Por Elicura Chihuailaf Nahuelpán
Catalunya, España, abril de 2020.
Las Mujeres de mi generación abrieron sus pétalos rebeldes, No de rosas, camelias, orquídeas u otras yerbas, De saloncitos tristes, de casitas burguesas, de costumbres añejas sino de yuyos peregrinos entre vientos.
Las Mujeres de mi generación florecieron en las calles. Y en las aulas argentinas, chilenas o uruguayas, supieron lo que tenían que saber para el saber glorioso de las Mujeres de mi generación.
Minifalderas en flor de los setenta Las Mujeres de mi generación no ocultaron ni las sombras de sus muslos que fueron los de Tania erotizando con el mayor de los calibres los caminos duros de la cita con la muerte. Porque las Mujeres de mi generación bebieron con ganas del vino de los vivos, acudieron a todas las llamadas y fueron dignidad en la derrota».
Querido peñi, hermano, Luis Sepúlveda Calfucura, escogí estos fragmentos de su formidable poema «Las Mujeres de mi generación»
Querido peñi, hermano, Luis Sepúlveda Calfucura, escogí estos fragmentos de su formidable poema «Las Mujeres de mi generación» que -me dicen- escribió en 1999…, para recordarlo, para decirle nuevamente gracias por el afecto que me regaló cuando por su gestión como Director del Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, vine a España -mayo de 2008- a participar en la décimo primera versión de dicho evento. Hermano, usted sabe, en las oralituras de todos los pueblos nativos del mundo estamos diciendo -porque el presente es nada más la evidencia del futuro y del pasado- que nosotros morimos tres veces: primero en nuestro cuerpo, luego en el corazón de quienes amamos y nos amaron, y la muerte definitiva es cuando desaparecemos en sus espíritus, en sus memorias
Hermano, usted sabe, en las oralituras de todos los pueblos nativos del mundo estamos diciendo -porque el presente es nada más la evidencia del futuro y del pasado- que nosotros morimos tres veces
Desde hace tres días llueve intensamente en Barcelona. Estoy aquí de paso en esta ciudad otrora tan bulliciosa y hoy enmudecida, como casi todas las ciudades del mundo. Aquí me ha tocado estar viviendo este contrasueño en el que está sumida la humanidad. Aquí, no sé hasta cuándo, me tocará estar añorando a nuestra Wallmapu, a nuestra gente y a la Luna de los brotes cenicientos que ya llovizna y sueña, que ya alumbra y ensombrece, en mi comunidad de Kechurewe. Aquí, entristecido, supe de su regreso al Azul de nuestro origen. ¿Quién mejor que usted -ahora conocedor de todos los misterios- podrá comprender mi sentimiento en este extraño exilio?
Aquí, entristecido, supe de su regreso al Azul de nuestro origen. ¿Quién mejor que usted -ahora conocedor de todos los misterios- podrá comprender mi sentimiento en este extraño exilio?
La vida es una dualidad, dijeron nuestros antepasados que siguen hablando en nosotros y en nuestros hijos y en nuestras hijas. En la Tierra y en el universo hay ternura y hay violencia. Hermano, con su Palabra usted convocó a la ternura por la naturaleza y a su defensa; convocó a la ternura por los pueblos profundos y por los libros, es decir, convocó a la conversación y a la lectura, que hoy, como siempre, son un acto de subversión. La única razón de estas líneas mínimas es agradecerle la sabiduría y la emoción de su creatividad. Soy uno entre los millones de sus lectores que buscará en las bibliotecas sus obras aún no leídas y que releerá aquellas que ya están en un lugar privilegiado de la memoria.
Hermano, con su Palabra usted convocó a la ternura por la naturaleza y a su defensa; convocó a la ternura por los pueblos profundos y por los libros, es decir, convocó a la conversación y a la lectura, que hoy, como siempre, son un acto de subversión.
«El Dorado no era, en ningún caso, una ciudad grande. Tenía un centenar de viviendas, la mayoría de ellas alineadas frente al río (…) Para Antonio José Bolívar, luego de cuarenta años sin abandonar la selva, era regresar al mundo enorme que antaño conociera.
El dentista le presentó a la única persona capaz de ayudarle en sus propósitos, la maestra de escuela (…) Una vez vendidos los micos y los loros, la maestra le enseñó su biblioteca.
Se emocionó de ver tanto libro junto. La maestra poseía unos cincuenta volúmenes ordenados en un armario de tablas, y se entregó a la placentera tarea de revisarlos ayudado por la lupa recién adquirida.
Al revisar los textos de geometría se preguntaba si verdaderamente valía la pena saber leer (…) Los textos de historia le parecieron un corolario de mentiras. ¿Cómo era posible que esos señoritos pálidos, con guantes hasta los codos y apretados calzones de funámbulo, fueran capaces de ganar batallas?
¿Cómo era posible que esos señoritos pálidos, con guantes hasta los codos y apretados calzones de funámbulo, fueran capaces de ganar batallas?
Edmundo D’Amicis y Corazón lo mantuvieron ocupado casi la mitad de su estadía en El Dorado. Por ahí marcha el asunto. Ese era un libro que se pegaba a las manos y los ojos le hacían quites al cansancio para seguir leyendo, pero tanto va el cántaro al agua que una tarde se dijo que tanto sufrimiento no podía ser posible y tanta mala pata no entraba en un solo cuerpo. (…) y, por fin, luego de revisar toda la biblioteca, encontró aquello que realmente deseaba.
El Rosario, de Florence Barclay, contenía amor, amor por todas partes. Los personajes sufrían y mezclaban la dicha con los padecimientos de una manera tan bella, que la lupa se le empañaba de lágrimas (…) y con él regresó a El Idilio para leerlo una y cien veces frente a la ventana, tal como se disponía a hacerlo ahora con las novelas que le trajera el dentista, libros que esperaban insinuantes y horizontales sobre la alta mesa, ajenos al vistazo desordenado a un pasado sobre el que Antonio José Bolívar Proaño prefería no pensar, dejando los pozos de la memoria abiertos para llenarlos con las dichas y los tormentos de amores más prolongados que el tiempo».
dejando los pozos de la memoria abiertos para llenarlos con las dichas y los tormentos de amores más prolongados que el tiempo».
Chaltumay peñi Luis Sepúlveda. Kvme rvpv mew. Pewkalekayal