Por Fernando Villagrán
Se cumplen 46 años y, contrariando vaticinios de los aspirantes al olvido conveniente, el ejercicio de memoria histórica cunde aportando luces a las nuevas generaciones. Aquellas que no experimentaron las vivencias bajo dictadura o percibieron sus ecos en la primera infancia.
Pasan las décadas y la historia oculta no termina de contarse. La imbatible demanda de los familiares de las víctimas del genocidio – reprimida por el régimen y despreciada por la prensa dominante – agregó capítulos imborrables y rescata una verdad histórica que pese a los avances en justicia continúa evidenciando vacíos y demasiadas asignaturas pendientes.
Pasan las décadas y la historia oculta no termina de contarse.
Con todo, semana a semana, se suman pequeños grandes logros contra la impunidad indefendible, pese a la ceguera conveniente de una parte significativa de la elite que no termina de agradecer las regalías del régimen cívico militar y sus prolongados amarres, con cargo a la gran mayoría del país líder en desigualdades.
El acostumbrado pero falaz ejercicio de reconocer logros económicos – ciertamente en desmedro de una mayoría, como lo ratifican los índices comparados en tiempos de dictadura y retorno a la democracia – tomando distancia de los “horrores” de un régimen encabezado por un genocida y ladrón a grandes escalas (esto último imperdonable para almas que ruegan al cielo) marca una distancia entre históricos defensores del régimen. Por un lado, el “estilo Lavín” por otro el “estilo JAK”.
Pequeños grandes logros de verdad y justicia no terminan de desnudar el horror instalado como régimen imperante el 11 de septiembre de 1973.
Pequeños grandes logros de verdad y justicia no terminan de desnudar el horror instalado como régimen imperante el 11 de septiembre de 1973. Después de larguísimos años de investigación, en los inicios de 2019, el juez Alejandro Madrid dictó condena en primera instancia para los imputados en el magnicidio del ex Presidente Frei Montalva perpetrado a comienzos de 1982. Hace pocos días la diputada Carmen Hertz, abogada en numerosos casos por violaciones a los derechos humanos, confirmó que le fueron entregadas nuevas osamentas de su esposo Carlos Berguer G, asesinado por la Caravana de la Muerte en 1973. El entonces joven periodista y abogado fue masacrado en la ciudad de Calama. “El desierto nos entregó trozos de su espalda y mandíbula. Una vida masacrada, mientras sus asesinos llevan décadas de impunidad y campea el negacionismo” aseveró Carmen Hertz.
“El desierto nos entregó trozos de su espalda y mandíbula. Una vida masacrada, mientras sus asesinos llevan décadas de impunidad y campea el negacionismo”
Cientos de relatos continuarán alimentando nuevas historias del horror impuesto a sangre y fuego un día como hoy hace 46 años. El negacionismo y la apuesta al olvido, por la desaparición de testigos, resultará tan estéril como la de los criminales de guerra nazis y otros similares de la historia del siglo veinte.
Cientos de relatos continuarán alimentando nuevas historias del horror impuesto a sangre y fuego un día como hoy hace 46 años. El negacionismo y la apuesta al olvido, por la desaparición de testigos, resultará tan estéril como la de los criminales de guerra nazis y otros similares de la historia del siglo veinte.
En esa perspectiva valga resaltar el surgimiento del colectivo Historias Desobedientes Chile. Se trata de hijos, hijas y familiares de criminales de la dictadura, que se rebelan contra los secretos de sus cercanos, marcando una distinción entre “víctimas” y “afectados”, pese al dolor que los marca.
Un colectivo, similar al constituido en Argentina, que alza su voz imputando a sus propios progenitores, como Sandra Contreras, hija de uno de los coautores del asesinato de Tucapel Jiménez; Andrea Serrano, hija de un informante civil de la DINA; Verónica Estay, sobrina de “el Fanta”, asesino, entre otros, de Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino y la cineasta Lisette Orozco, sobrina de una ex secretaria del director de la DINA Manuel Contreras.
UNA HUELLA IMBORRABLE
La causa de los derechos humanos se funda en una historia de convicciones puestas a prueba una y mil veces, desafiando el horror de la represión criminal y también el olvido, pariente de la traición y el acomodo justificado por el paso de los años.
Si se mencionan las convicciones y testimonios de dignidad ante los criminales y la traición resurge la figura del Presidente Salvador Allende. Con todo el poder en sus manos, la traición de Pinochet quedaba al desnudo y alentaba su ansiedad manifiesta de ultimar al mandatario elegido el 4 de septiembre de 1970. El régimen cívico militar no tuvo escrúpulos, menos decencia y empleó todos sus recursos para destruir la imagen personal y política de Allende.
Si se mencionan las convicciones y testimonios de dignidad ante los criminales y la traición resurge la figura del Presidente Salvador Allende. Con todo el poder en sus manos, la traición de Pinochet quedaba al desnudo y alentaba su ansiedad manifiesta de ultimar al mandatario elegido el 4 de septiembre de 1970. El régimen cívico militar no tuvo escrúpulos, menos decencia y empleó todos sus recursos para destruir la imagen personal y política de Allende.
En aquella cruzada Pinochet experimentó su primera gran derrota, más que evidente ante el planeta. La historia ya ubicó en sus debidos lugares al Presidente Allende y al dictador, que años después clamaría clemencia tras su paso en falso por Europa y, como otros de sus cómplices, se declaraba demente ante la justicia.
En aquella cruzada Pinochet experimentó su primera gran derrota, más que evidente ante el planeta. La historia ya ubicó en sus debidos lugares al Presidente Allende y al dictador, que años después clamaría clemencia tras su paso en falso por Europa y, como otros de sus cómplices, se declaraba demente ante la justicia.
Después de 46 años la voz del Presidente resuena con más nitidez para los protagonistas y testigos de entonces – los que celebraron la unanimidad en la Nacionalización del Cobre, el medio de litro de leche para todos, el fin del latifundio y la dignidad de los más desposeídos – incluidos los propios partidos de izquierda y aquellos liderazgos que entorpecieron el sendero presidencial orientado a cumplir un programa de cambios estructurales hasta 1976. Esa es harina de un costal que ha exigido de autocríticas por la cuota de responsabilidad en los horrores sufridos por tantos chilenos durante 17 años de una dictadura criminal. La misma que no dudó en eliminar a sus propios camaradas de armas que el tirano percibió como amenazas a su perpetuación en el poder.
“Que lo entiendan bien…(…) solo dejaré La Moneda cuando cumpla con el mandato que el pueblo me diera…..Se los digo con calma…yo no tengo pasta de apóstol, ni pasta de mesías…no tengo condición de mártir……Quiero que lo entiendan, no dejaré La Moneda hasta que cumpla con el mandato que el pueblo me dio..”. Así lo había advertido ante los intentos sediciosos que se multiplicaban con el apoyo del gobierno de Nixon y los grandes grupos empresariales, que financiaban los intentos de paralizar la producción y estimulaban el desabastecimiento de alimentos y artículos de primera necesidad.
El 11 de septiembre comenzaba el bombardeo de La Moneda. La voz del presidente Allende se escucharía por última vez entre el fuego estremecedor que recibían las radios en sus plantas de transmisión.
“Compatriotas:
Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación…….
Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron..(…). ……Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo.
Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley. Y así lo hizo.
En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las fuerzas armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros; a la obrera que trabajó más; a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días estuvieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista da a unos pocos. Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron, que entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando la línea férrea, destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder: estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”
Así, Salvador Allende marcó algo más que un legado histórico.