Manuel Merino no duró seis días como Presidente interino. Una ola de protestas ciudadanos lo derribó. Se reiteran las similitudes con el estallido social en nuestro país. También la represión de una policía disparando balines (¿de goma?) en contra de los manifestantes, dejando un saldo de dos muertos y centenares de heridos. Al igual que Sebastián Piñera, el Presidente interino (¿alguien recordará su nombre?) nunca entendió el motivo de las protestas. Y no fue el único. La destitución de Martín Vizcarra para proteger a parlamentarios investigados por corrupción fue la gota que colmó el vaso.
La gente salió a las calles a protestar en contra de la corrupción y las malas prácticas de la política, rechazando la nominación de Merino como ilegitima. “Merino no es mi presidente” rezaban los carteles levantados principalmente por jóvenes que masivamente salieron a las calles de Lima y las principales ciudades de Perú demandando cambios profundos.
Rápidamente los sectores que habían apoyado la destitución de Vizcarra- 105 de los 130 congresales- empezaron a tomar prudente y conveniente distancia de Merino, amenazando con rechazar el voto de confianza a su recién designado gabinete. Otro tanto hicieron las FF.AA. pese a que inicialmente habían validado la destitución de Vizcarra, negándose a concurrir a la convocatoria del nuevo gobierno. La opinión pública internacional califica la maniobra como un golpe de Estado parlamentario, una nueva tendencia en reemplazo a los históricos golpes militares en la región.
Apareció Sagasti y su urgente agenda
Merino no tuvo otra opción que la renuncia indeclinable. En medio de crecientes movilizaciones ciudadanas y fuerte represión policial, durante un día y medio Perú no tuvo gobierno ante las dificultades del parlamento para aprobar una fórmula de sucesión. Hasta la designación del ingeniero industrial, doctor en Filosofía y militante del partido Morado (el único partido en rechazar la destitución de Vizcarra), Francisco Sagasti.
Sagasti, de 76 años, es un político moderado de centro liberal. Con dilatada trayectoria en organismos internacionales, autor de numerosos libros y académico destacado, fue uno de los rehenes en la toma de la embajada de Japón en Lima por el grupo guerrillero Tupac Amaru. Elegido parlamentario por el partido Morado, no genera grandes resistencias en la derecha ni en la izquierda peruana, y aparece para calmar la tormenta política con el objetivo principal de viabilizar la transición hasta las elecciones de abril y el cambio de mando en el mes de julio 2021.
aparece para calmar la tormenta política con el objetivo principal de viabilizar la transición hasta las elecciones de abril y el cambio de mando en el mes de julio 2021.
Ciertamente no será una tarea fácil. Básicamente por la profunda crisis política, económica y social que vive el país. Un fenómeno en creciente expansión que no capitaliza ningún sector político. Tampoco los precandidatos presidenciales que han anunciado sus postulaciones. La movilización popular, al igual de lo que sucede en nuestro país y otros de la región, es contra de un orden injusto y excluyente, la corrupción y las malas prácticas políticas, demandando cambios y reformas profundas. Y todo aquello no se resolverá ciertamente con las próximas elecciones. Por más que algunos candidatos pretendan encarnar el descontento o ensayar fórmulas populistas para captar adhesiones.
Al igual de lo que sucede en Chile, Perú vive una grave crisis sanitaria, económica, política y social, que requiere ser enfrentada de raíz, sin descartar una reforma constitucional a todas luces necesaria y que Martín Vizcarra ya había propuesto.
El acuerdo del 15 de noviembre del año pasado para posibilitar en proceso constituyente en nuestro país permitió canalizar parte del descontento y la demanda de cambios por vías institucionales, pero está lejos de haber sido superado. Al igual de lo que sucede en Chile, Perú vive una grave crisis sanitaria, económica, política y social, que requiere ser enfrentada de raíz, sin descartar una reforma constitucional a todas luces necesaria y que Martín Vizcarra ya había propuesto.
Lo que se juega en las próximas elecciones presidenciales
Lógicamente ello excede las posibilidades de un gobierno interino que deberá entregar el poder en ocho meses, pero hace imprescindible que la administración de Sagasti proponga un derrotero para enfrentarla. Y para ello deberá contar con el esquivo concurso del fragmentado mapa político peruano. Su nominación ha contado con una clara mayoría de 96 votos y tan sólo 26 votos en contra. La duda es si los partidos que apoyaron su nominación, algunos de los cuales integran la nueva fórmula presidencial, cerrarán filas en torno al nuevo gobierno – el tercero en una semana y el cuarto en el actual período – para apoyar una agenda de reformas indispensables.
La otra gran duda, es si su nominación calmará la voz de la calle. De los miles de ciudadanos que salieron a protestar exigiendo cambios y reformas de fondo.
La otra gran duda, es si su nominación calmará la voz de la calle. De los miles de ciudadanos que salieron a protestar exigiendo cambios y reformas de fondo.
Al igual de lo que pasó en nuestro país luego del 18 de octubre del año pasado, algo muy de fondo cambió en Perú tras las protestas sociales en contra de la designación del “breve” Manuel Merino. Tal como se afirma, Perú despertó y no será posible adormecerlo con cantos de sirena o cambios cosméticos. Los partidos políticos peruanos, al igual que muchos en la región, enfrentan una crisis de confianza y legitimidad ante la ciudadanía.
Las elecciones se constituyen en el único mecanismo con que cuenta la democracia para resolver conflictos y tomar opciones. No es infalible. Tal como se debe recordar fue el pueblo alemán el que llevo a Hitler al poder. Fue el pueblo norteamericano el que eligió a Donald Trump y le dio más de setenta millones de votos en la reciente elección, Y fue el pueblo brasileño el que eligió a Jair Bolsonaro. Y en Chile permitió que Sebastián Piñera alcanzara su reelección.
Así es la democracia y la responsabilidad no recae solo en los ciudadanos, obviamente es principal y esencial para los actores políticos que traslucen debilidades mayores en buena parte de la región para encausar claras propuestas de futuro. El liderazgo se juega en la capacidad para señalar un camino que la mayoría ciudadana pueda compartir.
Así es la democracia y la responsabilidad no recae solo en los ciudadanos, obviamente es principal y esencial para los actores políticos que traslucen debilidades mayores en buena parte de la región para encausar claras propuestas de futuro.
Ese es un dilema que está en juego no tan sólo para la democracia peruana.