No deja de ser sorprendente la primera comparecencia del recientemente designado Ministro de Relaciones Exteriores, Andrés Allamand, en un medio de alcance nacional, mediante una destacada entrevista concedida a El Mercurio el domingo 16 de agosto. Dedica dos tercios de la entrevista a los asuntos más candentes de la política interna, en el estilo que normalmente utilizan los ministros del Interior. Reitera sus conocidas posiciones vehementemente contrarias a la apertura del proceso constituyente aprobado en noviembre del año pasado y su completo alineamiento con la opción del rechazo en el próximo plebiscito de octubre. Ello no es novedad. Hace ya mucho tiempo, quien alguna vez apareció como la promesa de un nuevo tipo de liderazgo más liberal y moderno en la derecha chilena, se ha convertido en uno de los voceros principales de sus sectores más conservadores. Ha dejado en claro que su nombramiento como ministro no lo inhibirá de participar de manera activa en los debates que atraviesan, y dividen, a la derecha, incluso al interior del Gobierno en temas tan importantes como su posición frente al Plebiscito.
Dedica dos tercios de la entrevista a los asuntos más candentes de la política interna, en el estilo que normalmente utilizan los ministros del Interior.
no lo inhibirá de participar de manera activa en los debates que atraviesan, y dividen, a la derecha, incluso al interior del Gobierno en temas tan importantes como su posición frente al Plebiscito.
Novedosas, en cambio, han sido sus primeras declaraciones y posiciones en materia de política exterior. La primera es su afirmación: “yo, de verdad creo que la política exterior debe ser una política de Estado”. Podría ser una declaración convencional, pero deja de serlo en las circunstancias de que en los dos años de la gestión de la segunda administración del presidente Piñera la política internacional de Chile dejó claramente de ser una de Estado, abandonando muchos de los principios históricos que permitían catalogarla como tal, salvo en el extenso periodo de la Dictadura de Pinochet. Es un ejercicio difícil, pero posible, reconstruir un acuerdo amplio en torno a una política exterior que recupere el protagonismo y el prestigio de Chile en la región y el mundo. Los enormes desafíos nacionales, regionales y globales que se enfrentarán como resultados de la crisis desatada por la pandemia del coronavirus requieren una activa política exterior como condición del desarrollo del país. Para ello se requiere un giro sustantivo de la política seguida hasta ahora.
la gestión de la segunda administración del presidente Piñera la política internacional de Chile dejó claramente de ser una de Estado
El Foro Permanente de Política Exterior en una reciente declaración ha señalado “que manifiesta su preocupación y rechazo ante un conjunto de decisiones de política exterior del Gobierno de Chile que significan un abandono grave, sistemático y creciente del compromiso del Estado de Chile con uno de sus principios básicos y centenarios de política exterior: el respeto y promoción del derecho internacional y el multilateralismo. Las iniciativas que ha llevado a cabo este Gobierno desde que asumió en marzo del 2018 se han alejado en forma clara de una Política Exterior de Estado, adoptando decisiones erradas en el ámbito regional y mundial, donde se nos consideraba un país consecuente con sus principios de seriedad, respetabilidad y confiabilidad, valor intangible este último que constituye uno de los pilares de nuestra acción internacional.”
manifiesta su preocupación y rechazo ante un conjunto de decisiones de política exterior del Gobierno de Chile que significan un abandono grave, sistemático y creciente del compromiso del Estado de Chile con uno de sus principios básicos y centenarios de política exterior: el respeto y promoción del derecho internacional y el multilateralismo.
Los ejemplos de este abandono son múltiples y reiterados: desde la vergonzante aventura de Cúcuta, acompañando el diseño de Trump y Duque, de precipitar la inminente y fallida caída del Gobierno de Maduro; a la no suscripción de Acuerdo de Escazú sobre justicia ambiental que fue patrocinado por Chile y Costa Rica; las iniciativas para debilitar el sistema Interamericano de Defensa de los Derechos Humanos; el retiro o la disminución de todas la Operaciones de Paz patrocinadas por las Naciones Unidas en las que Chile ha tenido una destacada y reconocida presencia; la disminución del contingente en la Misión de Verificación de Paz en Colombia y el cierre inconsulto de cinco Embajadas en países importantes para la presencia de Chile en Europa y el mundo árabe, son solo los casos más destacados de una política aparentemente errática e inconsulta. Sin embargo, detrás del evidente abandono por parte del Gobierno de la vocación multilateral histórica de la política exterior de Chile se percibe la huella de regímenes neoconservadores de inspiración ultranacionalista, que en América tienen su expresión más expresiva en la orientación de los Gobiernos de Trump y de Bolsonaro, y que encuentra émulos por doquier. Para Chile no son una buena compañía.
La decisión de no apoyar al candidato de Trump a la Presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo es el primer acierto.
Las primeras iniciativas del nuevo Canciller parecen insinuar un cambio de dirección. La decisión de no apoyar al candidato de Trump a la Presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo es el primer acierto. Tal candidatura, que ha concitado el apoyo de numerosos países de la región, vulnera el acuerdo no escrito de que la presidencia del Banco es ejercida por un latinoamericano y tiene una fuerte oposición al interior del sistema político estadounidense. Lo razonable es postergar la elección hasta después de la norteamericana y desplegar iniciativas conjuntas en ese sentido con países tan importantes para Chile como Argentina, México y Costa Rica. Adecuada es también la decisión de suspender el cierre de las cinco Embajadas. La afirmación de que frente a la guerra comercial entre los Estados Unidos y China se quiere impulsar el concepto de “neutralidad activa”, se asemeja mucho la propuesta de un “no alineamiento activo” elaborada por Carlos Fortín, Jorge Heine y Carlos Ominami. No cabe duda qué uno de los mayores desafíos para la política exterior, no solo de Chile sino de toda América Latina, será la posición que se adopte de cara a la confrontación, no solo comercial, sino tecnológica y estratégica entre las dos mayores, aunque no únicas, potencias mundiales. Un acuerdo nacional sobre este asunto es crucial para la construcción de una verdadera política de Estado,
Adecuada es también la decisión de suspender el cierre de las cinco Embajadas.
Se abre una oportunidad para dar un giro positivo en una materia que es del más alto interés nacional. Ello requiere abrir un amplio diálogo, hasta ahora ausente, entre todos los actores interesados en la inserción internacional del país: políticos, académicos, organizaciones de la sociedad civil, empresariales, de trabajadores y Regiones. Corresponde al Gobierno, quien tiene la responsabilidad de la conducción de la política exterior, convocarlo.
Ello requiere abrir un amplio diálogo, hasta ahora ausente, entre todos los actores interesados en la inserción internacional del país
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[…] Por Jaime Gazmuri // Contenido publicado en La Mirada Semanal […]