las ultimas semanas de la primera vuelta para imponerse a Keiko Fujimori por márgenes mas bien estrechos y pasar a segunda vuelta.
Inmediatamente se le planteó al electorado peruano el repetido dilema del mal menor, que divide las opiniones en el país vecino y el resto del planeta interesado en el crítico acontecer de la región.

Un ya predecible Mario Vargas Llosa, se alineó con Keiko Fujimori “para salvar la democracia”. Y con él un amplio espectro del fragmentado mapa político peruano, que no necesariamente responde a las clásicas categorías de izquierda, centro o derecha. No fue un detalle menor que Veronika Mendoza, la candidata de izquierda en primera vuelta, luego de superar sus dudas iniciales, se alineara con Pedro Castillo.
Keiko Fujimori carga con el pesado fardo de la herencia política de su padre, que actualmente cumple condena por delitos de corrupción y violaciones a los derechos humanos durante su gobierno. Si bien logró traspasar las fronteras del fujimorismo y levantar los vetos de sectores políticos y empresariales, no superó el rechazo de amplios sectores de ciudadanos que la asocian a la corrupción y malas practicas políticas. Es necesario recordar que ella enfrenta un proceso por el financiamiento ilegal de su anterior campaña, con dineros provenientes de la constructora brasileña Odebrecht, por lo que el fiscal ha solicitado una condena de 30 años en prisión.

Pedro Castillo lideró las encuestas a lo largo de toda la segunda vuelta, por márgenes holgados (cerca de 10 puntos) y luego estrechos, que animaron a muchos analistas anticipar un empate técnico. Pero nunca Fujimori superó a Castillo en las mediciones. Y sólo se pudo animar brevemente en los recuentos iniciales, que cambiaron en la medida que se contabilizaban los votos en sectores andinos y amazónicos. Con toda propiedad se puede afirmar que confirmado el triunfo de Pedro Castillo, éste se lo deberá a los pueblos olvidados, a los pobres de la ciudad y el campo, a los desheredados de la tierra. A quienes han perdido la confianza en los políticos por sus malas prácticas y una corrupción rampante, que cruza transversalmente el arco político del Perú.
¿Qué vendrá con el triunfo de Pedro Castillo?

Nadie lo sabe con certeza y ciertamente sus adversarios anuncian lo peor. Hasta el agotamiento intentan aterrorizar con la gastada imagen de Venezuela. Con la eventual nacionalización de la banca, la minería y la energía. Con una fuga de capitales y el desborde inflacionario. Y así por delante. Como si la actual realidad del país fuera muy estimulante tras una crisis a todas luces galopante y desbordada, además por los efectos de la pandemia.
Asustan con las supuestas intenciones de Pedro Castillo para eternizarse en el poder, como si el horno político estuviera para bollos en el país vecino.
Como era de esperar- vaya novedad en la Región – los mercados han reaccionado con extremo nerviosismo y preocupación frente a estos resultados electorales que instalan a un no deseado por los grandes capitales en la presidencia peruana. La bolsa ha experimentado caídas de más de un siete por ciento y amenaza con profundizarse a medida que se confirme la victoria del denostado maestro primario que ha recibido el desprecio de la poderosa elite limeña.
Al momento de asumir la presidencia, Pedro Castillo encabezará un gobierno sin mayoría parlamentaria, A lo más podría sumar 40 de los 130 parlamentarios en ejercicio. Y por ahora, no tiene condiciones para buscar alianzas más allá de las fronteras de la izquierda.
Desde luego no estará en situación de cumplir el radical y agresivo programa de gobierno ofrecido en la primera vuelta y trabajosamente moderado en la segunda ronda. Los primeros meses de su gobierno serán decisivos para definir si se instala la confrontación o un espacio de búsqueda de consensos para garantizar la esquiva gobernabilidad de los últimos años en Perú.
No es ocioso indagar en la persistencia de una apuesta por inviabilizar la gestión del nuevo mandatario. Los mecanismos son conocidos y se han reiterado en los últimos años para desgracia de las condiciones de vida de la gran mayoría de peruanos y peruanas.

El camino de lo confrontación tiene un resultado predeterminado. Una amplia mayoría parlamentaria podría alinearse para declarar una repetida vacancia presidencial, agudizando el conflicto en la polarizada sociedad peruana. El camino de la negociación es igualmente complejo y requiere capacidad de articulación que Castillo deberá demostrar.
En rigor, la situación no habría sido muy distinta en la eventualidad de que Keiko Fujimori hubiese sido la ganadora (aun alienta escuálidas esperanzas, con denuncias de fraude infundadas). Tampoco ella contaría con mayoría parlamentaria (aunque con mejores condiciones para establecer alianzas). Perú arrastra una crisis política muy seria, como se demuestra en el último quinquenio, y su gobernabilidad está seriamente amenazada.
Aunque se repite más bien como argumento de una poco ocultada campaña del terror contra el avance de nuevos gobiernos de izquierda en la Región, la instalación de Castillo en Perú se esgrime como advertencia por el riesgo de fortalecimiento de la hoy alicaída alianza bolivariana por los pueblos (ALBA) La precariedad de los gobiernos en Venezuela, Nicaragua y la propia Cuba, contribuyen poco a dicha argumentación.
Aunque persisten interrogantes respecto del resultado definitivo en la tensa contienda presidencial del país vecino, todo indica que se abre un nuevo capítulo histórico con la presidencia del aplaudido y también vapuleado profesor Castillo. Un nuevo vecino para el cierre del esmirriado gobierno de Sebastián Piñera, al que se le terminan gobernantes amigos en las fronteras nacionales.
Un nuevo capítulo para una historia que abre nuevas interrogantes sobre un hipotético final feliz. Más allá de celebraciones y lamentos a la vista.