EE.UU, al borde de un ataque de nervios, logró salir a medias de la magia bochinchera del profesional del algoritmo, del alumno aventajado de las redes sociales Donald Trump. Este no previó bien que se pueden hacer cosas distintas a repetir las palabras mas usadas en los buscadores, o las que provocan mas emociones en personas de determinados lugares geográficos, edades, sexo, condición social y un sinnúmero de informaciones que las redes sociales, empresariales y comerciales acumulan en detalle sobre miles de millones de habitantes a nivel global. Y cuando creyó que podía hacer dudar a muchos sobre el resultado electoral los medios y las redes lo frenaron y desmintieron. Trump venía deslegitimando la elección desde antes de los foros televisivos de los vicepresidentes, vale decir desde antes a su debate con Biden. ¿Qué sabía Trump para patear el tablero con antelación?
Se puede especular al respecto. Con todo, el único dato duro y distinto es que esta elección se realizaría bajo los efectos de la pandemia galopante. Ello dificultaba su estrategia de confrontación desatada y el correspondiente plan electoral. Trump necesitaba a la gente en la calle para exhibir su tesis economicista ante la pandemia, con partidarios dispuestos a inmolarse por la economía, arrasando con quienes se opusieran a sus visiones excluyentes y racistas de América Primero.
El tan singular mandatario, con su discurso primitivo, cahuinero, con adrenalina política vulgar, potente para sectores desprotegidos y atrasados por la globalización, conecta con sectores rurales y urbanos de ciudades industriales estancadas, apuntando con esa estrategia de falsedades evidentes vía twitter contralatinos, afroamericanos, chinos, musulmanes, como la amenaza principal para sus trabajos, barrios, posesiones y las buenas costumbres estadounidenses.
La pandemia – paradojalmente – abrió la posibilidad a los sectores menos contagiados por la fiebre polarizadora de Trump a votar sin el riesgo físico de los supremacistas blancos y de contagiarse con el virus. El voto por correo derrumbaba, luego quedó demostrado, el plan de polarización, dando una oportunidad a quienes no tenían compromiso para ir a votar en una evidente situación de riesgo.
Expertos académicos de EE.UU habían vaticinado que la pandemia al obligar a la distancia física entre las personas influiría en las elecciones. Una parte de los indecisos decidirían su voto en conversaciones fuera de su círculo endogámico, familia, amigos, trabajo. Con la pandemia esos encuentros fuera del área de cercanía serían escasos. Esta sería así una elección de votantes previamente definidos.
La pandemia dejo sin escenario a Trump y debilitó a su gobierno. Su abuso de las redes fue neutralizado, así como la manipulación mediática, lo que junto a la tolerancia antirracista de la policía constituía su coctel preferido para lograr un respaldo en los sectores populares. Sin embargo, el obstáculo creado por la oposición férrea de todas las corrientes y liderazgos de los demócratas, como de organizaciones sociales y civiles, opusieron una valla insalvable. Esencialmente las mujeres y los jóvenes rechazaron su monotemática apelación a primero la economía. Ello incidió en la elección del Presidente Biden y de la Vicepresidenta Kamala Harris.
Dice David Brooks columnista del NYT con un dejo de añoranza “la política se convirtió en una forma de identidad transformándose en algo muy central en la vida” muchos “somos adictos a nuestros resentimientos”. Una reflexión válida y previa a los tiempos de Trump y sus engañosas redes sociales. Una línea que se agudizó ante la inminencia de su derrota, incidiendo en el inédito corte de las cadenas de TV a sus mentiras, cuando intentaba animar la polarización desde su desesperada resistencia al descalabro de su opción a mantenerse en la Casa Blanca. Todo pareciera más efímero que en el siglo pasado. Cuando el juicio público es más inmediato y la comunicación tan extendida, los liderazgos tradicionales se desgastan con mayor rapidez.
Una línea que se agudizó ante la inminencia de su derrota, incidiendo en el inédito corte de las cadenas de TV a sus mentiras, cuando intentaba animar la polarización desde su desesperada resistencia al descalabro de su opción a mantenerse en la Casa Blanca.