La toma de Kabul sin batalla sorprendió hasta a los mismos talibanes y causó las escenas dramáticas que azoran a la audiencia global. En Estados Unidos causó el reparto fútil de culpas tras dos décadas de guerra en el intento, igualmente fútil, de remodelar una sociedad ajena a imagen y semejanza de lo que Occidente llama democracia.
Responsabilidades
El presidente Joe Biden, después que guardó silencio por casi cuatro días, el lunes en la tarde dijo al país que asumía toda la responsabilidad por la decisión de retirar a Estados Unidos de una intervención en Afganistán que se inició como respuesta a los ataques de Al Qaida en septiembre de 2001.
El expresidente Donald Trump dijo que Biden debería renunciar, olvidándose de que él mismo ha dicho por dos décadas que Estados Unidos no debería involucrarse en guerras interminables, y de que su gobierno certificó la validez de los talibanes invitándolos a conversaciones de paz con miras a la salida estadounidense del país asiático.
Esta guerra, que comenzó antes de que nacieran muchos de los soldados estadounidenses que en ella combatieron, tuvo inicialmente amplio apoyo internacional con una meta definida: castigar a Al Qaeda por los ataques de 2001. Más de 30 países cooperaron con la intervención que, una vez liquidado el gobierno talibán, tomó el curso misionero de moldear la sociedad afgana con un ejército nacional, un gobierno elegido, educación para las mujeres y apertura a la globalización.
Los republicanos disfrutan esta semana la oportunidad de calificar a Biden como inepto y a los demócratas como cobardes. Biden dice que su decisión no es más que el cumplimiento del proceso que Trump inició.
Jens Stoltenberg, el secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico norte –alianza que también envió miles de soldados a Afganistán – culpa al gobierno afgano por el colapso acelerado de las fuerzas armadas, un contingente de 300.000 soldados instruidos y equipados por los invasores.
Y los afganos que cooperaron con la intervención culpan a EE.UU. por abandonarlos en manos de los talibanes.
Salir corriendo
Biden también admitió, en su alocución, que la rapidez con la que los talibanes tomaron control de la capital le sorprendió, acortándole en casi dos semanas el plazo que él había fijado para una retirada ordenada del remanente de tropas estadounidenses, y la evacuación de decenas de miles de contratistas estadounidenses y ciudadanos afganos que han cooperado como intérpretes, guías, informantes, técnicos, médicos, maestras y sus familias.
El senador demócrata Mark Warner, que preside el Comité Selecto del Senado sobre Inteligencia, se acordó ahora que Estados Unidos intervino en Afganistán “para derrotar a Al Qaida y eliminar los campos de entrenamiento de terroristas”.
“Hemos gastado casi 2.000 millones de dólares en un conflicto que ha costado la vida de 6.000 soldados y contratistas estadounidenses y ha dejado a decenas de miles de nuestros compatriotas con heridas visibles e invisibles”, añadió Warner. “Los servicios de inteligencia han anticipado por años que, en ausencia de la fuerza militar estadounidense, los talibanes continuarían ganando terreno en Afganistán”.
Pero la celeridad del triunfo talibán, y la falta de preparación estadounidense para salir del país han hecho que Warner anuncie una investigación senatorial de este final confuso y desordenado.
Enfoque desacertado
Sean McFate, académico senior en el Atlantic Council y profesor de estrategia en la Universidad de Defensa Nacional y en la Escuela del Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown opina que el fracaso de la intervención militar estadounidense en Afganistán, al igual que en Iraq y otras partes, es resultado de la carencia de “una doctrina sobre cómo se provee una asistencia integral a una fuerza de seguridad”.
“¿Por qué?” añadió McFate en declaraciones al diario The Hill. “Porque nuestra identidad militar está centrada en el asalto, no en la ocupación, y la instrucción de tropas de otro país hiede a ocupación. Nosotros, mejor, aniquilamos al enemigo”.
Otro error de novatos, según este experto, es “la solución espejo”.
“En lugar de confeccionar una fuerza militar a la medida de las necesidades y culturas únicas de Afganistán, el Pentágono simplemente cortó y pegó matrices estadounidenses sobre las fuerzas afganas, y después se sorprendió porque éstas no sobrevivían al primer contacto con el enemigo”.
No han sido todos fracasos, sin embargo. La “asistencia de seguridad” estadounidense ha dado mejores resultados en Colombia, Las Filipinas y Liberia y no porque los militares de estos países tuviesen más coraje para pelear, sino porque los programas fueron más eficaces.
Tal vez, y teniendo en cuenta la relevancia que la audiencia global da a estos asuntos, hubiese sido astuta y más duradera la formación y apertrechamiento de un ejército de mujeres afganas.
En un entorno más ancho y antiguo, la retirada estadounidense –y la de sus aliados- retorna el conflicto afgano a su dinámica más auténtica. A los talibanes les toca ahora gobernar un país donde dos tercios de los 31.3 millones de habitantes han nacido después de 2001, expuestos a los intereses de vecinos como China, Rusia, Pakistán e Irán, y sin la excusa del invasor que por años ha servido para unificarlos.