En su intervención ante el gran empresariado, ENADE 2017, Sebastián Piñera dio a conocer lo que serían las bases de la campaña que lo llevaría nuevamente a La Moneda. En lo esencial acentuó un verdadero panegírico de lo realizado en las últimas décadas – abarcando los últimos años de la dictadura, las dos décadas de gobiernos concertacionistas, incluido el primero de la Presidenta Bachelet y, ciertamente, el anterior bajo su mandato – resaltando lo que denominó un salto al desarrollo, pasando de los US $ 7.000 dólares del PIB en 1990 a los US$ 23.000 de 2017, que instalaba a Chile en el liderazgo de la Región, tras haber reducido la pobreza de un 40% (a fines del régimen cívico militar) a menos de un 12% el 2017, mejorando los indicadores sociales en lo que remarcó como una transición ejemplar a la democracia.
Su marcado reparo apuntó a lo realizado durante la segunda administración de Michelle Bachelet, imputándole ideologismo, ánimo refundacional, con reformas que sólo habían escuchado “la voz de la calle”, descarrilando al país de la senda del crecimiento, concluyendo, en consecuencia, con su compromiso de retrotraerlas para instalar a Chile, nuevamente, en el sendero perdido
Su marcado reparo apuntó a lo realizado durante la segunda administración de Michelle Bachelet, imputándole ideologismo, ánimo refundacional, con reformas que sólo habían escuchado “la voz de la calle”, descarrilando al país de la senda del crecimiento, concluyendo, en consecuencia, con su compromiso de retrotraerlas para instalar a Chile, nuevamente, en el sendero perdido
Esas palabras llamaron la atención por el reconocimiento del llamado “legado”, próximo a un “milagro económico” del régimen de Pinochet, tan celebrado por sus partidarios. Algo tan falaz para una mayoría de los chilenos que ha debido soportar sus costosas consecuencias. Impresionó también su excesivo panegírico del proceso de transición, sin asumir sus evidentes insuficiencias y limitaciones.
En ese momento aún Piñera marcaba una diferencia con la mayoría del gran empresariado por haber apoyado el No en el plebiscito de 1988, cuando Pinochet apostó, sin éxito, a prolongar su dictadura por 8 años más. Corolario de esa postura serían su condena a las sistemáticas violaciones a los derechos humanos y la denuncia contra “los cómplices masivos” de ese oscuro período de nuestra historia, contrastando siempre con su reconocimiento al legado en materia económica, inimaginable en su implementación sin la represión y los crímenes de lesa humanidad.
No dejaba de llamar la atención su apología de los 20 años de gobiernos concertacionistas, de los cuales fue un férreo opositor. Partiendo por Patricio Aylwin que insiste en admirar y seguir su ejemplo. La historia lo desdice pues Piñera fue el generalísimo de la campaña de Hernán Büchi, el candidato del pinochetismo que enfrentó a Aylwin en 1989. También que electo senador por Renovación Nacional defendiera la Constitución de 1980 incluyendo a los senadores designados y los enclaves autoritarios, así como el modelo económico neoliberal.
No dejaba de llamar la atención su apología de los 20 años de gobiernos concertacionistas, de los cuales fue un férreo opositor. Partiendo por Patricio Aylwin que insiste en admirar y seguir su ejemplo. La historia lo desdice pues Piñera fue el generalísimo de la campaña de Hernán Büchi, el candidato del pinochetismo que enfrentó a Aylwin en 1989. .
Volviendo a lo más reciente y su empeño por retrotraer las reformas implementadas, con mayoría parlamentaria, durante el último gobierno de Bachelet, Piñera se acopló a la llamada estrategia del “desalojo 2.0”, propiciada por Andrés Allamand y los publicistas de la derecha, funcionales a su empeño por retornar al poder.
Allí donde ahora continúa impactando el masivo desborde social que hizo trizas la tan proclamada imagen internacional de Chile, ahora reconocida por la brutal represión y su secuela de víctimas, como el fracaso evidente del protegido modelo económico y social que Piñera ha defendido sin vacilaciones.
Hoy, en el contexto del estallido social que golpeó cualquier prevención de su nueva administración, en el contexto de una gestión ciega y sorda a las demandas sociales que, con reconocidos yerros, intentó acoger y encausar el reciente gobierno de Bachelet, la pregunta extendida es sobre la miopía autocomplaciente y el desprecio por el desencanto acumulado que hizo trizas “el oasis” que lo llevó a imaginar un liderazgo más allá de nuestras fronteras. Allí donde ahora continúa impactando el masivo desborde social que hizo trizas la tan proclamada imagen internacional de Chile, ahora reconocida por la brutal represión y su secuela de víctimas, como el fracaso evidente del protegido modelo económico y social que Piñera ha defendido sin vacilaciones.
Paradojalmente cualquier salida a la profunda crisis en cuyo intenso desarrollo el mandatario parece haber perdido el timón, como lo corroboran todas las mediciones de opinión pública, pasa por retomar con mayor profundidad el camino de reformas estructurales impulsadas por el gobierno de Bachelet, que Piñera se ha empeñado en retrotraer durante los estériles dos años de su nueva gestión presidencial.
En su momento, más allá de las palabras que han quedado para la historia, esas reformas de Bachelet – que no pretendían una refundación ni menos una revolución, incluyendo el proceso constituyente, que con su regreso a La Moneda Piñera escondió en un cajón y hoy todos deben aceptar como inevitable -apuntaban a disminuir las brechas de irritantes y profundas desigualdades de una sociedad donde la jubilación, educación y salud aún no constituyen un derecho garantizado siendo un bien de consumo más, con irritantes y groseros beneficios para los dueños de las AFP e Isapres.
Hoy día, cualquier salida a la crisis en curso – que ha hecho trizas las proyecciones de crecimiento prometidas por su gobierno – requiere de un sistema tributario, cuyo mínimo está en la reforma impulsada por la administración anterior, eliminando las vías de elusión y evasión, elevando la carga a esa minoría de ricos, que incluye a Piñera, para financiar una agenda social que disminuya la brecha de las desigualdades y garantice igualdad de oportunidades y de resultados.
Hoy día, cualquier salida a la crisis en curso – que ha hecho trizas las proyecciones de crecimiento prometidas por su gobierno – requiere de un sistema tributario, cuyo mínimo está en la reforma impulsada por la administración anterior, eliminando las vías de elusión y evasión, elevando la carga a esa minoría de ricos, que incluye a Piñera, para financiar una agenda social que disminuya la brecha de las desigualdades y garantice igualdad de oportunidades y de resultados.
Las razones del estallido social
Es cierto que la profundidad de este agudo estallido social sorprendió a unos y otros, pero, como lo afirma una carta al lector publicada por El Mercurio, lo que mayormente debería sorprendernos, es la sorpresa. No lo vimos venir, pero lo mandamos traer. Un malestar largamente acumulado y que rápidamente se transformó en indignación desatada por los abusos, bajos salarios, pensiones miserables, segregación y exclusión, baja calidad de la educación y salud pública, colusiones, corrupción y malas prácticas políticas. Abusos de los mercados, de sacerdotes en contra de menores, inequidades de género y un sinfín de etcéteras, que contribuyen a explicar esta verdadera “rebelión popular”, no exenta de violencia, institucional, represiva y contestaria, dejando un lamentablemente saldo de muertos, heridos, detenidos y abusados, al tiempo de una gran devastación de propiedad pública y privada que, inevitablemente, deberemos asumir, de una u otra forma, todos los chilenos.
No lo vimos venir, pero lo mandamos traer.
Se ha repetido hasta el cansancio que Piñera ha sido reacio a reconocer la crisis, dando golpes de ciego, aludiendo a una guerra en curso, marcando una lamentable irresponsabilidad desde la primera magistratura de la Nación.
Se ha repetido hasta el cansancio que Piñera ha sido reacio a reconocer la crisis, dando golpes de ciego, aludiendo a una guerra en curso, marcando una lamentable irresponsabilidad desde la primera magistratura de la Nación. No son los 30 pesos del metro. Ni siquiera los últimos treinta años. como suele afirmarse (47 si añadimos el pesado legado que nos dejara 17 años de dictadura). Es un orden social injusto que algunos han defendido denodadamente y otros fueron incapaces de reformar radicalmente, pese a innegables esfuerzos y avances parciales. Una constitución ilegitima en sus orígenes que, pese a sucesivas reformas, aún mantiene resabios autoritarios, un Estado meramente subsidiario, con trampas evidentes para anular derechos sociales propios de la democracia. Parece tarde, pero es la hora de terminar con soluciones de mercado a los problemas sociales.
Una constitución ilegitima en sus orígenes que, pese a sucesivas reformas, aún mantiene resabios autoritarios, un Estado meramente subsidiario, con trampas evidentes para anular derechos sociales propios de la democracia. Parece tarde, pero es la hora de terminar con soluciones de mercado a los problemas sociales.
Asumir responsabilidades y actuar en consecuencia
Es necesario reconocer que existen responsabilidades compartidas, pero no pueden ser adjudicadas a todos por igual. Están los que han contribuido poderosamente a fundar, mantener y defender este orden injusto que los beneficia y privilegia; también quienes, desde la hoy oposición, carecieron de voluntad y capacidad para transformarlo.
Ciertamente resulta esperanzador que hoy aparezcan sectores de la derecha que reconocen los cambios y transformaciones estructurales que el país requiere de manera urgente para enfrentar esta crisis. Entre ellos el timonel de Renovación Nacional, Mario Desbordes.
La ausencia de protagonismo del mandatario para facilitar una salida democrática a la crisis es algo más que inquietante. Más aún cuando surgen nuevas revelaciones sobre sus crecientes intereses económicos en el extranjero.
La ausencia de protagonismo del mandatario para facilitar una salida democrática a la crisis es algo más que inquietante. Más aún cuando surgen nuevas revelaciones sobre sus crecientes intereses económicos en el extranjero.
Pareciera haber llegado el momento clave para unir voluntades y evitar las obstrucciones a un acuerdo amplio que requiere sumar actores políticos, sociales, gremiales, profesionales, académicas, evitando las trampas que tientan a dirigentes del oficialismo, principal pero no exclusivamente de la UDI, para eludir un desafío mayor en búsqueda de una renovada institucionalidad democrática que pasa por una nueva Constitución legítima y reconocida por todos los chilenos.
Desgraciadamente Piñera parece ser parte del problema antes que de la solución. Obsesionado por el tema de la violencia, desmanes y saqueos (que con justa razón preocupan a la inmensa mayoría de los chilenos) pone un énfasis excesivo en políticas de orden y seguridad (ley de encapuchados, incrementar las penas a delitos en contra de la propiedad, despliegue de las FF.AA, para proteger lugares estratégicos, etc.) antes que en un pacto por la justicia social que ha insinuado muy débil y limitadamente.
Desgraciadamente Piñera parece ser parte del problema antes que de la solución.
No parece que la mejor solución a la crisis pase por su renuncia al cargo, sea porque prospere la acusación constitucional en su contra o por su propia decisión. Ello sentaría un pésimo precedente para nuestro sistema democrático y el remedio podría ser peor que la enfermedad.
No parece que la mejor solución a la crisis pase por su renuncia al cargo, sea porque prospere la acusación constitucional en su contra o por su propia decisión. Ello sentaría un pésimo precedente para nuestro sistema democrático y el remedio podría ser peor que la enfermedad.
Una inmensa mayoría lo castiga inéditamente en las encuestas, percibiendo su arrogancia y resistencia a reconocer errores mayores en su gestión. Está en sus manos asumir la responsabilidad democrática por la que juró ante el país.
La democracia amenazada
El Presidente tiene la posibilidad de asumir con dignidad su desafío mayor, cuando el experimento neoliberal cae por su propio peso y surge la urgencia de avanzar hacia un Estado democrático y social de derechos. La opción autoritaria, alentada por sectores de ultraderecha que lo golpean y acosan por débil ante la presión social, como ocurre con José Antonio Kast y otros nostálgicos de la dictadura, es un camino ya conocido y nefasto en nuestra historia que terminaría de condenar a las ya golpeadas y desprestigiadas instituciones uniformadas a una aventura como una tragedia sin futuro.
La inmensa mayoría de los chilenos, no tan sólo los sectores más vulnerables, se han movilizado de manera pacífica, en contra de un orden injusto demandando cambios y transformaciones.
Ello le abre una compleja posibilidad al mandatario para pasar a la historia como factor de una solución y no decisivo para una frustración democrática.
Aún Piñera está a tiempo de evitar daños mayores a los muchos que hoy debemos lamentar como sociedad. La democracia tiene las herramientas para superar la crisis y asumirla como oportunidad para rectificaciones muy profundas. Y el país cuenta con los recursos y potencialidades para enfrentarla. Ello le abre una compleja posibilidad al mandatario para pasar a la historia como factor de una solución y no decisivo para una frustración democrática.
No se conoce muy bien quiénes son sus consejeros incidentes, más allá del fracasado exministro Chadwick. A quienes escucha o atiende. Se sabe de conversaciones con parientes, consultores y académicos, pero es difícil saber quiénes inciden. Si alguno de sus ministros, el llamado segundo piso o su propio entorno familiar. Si escucha con mayor atención a Mario Desbordes o a Jacqueline Van Rysselberghe. Si el diálogo con los exmandatarios tiene algún sentido.
Piñera no se ha reunido una sola vez con la dirigencia de la CUT. O con la del Colegio de Profesores, el movimiento feminista, las dirigencias estudiantiles o el Movimiento no más AFP.
Sería un riesgo aconsejable, aunque difícil de imaginar por su porfiada soberbia que escuchara a los representantes del movimiento social. Sus ministros demoraron casi dos meses para convocar a algunos dirigentes sociales a un diálogo, pero conociendo su estilo de conducción si Piñera no valora explícitamente esos contenidos, de poco servirá.
Sus ministros demoraron casi dos meses para convocar a algunos dirigentes sociales a un diálogo, pero conociendo su estilo de conducción si Piñera no valora explícitamente esos contenidos, de poco servirá.
Eso le ayudaría no tan sólo a conocer sus demandas en primera persona, sino también las razones que han generado este estallido social. Y tan importante como lo anterior, reconocerlos como interlocutores válidos para enfrentar y superar la profunda crisis que enfrenta el país y que tan sólo puede resolverse por los canales institucionales que ofrece la democracia.
Con todo, parece difícil que Piñera supere su sordera.