Rusia y Ucrania: las cifras de la guerra. El gasto bélico indica que las prioridades han cambiado. Por Esteban Valente

por La Nueva Mirada

No conocemos en detalle y con cierta credibilidad las cifras actualizadas de la invasión rusa a Ucrania, tanto a nivel de las bajas militares como civiles como la destrucción de armamentos. Pero si podemos recurrir a cifras de abril de 2022 del SIPRI, (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo) uno de los más prestigiosos organismos en la materia para conocer las características del gasto militar.


Publicado en Portal de Información Meer.com

En su informe del año 2021, (la invasión a Ucrania comenzó el 24 de febrero del 2022) el SIPRI informó que la Federación Rusa gastó 65.900.000.000 (sesenta y cinco mil novecientos millones de dólares en el año 2020 -último dato disponible-), lo que equivale al 4.1% del total de su PIB. Mientras que los cuatro países más poderosos de Europa: Alemania, Reino Unido, Francia e Italia, gastaron en ese mismo año 213.000.000.000 (Doscientos trece mil millones de dólares). Posteriormente el parlamento alemán aprobó un gasto extraordinario de 100 mil millones de euros (110 mil millones de dólares) para sus fuerzas armadas.

Los Estados Unidos tienen un gasto militar total que equivale al 38% de todo el gasto militar mundial y esto representa doce veces el gasto militar ruso y si le sumamos el gasto europeo es 15 veces superior al de Rusia, 1.500% más.

Repudiamos la invasión rusa a Ucrania, pero no alcanza, hace falta entender, explicarse, interrogarse y tratar de comprender un poco más la evolución de la situación, actual y hacia el futuro.

Cualquier especialista medianamente serio, sabe perfectamente que una fuerza de 190 mil hombres, que es la que empleó Rusia para invadir Ucrania, de acuerdo a todas las fuentes, es absolutamente insuficiente para ocupar un país de 603.500 km2 de superficie y 44 millones de habitantes y que independientemente de los primero movimientos en dirección a Kiev, su objetivo era completar la ocupación iniciada en el 2014 de la península de Crimea, tomando las dos repúblicas del Donbas y toda la rivera del mar de Azov.

Dentro de dos días de la publicación de esta columna, habrán pasado 5 meses desde el inicio de la invasión y, considerando las características de las operaciones hasta el momento en la región Este del país, se puede estimar que en un mes es muy posible que Rusia complete la ocupación total de las Repúblicas de Donetsk y Lugansk. Esto no implicará el fin de la guerra, sino una nueva fase.

Ucrania que desde el inicio de las operaciones bélicas recibe ayuda militar de los países de la OTAN, ha reclamado en su último pedido un volumen de material muy superior: a mediados de junio declaró que necesitaba mil cañones de 155 mm, trescientos lanzacohetes múltiples (antitanques y antiaéreos), quinientos tanques de última generación y no los desechos que estuvieron recibiendo, dos mil vehículos blindados de transporte y combate y mil drones. Estamos hablando de miles de millones de dólares, si se agrega toda la munición necesaria para estas armas.

Si se comparan estas cifras con la modesta ayuda enviada hasta ahora por los países europeos, cualquiera comprende que se trata de un cambio radical. Aunque hay que saber que Estados Unidos que tiene 82 bases militares en el exterior (hay 200 países), contra 8 bases rusas, podría perfectamente haber enviado un volumen de ayuda muy superior. Pero ese no es el objetivo de Washington.

Su objetivo central es liderar el rearme europeo encabezado por Alemania, el país que está muy lejos de alcanzar el 2% de su PBI dedicado al gasto militar y que se acordó en la conferencia de la OTAN realizada en Riga en el 2006, mucho antes del inicio de las operaciones militares en Ucrania.

Y el objetivo es que todos los países europeos se involucren, incluso algunos extremadamente pequeños como Croacia, para demostrar la «Unidad de Occidente» ahora y mucho más evidente que incluso en la Guerra Fría, que está comandada por los EE.UU.

Este aporte en armas al conflicto tiene también el objetivo demasiado evidente de involucrar a todos los socios de la OTAN en la guerra, para que nadie en el futuro pueda tener o pretender un papel de mediación y para solidificar el aislamiento europeo de Rusia.

En el caso de Alemania, que es donde el presupuesto de la defensa representaba el 1.3% de su PBI, mientras que en los demás países europeos poderosos ya se había alcanzado y superado el 2% (con una variante importante, tanto Francia como Gran Bretaña invierten buena parte de sus recursos en sus fuerzas nucleares, que Alemania no tiene).

La aprobación de parte del parlamento alemán de un aumento de 110 millones de dólares en el gasto militar, por una abrumadora mayoría, incluyendo los dos partidos tradicionales (socialdemócratas y socialcristianos) y los Verdes, además de imponer un cambio en cuanto a la fuerza militar del principal país europeo de la OTAN, implica un enorme negocio para los EE.UU.

La prioridad en la lista de equipos que comprará Alemania se manifiesta en 35 cazabombarderos multipropósito de última generación F-35, este avión sustituirá a los Tornado (de fabricación europea). Los F-35 cuestan en la actualidad 100 millones de dólares cada uno, pero se estima que, para el momento de su entrega, dentro de 3 o 4 años (cuando notoriamente la guerra habrá terminado) costarán 150 millones de dólares cada uno. Además, la Lufwaffe recibirá sesenta helicópteros de transporte Chinook CH47.

En todo este mar de miles de millones, hay un aspecto extremadamente peligroso, y estratégico, una pregunta muy inquietante: ¿Cuál es la línea en que un tercer país que proporciona armas a otro involucrado en una guerra, no se hace partícipe de ese conflicto y pasible de ser atacado, en sus líneas de suministro y/o directamente en sus instalaciones militares?

A nivel de la comunidad diplomática internacional y en particular de los países involucrados hay un sospechoso silencio, sin embargo, el Frankfurter Algemeine Zeitung, publicó una carta al director de uno de los principales expertos alemanes en derecho internacional, Jochen Abraham Frowein, antiguo director del Max Planck Institute. Frowein, un organismo totalmente conservador, quien observó lacónicamente que, al suministrar armas a Ucrania, Alemania podría convertirse en «parte de un conflicto armado» independientemente de si Rusia infringía o no el Artículo 2 de la Carta de la ONU, que prohíbe las guerras de agresión, lo cual implicaba, en su opinión, que «las fuerzas militares alemanas, incluidas sus posiciones en suelo alemán, podrían ser atacadas por Rusia».

Está claro que, considerando la experiencia ucraniana, un ataque ruso a Alemania u otro país de la OTAN por su suministro de armas a Kiev, difícilmente podría hacerse con armas convencionales y por lo tanto entramos en el peor de los escenarios: la utilización de armas nucleares, aunque al inicio puedan ser tácticas (obuses y cohetes de corto o medio alcance).

Las cifras que están en juego, las enormes inversiones y gastos involucrados de ambos lados, comprometen grandes objetivos que deberían ser notoriamente prioridades, en particular la lucha contra el cambio climático, el uso de tecnologías limpias lo que también implica enormes inversiones.

Estas cifras militares son un cambio de ruta muy importante en las prioridades en el mundo desarrollado.

(*) Publicado en Portal de Información Meer.com

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