Por Rafa Ruiz Moscatelli
No da para más. Todos hablan del Corona Virus como se les antoja, objetivo o subjetivo, desde el poder y contra el poder, desde la frivolidad hasta la filosofía, sin siquiera rozar lo urgente: ¿hasta cuándo seguiremos sin pronosticar el peak del coronavirus? Si logramos poner los recursos tras ese objetivo conseguiremos una unidad provechosa. A partir de ello podríamos definir acciones sin andar a tropezones con el secretismo, la ignorancia, la incertidumbre y las tramas de una autoridad que no puede evitar ser ventajista. Ya hay información global. No tiene sentido seguir sin definir la fecha más probable de un “peack verosímil” de la infección. Con ese norte mejoraríamos la lucha sanitaria y abordaríamos las actividades políticas, productivas y de distribución más necesarias.
Sin pronóstico de tiempo la autoridad se vuelve antojadiza y vaga en sus laberintos.
Para lograrlo se requiere unidad entre expertos, autoridades y representantes de la sociedad civil. No necesitamos una fecha exacta, sí una decisión sobre una frontera aproximada de tiempo. Personas con conocimiento, trayectoria ética y sabiduría pueden entregar al país una estimación de un plazo vital para todos los habitantes de Chile alejando las tentaciones autoritarias y las ideas mercantiles totalizadoras. Sin pronóstico de tiempo la autoridad se vuelve antojadiza y vaga en sus laberintos.
Aprendamos de los errores de otros. Los habituados a usar la fuerza le declararon la guerra a la pandemia por su miedo a los cambios que ella va a generar. Calcularon las bajas y dieron por sentado que tenían una estrategia para la lucha sanitaria. Es una salvajada. Inhumanidad pura. Al enfrentar el virus desde lo militar – hablan del enemigo invisible y apelan a la xenofobia-, han terminado con unas cifras pavorosas de contaminados y decesos en su sociedad y territorio.
Los habituados a usar la fuerza le declararon la guerra a la pandemia por su miedo a los cambios que ella va a generar.
Un amigo español, Manuel de la Iglesia C, economista, narrador, escribe en un periódico de alta circulación, “El Mundo” de España, apuntando sobre las cosas buenas que podrían suceder después del virus. Él está muy claro que ellas no se compran, hay que organizarse y bregar por ellas. Resalta las actividades hogareñas y las solidarias en los barrios para salirse un poco de la vida alocada en las grandes ciudades. Yo agrego: es absurdo repletar ciudades con vehículos contaminantes, y correr alocadamente a comprar en supermercados para sobre abastecerse como si fuera normal botar comida. Manuel aclara que no son todos: “es la clase media acostumbrada a tener de todo”. “El consumo te consume”, nos dijo Moulian hace años. Manuel nos recuerda con Piketty, economista francés reconocido por sus estudios estadísticos sobre la renta del capital en los últimos dos siglos, que las fortunas de más de mil millones de euros deben pagar más impuestos. Si ellos no pagan entonces nosotros debemos pagar más IVA. Chile de los noventa fue uno de los pocos lugares del mundo donde el IVA despertó simpatías.
El virus en España dejó al descubierto las debilidades en salud, educación, protección social, investigación científica, digitalización de hogares, entre otras. El articulista señala que la especie no aprende a relacionarse con la naturaleza si no es a palos. Especula con que el virus podría sensibilizar a la gente. ¿A los individualistas salvajes y sus primos los capitalistas salvajes? Sensibilizarlos para aplanar las curvas del cambio climático y la alimentación industrial que tanto preocupan a los “milenial”. Ojalá. Los milenial son los únicos potenciales transformadores de las clases medias más conservadoras. Ojo.
El articulista señala que la especie no aprende a relacionarse con la naturaleza si no es a palos.
Una frase sobre la economía. Debemos ver como la subordinamos nuevamente a lo político y lo social para impedir que dañe a los más débiles, como es su tendencia. El domingo 26 llegaron manifestantes a la Plaza Italia, el lunes 27 llegaron más, y un guanaco blanco con decenas de bombas lacrimógenas.