“¿Y si ahora que no llega se pone a rezar? Pero él no cree en nada. Ni en Patanjali ni en Cristo ni en el camino del medio ni en los sobrevivientes ni los sucesores ni sobre todo en los padres: en los latidos de los fucking padres” (Patanjali”. Animales domésticos).
Alejandra Costamagna (1970) golpea con su literatura, pues enrostra que la sociedad actual se mueve entre la soledad y el desarraigo del individualismo cultural contemporáneo. Sus personajes no tienen credos ni un centro articular de vida social, sino que forman parte de fragmentos, de mosaicos de la sociedad que habita múltiples micromundos.
No tienen ni quieren certezas, no se adscriben en el discurso de sus antepasados (religioso, político, moral), sino que se mueven por sus propios micro intereses. Tampoco se reconocen en un futuro, pues carecen de convicciones.
En su libro Animales domésticos (2011), Costamagna narra en once cuentos fragmentos de la vida santiaguina de esos chilenos que transitan pasivos y solos por las calles en busca de entablar amistades fugaces, de insertarse en una actividad y tratar de reconocer en algo o alguien sus propias inquietudes (como si quisieran huir de sí mismos para terminar también huyendo de los otros).
Autor, texto y lector
El pluralismo crítico, basándonos en Edmund Husserl, plantea que tiene tres aspectos o disciplinas: el lector, cuyo enfoque es pluralista en sí mismo y actualiza la obra (según Alfonso Reyes es en este proceso que la obra adquiere valor estético); el texto, es visto como el fenómeno, como la conciencia del autor, lo que nos enlaza con el tercer aspecto; el autor quien presenta su visión del universo.
Con el pluralismo crítico se toma en cuenta el contexto y el autor pasa a tener importancia en cuanto al proceso de producción: es un individuo producto de un contexto cultural que deriva en su producción literaria.
La teoría literaria toma fuerza en el pluralismo crítico, pues permite hablar de literatura. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no cualquier persona puede hacer crítica, ya que se debe ser un lector maduro y cuya conciencia es su herramienta de crítica. John Williams afirmó que para que haya una buena crítica se debe ser un buen lector.
Dos perfectos desconocidos: “Yo, Claudio”

El inicio del compilado de Animales domésticos es con el cuento “Yo, Claudio” y narra la historia de Claudio y Claudia quienes se conocen en el fondo de un cine mientras esperaban que comenzara Alien, el regreso. Tras ver el film, ella le contó a él, en tanto comían en el restaurante Marco Polo, que es una fanática del séptimo arte y que vive con su tía pues su padre es un electricista de circo y la madre había muerto.
El relato no lineal parte en la tercera “cita”, cuando ella lo llama con el fin de que se junten en la esquina de Morandé con Alameda para que la acompañe a ver a una mujer moribunda que podría ser su madre.
Es acá cuando encontramos un quiebre en el relato que permite ver que los personajes no conocen su pasado y que se arman en base al día a día. Claudia se encuentra con una mujer que a Claudio le pareció “una gallina sin plumas. Volcada sobre unas sábanas lilas”. A Claudia le causó angustia, pero se fue segura que, Sonia Vera Castro –quien finalmente muere-, era solo un alcance de nombre y que no se trató de su madre.
El relato en tercera persona permite al lector entrar en un Santiago pobre y conocer los recovecos de los barrios periféricos a los cuales se llega en un transporte público decadente. Entender que la única entretención que se puede tener es ver una y otra vez, casi de manera obsesiva, una película. “Ella había vuelto a ver Alien, el regreso. Con esta sumaba treinta y cuatro” y el único objetivo que mueve a Claudia es analizar el trasfondo de la película.
Casi no hay conexión entre Claudia y Claudio, a no ser el deseo de él de salir de la abulia que le provoca la falta de actividad que tiene durante el verano como ayudante de dentista. No hay unión entre ambos, establecen una compañía por necesidad.
El lector tiene un rol importante en este cuento, pues debe imaginar y sentir la desazón de los personajes al recorrer los lugares periféricos de la capital, la angustia que provoca estar en un hospital público –El Llano-, y el gusto que puede provocar tomar una cerveza fría al terminar el día.
El final del relato es abierto, y así como casi no conocemos el pasado de los protagonistas, el lector debe imaginar el futuro de ellos. ¿Seguirán saliendo? ¿Lograrán entablar una relación o será la visita a El Llano la última vez que se vean?
Un punto interesante es el que establece Costamagna al hacer un guiño al lector a través de una “pista” que se encadena con otro de los cuentos. Estando en el hospital Claudio vio en un velador un diario arrugado y leyó el titular que decía “Román es el único culpable”, personaje que será detonante en el cuento “Patanjali”.
Todo por culpa del yoga: “Patanjali”
Él y Luciana (nunca conoceremos el nombre del protagonista) se conocieron en una clase de yoga. Desde las primeras líneas el lector se entera que él va a entrenar por orden de su terapeuta, pero se desconocen las razones que lo llevaron a una consulta psiquiátrica.
Si bien él se enamoró a primera vista de Luciana, a ella le hicieron falta un par de encuentros para recién fijarse en la existencia de aquel hombre que no dejaba de pensar en ella.
Sorprende el relato cuando ambos personajes se encuentran en la consulta psiquiátrica; es decir, ella también necesita terapia. Las razones son desconocidas y el lector puede echar a volar la imaginación.
Sin decir cómo ni por qué, ambos personajes aparecen en un motel y tras hacer el amor ella tiene un arranque de ira que trasparenta la verdadera trama del cuento: “yo soy la hija del gordo Román. Y remató, consciente de ser reiterativa, apremiada quizá por la urgencia de decirlo en voz alta: Román era mi papá”.
¿Y cuál es la importancia de que Luciana fuera la hija de Román? (a quien se hace alusión en “Yo, Claudio”) La respuesta es lo que le cambia el sentido al cuento convirtiéndolo en un relato policial; el padre de él había matado de siete balazos a Román cuando lo encontró en un motel con su esposa (madre de él) y luego se suicidó.
Ambos protagonistas comparten un mismo trauma. Ambos perdieron a sus padres de manera brutal. Una relación así no puede funcionar, y el final lo deja en claro. Él no vuelve a ver a Luciana, pero en honor a ella adopta a un gato anaranjado.
Nuevamente lo local se hace presente. El lenguaje usado por Costamagna es chileno, no español. Usa modismos como “sacársela del mate, eso es lo que quiere”, refiriéndose a que desea olvidarla.
La ciudad forma parte del relato, con sus moteles de barrio popular y famosos por sus habitaciones decoradas con temática (el Valdivia), la soledad de los que van a clases de yoga, lo mal que se encuentra psicológicamente la sociedad, entablar relaciones amorosas con personas a quienes apenas se conoce.

El contexto en el que vive la escritora se convierte en el contexto de los personajes. No se trata de relatos ambientados en pueblos ficticios ni de historias de amor con final feliz, sino que son pequeños relatos que se enfocan en un hecho que une, por unos días, a dos personajes y que luego cada uno seguirá su propio –y solitario- camino.