Si las recientes elecciones primarias en Argentina constituían un test de desempeño del gobierno, este fue reprobado por la ciudadanía. Si fueron un anticipo de las elecciones del próximo 14 de noviembre, el oficialismo arriesga a perder la mayoría en la cámara alta. El justicialismo, unido en el llamado Frente de Todos, sufrió una derrota en toda la línea.
Obtuvo menos votos que la oposición (31, 8 %, versus 41.5), perdió en la mayoría de las provincias (15 de las 22 que ganara en las anteriores primarias), incluyendo varias emblemáticas como Santa Cruz, cuna del kirchnerismo, además da la capital federal. Así, tiene complicado lo que le resta de mandato y, ciertamente, la sucesión.
Una derrota contundente para la que aún se buscan los responsables. Diversos analistas coinciden en repartirlas equitativamente entre el mandatario Alberto Fernández y su vicepresidenta, Cristina Fernández. “Algo no habremos hecho bien”, acotó el propio presidente al conocer las cifras.
Ciertamente incidió el denominado “vacunatorio VIP”, que entregaba vacunas de manera irregular a altas autoridades de gobierno y el escándalo de la fiesta de cumpleaños de la esposa del presidente en la casa Rosada, en plena pandemia. En términos más globales los cuestionamientos apuntan a un mal manejo de la emergencia sanitaria, la crítica situación económica, que tiene a más del 50 % de los argentinos bajo la línea de la pobreza, la alta inflación, el desempleo, el endeudamiento externo.
En rigor, como la mayoría de los países de la región. Argentina enfrenta una crisis sanitaria, económica y social, de proporciones, agravada por la pesada herencia del gobierno anterior y tropiezos tan estructurales como recurrentes durante las últimas décadas.
Ciertamente aquella herencia histórica no podía favorecer al gobierno en ejercicio. Por más que el manejo sanitario de la crisis tenga una evaluación más bien positiva, con más de 23 millones de argentinos vacunados (diez millones más que Chile), sistemas hospitalarios fortalecidos y los índices de contagio a la baja.
Sin lugar a dudas, es la economía (como diría el asesor de Bill Clinton) el punto más débil de la actual administración, tal como sucediera en el gobierno anterior y también durante el mandato de Cristina Kirchner. Un país que gasta más de lo que produce, como certifican las cifras y los expertos. Que depende mucho del agro, que por sí solo no alcanza a generar los recursos que el país necesita y donde la evasión tributaria es un deporte nacional, la corrupción es sistémica (es cuestión de recordar las bolsas de divisas que un exfuncionario introducía a un convento) y la costumbre es ahorrar en dólares, que luego se fugan el exterior o se guardan bajo el colchón.
Los índices de pobreza superan el 40 %, con alto desempleo, empleos informales, inflación, y villas miserias. Un país endeudado más allá de sus capacidades de servir sus pasivos, que vivió un default y siempre está al borde de sufrir uno nuevo.
Ganadores y perdedores en las PASO
Es claro quiénes son los perdedores en estas primarias. Un poco más complejo es identificar a los ganadores. Sin lugar a dudas ganó la oposición, liderada por la coalición Juntos por el Cambio, que une al PRO de Mauricio Macri, con la Unión Cívica Radical (UCR) y la Coalición Cívica, encabezada por Lilia Carrió.
Pero no es para nada evidente que esta victoria haya fortalecido las posibilidades de Mauricio Macri de alcanzar una reelección en las próximas elecciones presidenciales. Sus candidatos favoritos no alcanzaron el triunfo y se destaca al actual alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, como la figura emergente de la oposición, con serias proyecciones presidenciales.
El otro fenómeno electoral fue la sorprendente votación alcanzada por el economista neoliberal Javier Milet, admirador de Donald Trump y Jair Bolsonaro, que alcanzó más del 13 % de los votos en la capital federal, alimentando sus aspiraciones presidenciales. Por ahora parece un fenómeno local, focalizado en la capital federal. Pero nunca se sabe cuanto puede tardar en expandirse al resto de un país en crisis.
Las primarias obligatorias no necesariamente anticipan los resultados de las elecciones de noviembre, pero reemplazan con ventajas a cualquier encuesta. Si las elecciones fuesen el próximo domingo las ganaría holgadamente la oposición.
Afortunadamente para el oficialismo, las elecciones son en dos meses mas y aun la coalición de gobierno puede intentar un giro, sino para revertir, al menos mejorar su situación. Sin embargo, las opciones no son muchas. Una es ensayar el camino del populismo, entregando bonos y subsidios directos a los mas necesitados. Un dinero que el fisco simplemente no tiene y que debería distraer de otras prioridades o recurriendo a un mayor endeudamiento, con posibilidades más que limitadas y que contribuiría a agravar la crisis económica.
La otra opción es la radicalización política que proponen sectores vinculados a la “Cámpora”, liderada por Máximo Kirchner. Un camino más que riesgoso en el polarizado clima político que se vive en el vecino país, que profundizaría la “grieta” que divide a peronistas de opositores. De más que dudosos resultados.
Probablemente el gobierno de Alberto Fernández opte por el camino del medio, reforzando medidas de protección social, del todo indispensables en el complejo escenario de crisis en curso, con una mayor politización de las elecciones de noviembre.
Mauricio Macri no hizo un buen gobierno sino todo lo contrario. Su legado ha constituido un pesado fardo para la actual administración. Con bastante antelación a la pandemia, dejó una economía en crisis, con una millonaria deuda con el FMI (una institución de triste memoria y que no goza de simpatía en Argentina) que no generó una reactivación importante la economía, que resulta impagable en los términos negociados inicialmente y que hoy el gobierno de Alberto Fernández se esfuerza por renegociar. Difícilmente el expresidente puede representar una opción de futuro.
El vapuleado justicialismo tampoco está en condiciones de ofrecer una opción verdaderamente competitiva. Las miradas para un recambio apuntan al polémico Máximo Kirchner, que acumula un considerable poder partidario, y a Sergio Massa, el otrora disidente peronista que hoy apoya al gobierno. Y no hay mucho más. Por más que sus incondicionales sigan pensando en Cristina Fernández, que muchos sindican, más bien de manera interesada, como el verdadero poder en el actual gobierno.
Es mas que evidente que el gobierno de Alberto Fernández tiene más que complicada la segunda mitad de su mandato. Con el riesgo evidente de perder su mayoría parlamentaria, ante una oposición crecida con su reciente victoria, en el contexto de la ya citada crisis estructural que no ofrece tregua alguna.
Y nada atenta más en contra de la unidad que la derrota. Alberto Fernández logró unir al peronismo tras su postulación y sostener esa unidad durante la primera mitad de su mandato en una cohabitación con Cristina Fernández que no siempre ha resultado fácil. El desafío para mantener unida a su coalición en este complejo escenario será mayor aún. Y es apenas una condición necesaria, lejos de ser suficiente, para enmendar rumbos y asegurar un buen final.
Nuevos tiempos difíciles para el justicialismo. ¿Historia repetida?