Si la situación económico-social del país no era halagüeña para los sectores de menores recursos, debido a la altísima concentración del ingreso y la riqueza, con la pandemia se ha agravado y las perspectivas del mediano y largo plazo no se avizoran mejores. Por de pronto el país se verá enfrentado, más temprano que tarde, a los efectos de que muchas y muchos chilenos han retirado parte significativa de sus fondos previsionales evidenciando una incertidumbre mayor.
Desde el punto de vista político pareciera que la pandemia ha atacado con fuerza a las dirigencias. Sin considerar por ahora a la derecha, en la centro -izquierda e izquierda las cosas están peor que nunca, sobrando candidatos mientras faltan ideas. A siete meses de la elección presidencial y parlamentaria, más allá de declaraciones de buena crianza sobre la unidad, no se aprecian iniciativas serias para avanzar hacia un acuerdo del conjunto de la oposición.
Así se pavimenta el camino para que la derecha conserve el gobierno. Con el agravante que, si bien no es nada simple ponerse de acuerdo en una candidatura presidencial, los niveles de desacuerdos pueden también conducir a que la derecha alcance una sobre representación en la elección parlamentaria.
Más allá del verbo pareciera despreciarse el riesgo mayor de un nuevo gobierno de continuidad de la actual y desastrosa administración – con o sin pandemia – para los intereses y necesidades extremas de las grandes mayorías. Pareciera ignorarse que los avances democráticos de las últimas décadas se han logrado venciendo resistencias de una derecha que, en lo esencial, hizo suyo o respaldó como propio el quehacer del régimen cívico militar durante 17 años.
Así como van las cosas pareciera que, al menos, existirían dos candidaturas presidenciales desde la centro -izquierda y la izquierda. Y , en el mejor de los casos, con un “compromiso” de eventual apoyo en segunda vuelta. Compromiso dicho entre comillas porque hasta aquí, considerando todo lo que han dicho los distintos partidos y voceros, nada ni nadie puede garantizar que quien pase a segunda vuelta consiga el necesario y comprometido apoyo requerido para no repetir historias ya conocidas.
Y todo puede ser peor sin la existencia de un planteamiento programático que se haga cargo de las graves consecuencias económico-sociales de la pandemia, agravadas por la incompetencia del gobierno para enfrentarla.
Los problemas que están por delante son graves y los plazos institucionales demasiado breves, aún en el supuesto que la pandemia reduzca su velocidad y alcance. Mientras se evidencia la ausencia de iniciativas mayores que privilegien el ahorro y la inversión por sobre el gasto, asumiendo las emergencias más apremiantes de las mayorías potenciando y dinamizando las actividades productivas.
Es más que evidente la urgencia mayor de inversión pública en salud para elevar la cobertura, el nivel y calidad del sistema hoy puesto a prueba y colapsado con la pandemia y sus efectos. De igual modo, acometer el establecimiento de una red de farmacias públicas, cuyos precios solo se correspondan con la reposición de medicamentos y con los costos operacionales.
Similar enfoque se hace necesario en el ámbito de las obras pública y de la construcción habitacional, que activan la demanda en otros ámbitos productivos y de servicios con sus efectos positivos sobre el empleo y las remuneraciones. Todavía más, proyectar los costos de las inversiones prioritarias que se deben acometer arroja una mejor y más clara perspectiva de la necesidad de incrementar la tributación.
En este contexto de complejos desafíos parecieran miserables los gustos ideológicos. Mientras urgen acuerdos programáticos sustantivos, que interpreten anhelos evidentes de una gran mayoría del país. Ningún avance democrático del llamado progresismo (en cualquiera de sus expresiones) se ha conquistado sin acuerdos coherentes para una mayoría consistente que los haga propios en sus compromisos y movilizaciones activas.
Hasta aquí no pareciera que los actuales círculos dirigentes democráticos y progresistas perciban que las demandas más evidentes de las mayorías enfrentan la resistencia implacable – valga ver las señales del actual gobierno en bancarrota – de poderes de enorme envergadura, que para ser vencidos requieren de una contundente mayoría activa que sustente los cambios y resista las embestidas refractarias.