En momentos de crisis como el que vivimos se experimentan momentos de desazón colectiva. También se estimula en muchas personas la creatividad para imaginar nuevos futuros y resurgen, en ocasiones, preguntas sobre el pasado. A propósito del natalicio de Salvador Allende el 26 de junio, en una red social una persona realizó una pregunta abierta acerca de si los socialistas fueron leales a Allende. Aunque pueda sonar extemporáneo frente a la coyuntura, intenté una respuesta pensando en las nuevas generaciones, aunque se haya escrito sobre el tema una y mil veces.
Esa respuesta fue (aclaro que en 1973 tenía 16 años y militaba con los secundarios del MIR y que en la actualidad no estoy afiliado a ningún partido) que la inmensa mayoría de los socialistas si le fueron leales. Muchos entregaron heroicamente la vida en defensa de su gobierno. Pero cabe reconocer que el PS tuvo una política institucional distinta y en ocasiones contradictoria con la del Presidente Allende. Buena parte del PS no compartía la idea de la «vía chilena al socialismo». El proyecto del Congreso de 1967 era otro, de tipo insurreccional, aunque nunca se llevara a la práctica, se eligiera a un parlamentario moderado para impulsarlo y el grupo de los Elenos -que dio apoyo a la guerrilla del Che Guevara y otros movimientos latinoamericanos- decidiera apoyar al presidente Allende en 1970. Además, el grueso del PS pensaba que la “vía chilena” no era un proyecto viable, pues se impondría una intervención militar apoyada por Estados Unidos, lo que resultó efectivo, como bien se sabe.
La pregunta difícil de responder es si esa política socialista distinta a la de Allende contribuyó o no a la inviabilidad de la «vía chilena».
La pregunta difícil de responder es si esa política socialista distinta a la de Allende contribuyó o no a la inviabilidad de la «vía chilena». En buena medida se puede sostener que no. Por un lado, porque la inviabilidad estuvo marcada por la decisión de Nixon-Kissinger de impedir a toda costa el éxito de Allende e incluso de no permitirle siquiera asumir el gobierno. El gobierno estadounidense suponía que podía ser un ejemplo político a seguir en otras partes del mundo. Y por otro, por la decisión del freísmo DC de seguir una política que buscaba poner fin a la experiencia allendista desde un principio -aunque accedió a la ratificación de Allende en el Congreso en 1970 después del asesinato del general Schneider a cambio de garantías constitucionales- y que impulsó la alianza con la derecha y la logró después del asesinato de Pérez Zujovic en 1971. Este controvertido ex ministro del Interior de Frei paradojalmente había defendido en su partido la idea de un pacto de gobierno UP-DC, con ministros democratacristianos incluidos, dada la proximidad de programas y para estabilizar la situación. Esta idea nunca logró abrirse paso en el sistema político, con una polarización sistemáticamente empujada por los gremios del gran empresariado con apoyo norteamericano.
Este controvertido ex ministro del Interior de Frei paradojalmente había defendido en su partido la idea de un pacto de gobierno UP-DC, con ministros democratacristianos incluidos, dada la proximidad de programas y para estabilizar la situación.
En esas condiciones, solo un milagro -y en las sociedades esas cosas no se producen, si es que en alguna parte- podía viabilizar la continuidad del presidente Allende hasta 1976. Era difícil imaginarlo en medio de la expansión de la capacidad de consumo popular por el aumento de remuneraciones que al ser excesiva derivó en inflación, del boicot externo crediticio y comercial de Estados Unidos y de la caída de la producción que acompañó poco a poco la nacionalización del cobre sin indemnización, la profundización de la reforma agraria que desplazó a la oligarquía terrateniente y la expansión de las empresas intervenidas. Esta expansión sumó unas 500 y fue mucho más allá del grupo de 91 empresas estratégicas que tenía programado nacionalizar el gobierno, además de la banca, y fue acompañada por la ocupación por sus trabajadores de muchos campos de menor tamaño. Este proceso de desborde desde abajo fue en parte espontáneo y en parte organizado por actores del PS, el MIR, el Mapu y la IC, en nombre de hacer avanzar la socialización económica. Como resultado de todos estos procesos, la izquierda perdió la mayoría electoral que había alcanzado por primera vez en la historia en las municipales de 1971, aunque resistió con el logro del 44% de los votos en las parlamentarias de 1973, cuando la derecha y la DC buscaban obtener los dos tercios del Congreso para destituir al presidente Allende. Pero perdió el apoyo de muchos sectores medios, que se radicalizaron fuertemente en contra. En mayo de 1973, la DC freista tomó el control del partido y se sumó definitivamente al golpe, que un grupo minoritario rechazó.
El acuerdo con la DC, que el presidente Allende buscó hasta el final, tal vez hubiera permitido reordenar la situación con un pacto hasta 1976, pero el PS se oponía a ese acuerdo (“avanzar sin transar”) y Frei también.
El jefe de la oposición, junto al derechista Jarpa, ni siquiera quiso reunirse públicamente con Allende, aunque era presidente del Senado, a pesar de los intentos de mediación de Gabriel Valdés. El Cardenal Silva Henríquez logró que Aylwin lo hiciera como presidente del PDC, pero el diálogo no dio resultados. El plebiscito que iba a anunciar el presidente Allende el 11 de septiembre sin acuerdo de su propia coalición y tampoco con la oposición -aunque Carlos Briones como ministro del Interior había explorado esa salida hasta el final con la DC- hubiera tal vez llevado las cosas por la vía institucional. A ese acuerdo también se opuso el PS a través de Adonis Sepúlveda (aunque en las horas siguientes Altamirano lo apoyó in extremis), plebiscito que inevitablemente llevaba al presidente a la renuncia si lo perdía. Estaba dispuesto a hacerlo, como demócrata que era, para dar una salida institucional a la crisis.
Estaba dispuesto a hacerlo, como demócrata que era, para dar una salida institucional a la crisis.
Su plan era en ese evento apoyar al General Prats como candidato presidencial y a Clodomiro Almeyda como nuevo jefe del PS a partir del congreso partidario previsto para marzo de 1974. Pero la historia se escribió como la tragedia que conocemos, en la que la oligarquía tradicional se apoyó en los militares de ultraderecha para realizar un golpe de largo alcance, desplazar a la DC y a toda expresión de centro, retomar todo el poder y aplastar los avances sociales conquistados desde los años 1920. Su plan refundacional estaba destinado a reestablecer estructuralmente el dominio oligárquico sobre la sociedad. Esto requería de una dictadura prolongada, de la que costó 17 años salir y cuyas secuelas institucionales, sociales y culturales se prolongan hasta el día de hoy.
Pero la historia se escribió como la tragedia que conocemos.