Nuestro presidente decidió cerrar la fundición de concentrados de cobre de Ventanas. Se niega a mantener esa localidad como “zona de sacrificio” medioambiental. ¡Bien!
Igual, creo que vale la pena recordar que la tierra entera es ya una “zona de sacrificio”. Lo muestra el cambio climático, la mega sequía que nos afecta directamente, el aire envenenado de nuestras ciudades, que convierte en pandemia de niños y ancianos los virus respiratorios. Encontrar un lugar menos sacrificado para instalar una nueva fundición va a ser bien difícil, considerando el CO2 tanto como el SO2. Los seres humanos han alcanzado lo gigantesco, con tecnologías ultra poderosas que producen deseos y propósitos insaciables, como para continuar tratando la tierra en su totalidad como el lugar de montaje de lo que hacen. O la arrasan, o se hacen cargo de ella.
¿Se puede seguir con el cuento de medir todas las externalidades para internalizarlas como subsidios e impuestos para asegurar que los mercados hagan su magia optimizadora? ¿La pretensión del cálculo racional, la información y los estándares adecuados? Nadie parece confiar en esto ya.
He oído de dos maneras que se proponen de cuidar el planeta. Una consiste en reconocer derechos políticos a las aguas y el aire, las selvas y los desiertos, la fauna y la flora. Contarán con representación política (de seres humanas, por supuesto) en un parlamento que no representará solo a humanos. Con cupos asegurados, serán representados democráticamente. Se ha propuesto en serio desde la tradición del pensamiento europeo, a menudo muy político, que interpreta lo social esencialmente como diferenciales de poder. Me parece una confianza excesiva en la democracia, vis a vis el poder de la tecnología.
La segunda consiste en reconocer la capacidad de pensar de la naturaleza, la presencia de procesos mediante los cuales reacciona en forma sistemática y adecuada a estímulos y sensaciones para reproducirse a sí misma, y colaborar con ella usando toda la capacidad de la inteligencia artificial y la computación a escala planetaria. Se instalarán miríadas de sensores en lo minúsculo y lo enorme, y se procesará la información obtenida en gigantescos sistemas de inteligencia artificial, para ayudar la naturaleza a cuidarse, y cuidarla directamente. Esto es, sobreponiendo capas “expertas”, pero no calculables ni racionales sino “artificialmente inteligentes”, a lo natural, o substituyéndolo. Lo proponen en serio pensadores del mundo de las tecnologías de lo artificial en el Silicon Valley, por supuesto. Me aterra tanta confianza tecnológica, como si no fueran los poderes tecnológicos los que arrasan la tierra.
Creo que ambas comparten con el camino trillado actual un mismo estilo histórico. Son herederas de lo mismo. Al final, ven la naturaleza como un conjunto de cosas y procesos disponibles para el disfrute de la subjetividad humana, incluida la mantención necesaria para que sigan siendo utilizables. Más que cuidar, quieren mantener para seguir asegurando disponibilidad.
Ahora, es sabido que eventos transformadores cambian la historia de vez en cuando. Puede emerger un nuevo estilo histórico – ¿una nueva espiritualidad?, ¿un nuevo estado?, ¿una nueva manera de pensar-actuar? -, enfocado en la sacralidad de la tierra, más que solo en la subjetividad de los individuos y grupos humanos, como han sido la espiritualidad, la política y la mente “modernas” hasta ahora. Una nueva manera de ver y confrontar lo natural, que cambie al ser humano actual. Que produzca uno que supere la instrumentalidad, sin negarla, que cuide el planeta como su único e imprescindible guardián, antes que controlarlo para explotarlo. Claro que no creo que nadie sepa cómo puede encabezar un cambio así el individuo humano moderno, tan lleno de su propia subjetividad.
Es cuando vale la pena recordar que es solamente ante los caminos sin salida cuando emerge la esperanza. Y podemos darnos cuenta de que con ella vivimos siempre, si no me equivoco, la veamos o no, porque nunca hemos tenido la certeza de estar a salvo. Ni ahora ni antes.