Sabato, el especialista en angustias por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

El título de este artículo no es arbitrario, de ninguna manera. Solo refleja lo que dijo unos meses atrás el propio hijo de Ernesto Sabato (1911 – 2011) sobre su padre, en una entrevista a un medio argentino. “Mi padre era un especialista en angustias”, señaló el cineasta Mario Sabato, confesando con humor el complejo carácter del destacado escritor, ensayista, físico y pintor argentino. Según su hijo estaba siempre preocupado por lo que pasaba en el mundo, el destino de la humanidad, por la ecología, por las tragedias de las que estaba constantemente informado.

Lo cierto es que Sabato fue un hombre introvertido, pero de fuertes convicciones políticas que luchó contra la dictadura argentina, que vivió una vida llena de desafíos, donde optó con pasión por la literatura porque era lo que le nacía, lo que lo completaba como persona y realmente le llamaba la atención.

Autor de novelas notables como “El túnel” y “Sobre héroes y tumbas” (considerada esta última una de las mejores novelas argentinas del siglo XX), se destacó inicialmente en las ciencias, donde logró una beca para realizar trabajos de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie de París. Pero era el amor a los libros lo que lo atraía y en 1945 tomó la opción de dedicarse a la escritura. En un principio, el camino no fue fácil. Su novela “El túnel” fue rechazada por muchas editoriales porque provenía de un físico y no de un literato. Finalmente, cuando vio la luz, fue un éxito de proporciones que catapultó al escritor a la cima. Un año después de publicada la obra, el autor de “La peste”, Albert Camus, le escribió para decirle que había recomendado la traducción al francés de su relato. Thomas Mann, autor de la “Montaña mágica” también quedó impresionado al leer ‘El túnel’, según quedó reflejado en sus diarios.

Para Sabato, la literatura es una experiencia vital, una catarsis, una mezcla de vergüenza, curiosidad y temor.

Para Sabato, la literatura es una experiencia vital, una catarsis, una mezcla de vergüenza, curiosidad y temor. Fue muy fuerte su primera relación con el surrealismo en Francia, cuando le tocó vivir en París y conocer e interactuar con destacados representantes del movimiento como André Bretón y el pintor Wilfredo Lam. Fue el empuje del surrealismo el que después lo acercó al existencialismo con personajes desolados y plenos de cuestionamientos sobre la trascendencia de la vida.

Fue el empuje del surrealismo el que después lo acercó al existencialismo con personajes desolados y plenos de cuestionamientos sobre la trascendencia de la vida.

Ganador de numerosos premios literarios que reconocieron su talento, entre ellos el Premio Miguel de Cervantes (1984), Sabato convirtió la angustia en el motor de su vida.  En 1998 pensaba que su muerte estaba relativamente cerca y escribió: “La gravedad de la crisis nos afecta social y económicamente. Es mucho más: los cielos y la tierra se han enfermado. La naturaleza, ese arquetipo de toda belleza, se trastornó.”

En 1990, a los setenta años de edad, se casó por la iglesia con su compañera de vida, Matilde Kuminsky, a quien conoció en la época en que formaba parte del partido comunista. Fue ella la que salvó varios de los manuscritos de Sabato del fuego. El autor argentino tenía la costumbre de escribir por las mañanas y quemar sus textos en la tarde.  La pareja se había casado por el civil en 1936 y tuvieron 2 hijos, Jorge y Mario.

El autor argentino tenía la costumbre de escribir por las mañanas y quemar sus textos en la tarde.

En 1995, Sabato sufrió el duro golpe de perder a su hijo mayor, Jorge, en un accidente de tránsito. Nunca pudo aceptar la tremenda pérdida de su primogénito. Ese dolor lo marcó en su último tiempo, donde ya no podía escribir a causa de serios problemas a la vista y se dedicó por completo a la pintura.

Con la salud deteriorada por los años, Sabato falleció el 30 de abril de 2011, a los 99 años, en su casa de Santos Lugares, en la provincia de Buenos Aires, a causa de una bronquitis. El escritor, dentro de sus acostumbradas preocupaciones y angustias, nunca pensó que iba a llegar a vivir hasta los 100 años. El destino lo ayudó a que sus deseos se cumplieran.

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