Me encuentro con un querido amigo. Va acelerado. No para de hablar, parece que llegó a una conclusión importante. Después de un saludo somero, se larga un discurso parecido al siguiente (si soy capaz de retenerlo bien):
El auge de la economía neoclásica y del neoliberalismo (el mercado articula todo lo social) fue parte de la globalización: un mundo de intercambios con un poder dominante – Estados Unidos. Se trataba de debilitar en todas partes el sentido de lo nacional y el poder de los estados nacionales para orientar las sociedades al futuro. La consigna era encajonar estos estados en reglas globales, y dejar que las decisiones de inversión de los capitalistas individuales decidieran el futuro. A muchos intelectuales y académicos formados en institutos y universidades globales les gustó.
A muchos intelectuales y académicos formados en institutos y universidades globales les gustó.
Pero se acabó. Lo hundió el surgimiento de China (¿quién, entre esos académicos e intelectuales, quiere relacionarse con China mediante reglas universales?), y el debilitamiento del sentido nacional, y del estado nacional, en el mismo polo hegemónico – con consecuencias políticas que están a la vista.
Una responsabilidad fundamental del estado nacional actual es cultivar el sentido de nación. Una comunidad que merezca el respeto de sus miembros, con un sentido de proyección histórica. Despreocuparse de eso, incuba malestares y gatilla movilizaciones sociales como los de octubre pasado. Un sistema de educación estatal (no municipal) ayudaría, un sistema integrado de salud, una seguridad social pareja. Limpiar nuestras ciudades (¿hay algo más comunitario que el aire respirado por todos?), acelerando al máximo una completa electro movilidad, convertir el norte en una gran generadora fotovoltaica y las zonas adecuadas del país en fuentes eólicas, transformando a corto plazo nuestra matriz energética, convertirnos en los mayores expertos mundiales en desalinización de agua de mar. Arrojarnos con todo a la historia que viene.
Una responsabilidad fundamental del estado nacional actual es cultivar el sentido de nación.
Requiere hacer discriminaciones; lo que la economía neoclásica considera abominable. Decidir que hay áreas de la vida que son comunes, que escapan al intercambio individual, que en ellas se debe discriminar entre lo nacional y lo global, que hay que ir en contra del carbono, que se deben apoyar ciertas áreas de desarrollo tecnológico, científico y académico por encima de otras. No se ve muy demoníaco, la verdad.
Requiere hacer discriminaciones; lo que la economía neoclásica considera abominable.
Y una discriminación más que no podemos olvidar: Chile es un país con dos naciones – chilena y mapuche. Vimos sus banderas flamear en octubre del año pasado; ninguna otra. Durante cuatro siglos resistieron a los españoles y a los criollos chilenos. Una guerra que ocasionó la muerte de dos gobernadores generales, que mantuvo la frontera de Chile en Chillán, que solo fue aplastada casi entrando el Siglo XX. En esa zona de constante mestizaje se produjo lo mejor de lo nuestro: O´Higgins y Prat, Arrau, Neruda, Nicanor y Violeta… Y el merquén, ¡joder!, el olor de Chile. Y quinchamalí, la mejor plástica de Chile.
Chile es un país con dos naciones – chilena y mapuche. Vimos sus banderas flamear en octubre del año pasado; ninguna otra. Durante cuatro siglos resistieron a los españoles y a los criollos chilenos.
En esa zona de constante mestizaje se produjo lo mejor de lo nuestro: O´Higgins y Prat, Arrau, Neruda, Nicanor y Violeta… Y el merquén, ¡joder!, el olor de Chile.
La pregunto quién hará todo esto.
Me responde que no sabe.