Vivimos tiempos en los que son más evidentes los impactos destructores de la acción humana sobre la naturaleza, las comunidades y la propia humanidad. La liberalización y la desregulación, el consumismo, la privatización y el fundamentalismo del mercado han transformado nuestro mundo, acrecentado la concentración de la riqueza y los recursos a escala planetaria en los más diversos ámbitos e implementado su lógica avasalladora y depredadora contra la naturaleza, los servicios públicos, la salud, el comercio, la industria, etc. Esta lógica se manifiesta en la política, en el mundo de las ideas y del pensamiento, en particular mediante el control de los medios de comunicación por parte de grandes grupos empresariales. La democracia misma se ha visto fuertemente debilitada por ello. Se impone entonces con urgencia el desafío de cambiar el modelo para salvaguardar la vida en el planeta y la dignidad de sus habitantes.
En el campo de la cultura, se ha incrementado fuertemente la concentración de la producción cultural, caracterizándola como “industria del entretenimiento” o “industrias creativas”, impulsando empresas transnacionales con negocios globalizados que van desde la publicación de libros, la producción musical, la producción o comercialización audiovisual, el control de todo tipo de medios de comunicación y los canales de acceso a Internet. Las redes de influencias y poder que posibilitan la “industria de la información y el conocimiento” son únicas. No es una mera casualidad que grandes grupos de la edición sean parte de gigantes de las comunicaciones y tengan, o hayan tenido, vínculos con la industria armamentista, la gestión de las aguas, el “negocio de la educación” e Internet.
Si bien todo proyecto editorial debe conjugar dimensiones de carácter cultural y comercial, en el campo editorial se expresa fuertemente la tensión cultura-comercio: por una parte, tenemos un polo en el que prima un vínculo con la escritura y la lectura como una práctica cultural liberadora, con toda la gama de grises; y por otra, un polo en el que prevalece el carácter comercial del libro, que remarca su condición mercantil y excluye y destruye contenidos y títulos que no generan suficientes utilidades en un plazo determinado.
La edición independiente, con su amplia y rica diversidad, así como con sus debilidades, es un movimiento que surge como resistencia a la concentración y la mercantilización a ultranza en el ámbito del libro y la cultura y, en buena medida, encarna el polo cultural de este quehacer. Las editoriales independientes entienden el libro principalmente como un bien cultural y social; por el contrario, la mayoría de las prácticas propiciadas por las multinacionales del libro y los gigantes del Internet vienen a representar el extremo del polo comercial y las lógicas del gran capital.
Entrados ya en el siglo XXI, es difícil desvincular fines y medios: qué se dice y dónde se dice. Vemos así que muchas de las ideas y los escritos que buscan impulsar el debate, la creación y el pensamiento crítico, la justicia y la igualdad se publican en editoriales de grandes conglomerados con múltiples sellos editoriales. ¿Acaso los sentidos transformadores de dichas obras no tienden a anularse al entrar en el engranaje de la industria del entretenimiento? Como nos demuestran los hechos, las empresas transnacionales en sus distintos ámbitos de acción son la expresión misma del sistema que nos domina. Publicar con ellas, ¿no es acaso entregar, de una u otra manera, el mundo de las ideas transformadoras a quienes sientan las bases del modelo que criticamos? ¿No es acaso reforzar el control del gran capital sobre la palabra y nuestro cotidiano? Además, ¿es que podemos evitar preguntarnos cuáles son las inversiones entrecruzadas de los grupos empresariales que son propietarios de los sellos editoriales? ¿Son inocuos esos cruces?
Por otra parte, el voraz apetito de mayores ganancias imprime un ritmo de aceleración continua al sector, que contradice el sentido y el tiempo que requieren la creación, el saber y el conocimiento para ser potencias transformadoras, reduciéndolo todo a meras mercancías y simples actos de consumo.
En los países del Sur, estos grandes grupos son además una expresión del colonialismo cultural que sigue marginalizando la creación, la traducción y la producción local. Su quehacer limita la autonomía de los espacios locales del libro y la cultura, atentando así contra la bibliodiversidad y, a través de sus medios de comunicación y de la cooptación de los mediadores culturales, fortalecen las políticas que privatizan el espacio público y las expresiones culturales mismas. En tal sentido, creemos necesario reforzar la consistencia y coherencia entre texto y contexto.
Es claro que las editoriales independientes y las universitarias no logran el mismo impacto en difusión, circulación, ventas y generación de derechos de autor que las multinacionales. Son parte de un ecosistema bastante frágil, que también incluye la librería independiente, y su vocación no es ser dominante ni gigantista sino respetuosa de lo “glocal”, a escala humana y bibliodiversa. Como existen y sobreviven en un medio económico donde la cultura no está entre los derechos sociales garantizados por el Estado, no solo deben lidiar con los obstáculos que impone el modelo imperante con sus códigos y políticas instalados como “sentido común” –el reducido espacio en los medios de comunicación para el libro se concentra en los bestsellers y las publicaciones de los grandes grupos, así como sucede en las vitrinas y mesas de las librerías de cadena–, sino que también, ven limitado su desarrollo, ya que muchos de los autores que logran ventas significativas terminan migrando a las multinacionales del libro, tentados por los anticipos, la figuración pública y el “prestigio”. No es fácil resistir a esas tentaciones. Lo comprendemos. Pero es un hecho que esta situación dificulta el sostenimiento de catálogos ricos y diversos que requieren por parte del editor independiente de un necesario equilibrio entre las obras que se venden menos con otras de mayor circulación y venta. Si permitimos que el mundo del libro sea dominado por el criterio de los rankings, de quien paga más y de la fórmula de las multinacionales en la que cada libro debe ser un negocio en sí mismo terminaremos limitando o anulando la reflexión crítica y la diversidad como posibilidad de cambio.
Estamos convencidos de que sólo actuando juntos y solidariamente –autores, traductores, editores, libreros, bibliotecarios, periodistas, críticos, lectores– podremos cambiar el estado de las cosas, revirtiendo el círculo vicioso que vivimos, dando “sentido y razón” de manera íntegra al libro como un potencial instrumento que contribuya a generar una humanidad más justa, atenta y amable con su entorno. Contribuir en la omisión con esta dinámica de concentración y dominio de unos sobre otros puede significar, a la larga, hipotecar la fuerza transformadora de nuestro trabajo y fortalecer el sistema imperante. Se hace urgente entonces poner en cuestión esta realidad –considerando el papel que juega cada uno en el afán anulador y devorador del otro– y comprometerse por el cambio en todos los ámbitos de nuestro quehacer, resistiéndonos al dominio de una lógica extractivista en el ámbito del pensamiento.
Por todo ello, apelamos a los autores y autoras, académicos e intelectuales a trabajar con proyectos que busquen transformar el orden de las cosas y no a consolidarlo; a publicar con editoriales independientes de sus países y optar por estas en otras latitudes y/o lenguas, para impedir que sus obras sigan reforzando la dominación del gran capital y la concentración de los grupos corporativos y las transnacionales. Para salvaguardar el mundo y la dignidad humana, es necesario enfrentar las lógicas depredadoras y de insaciable acumulación en todos los campos como un ethos de estos tiempos. El libro, la creación, el pensamiento y la palabra son factores fundamentales en ese camino.
El Comité internacional de editores independientes, representando a las 750 editoriales de 55 países en el mundo miembras de la Alianza internacional de editores independientes
Samar Haddad, Siria (Atlas Publishing),
coordinadora de la red lingüística arabófona
Müge Sokmen Gursoy, Turquía (Metis Publishers),
coordinadora de la red lingüística anglófona
Colleen Higgs, África del Sur (Modjaji Books),
vice-coordinadora de la red lingüística anglófona
Aliou Sow, Guinea Conakry (Ganndal),
coordinador de la red lingüística francófona
Paulin Assem, Togo (AGO Média),
vice-coordinador de la red lingüística francófona
Élisabeth Daldoul, Túnez (elyzad),
vice-coordinadora de la red lingüística francófona
Paulo Slachevsky, Chile (Lom Ediciones),
coordinador de la red lingüística hispanohablante
Mariana Warth, Brasil (Pallas Editora),
Carla Oliveira, Portugal (Orfeu Negro),
coordinadoras de la red lingüística lusófona
Tinouche Nazmjou, France/Irán (Naakojaa),
coordinador de la red lingüística persa
Anahita Mehdipour, Alemana/Irán (Forough Verlag),
vice-coordinadora de la red lingüística persa
Las y los representantes del Consejo y del equipo de la Alianza internacional de editores independientes
Laura Aufrère, presidenta
Luc Pinhas, vice-présidente
Thierry Quinqueton, vice-présidente
Laurence Hugues, directora