Es que le salió un cabro inteligente. En los alrededores de Chillán, hace tiempo, era un diagnóstico de mal pronóstico de qué le ocurría a un compadre que se veía tan jodido.
A lo tres o cuatro años de entrar al colegio, el cabro critica a su progenitor por cultivar mal la tierra. El año siguiente, además de acusarlo de incompetencia, lo humilla acusándolo de ser injusto con los trabajadores y contratistas que utiliza. El año después, denuncia que no se trata solamente de su padre, sino de todos los vecinos, que caen en lo mismo. Uno año más tarde, clama con iracundia que los poderosos del país condenan a éste a la miseria y la injusticia. Antes de cumplir la mitad de sus estudios, el cabro inteligente sabe de todo, opina de lo que le pregunten, y trona a diestra y siniestra que el mundo en general es una porquería injusta e irracional que debe ser cambiada radicalmente. Desprecia trabajar, la tierra de su padre o asumir cualquier otra pega; como el sistema en su conjunto es una mierda, laborar en su interior solo contribuye a la porquería general. El cabro inteligente se dedica a remover consciencias en cenáculos, asambleas, salas de clases, columnas de denuncia, programas en la tele, y se mete en política, perifoneando y movilizando en favor de cambios. Radicales.
La mía fue una generación de cabros inteligentes. Una mitad de ella se fue a Paris a afilar el garrote de sus convicciones con el marxismo estructural de Althusser; la otra mitad, a Chicago a hacer lo mismo con el ultraliberalismo de Milton Friedman. La verdad, solamente unos pocos de cada mitad, el resto agarró clases con los que fueron, y la mayoría, ayudantías con los alumnos de esos últimos, lo que no disminuyó la calentura de la convicción; por el contrario. De esa generación el país no se recupera del todo hasta el día de hoy. Es que joder un país como dios manda es tarea de inteligentes.
La generación que vino después de la mía, de cabros menos inteligentes que sus padres, o escaldada por la brillantez de estos, no tuvo más remedio que trabajar. Obligada a levantarse temprano, cultivó la tierra, creó negocios y comercios, consiguió clientes internacionales, viajó a China. Tuvo que apostar a virtudes de medianía, como la disciplina, la pulcritud, la dedicación, el compromiso, la persistencia, la puntualidad, el cumplimiento de la palabra empeñada. Un poco latosa como generación, la verdad. ¿Pero, qué otra cosa podía hacer con su modesta imaginación y su falta de espíritu crítico; su incapacidad de entender los fenómenos profundos? Ahora, considerando la modestia de sus talentos, nos lo hizo tan mal, después de todo.
¿Estamos, hoy, en presencia de una nueva generación de cabros inteligentes? Dios nos libre, compadre.