Por Frank Kotermann
Vaya semanita… Y aún no termina acota el doctor Martínez tras mi gesto de nocturno agote. Es la semana, el mes, el año, el tiempo que la humanidad sigue viviendo en peligro, por más alivio que sintamos por la aún resistida derrota del símbolo de todos estos males, el demonio Trump (pidiendo excusas por la ofensa gratuita a Lucifer).
Con todo, acá en el fin del mundo cada día puede ser peor, aunque Paris fantasea con una próxima vacuna mientras se estimula el retorno galopante a una enmascarada normalidad que está lejos de serlo salvo para el entorno especulativo del afiebrado Sebastián, que ya traspasó la barrera de la realidad básica sin ahorrarse sandeces que su séquito de empleados debe avalar cuál manga de sirvientes a buen precio. Tal es el desquiciamiento de su gobierno imaginario que Pérez – el bandido renunciado con más largo prontuario – fue ovacionado, abrazado y bien manoseado por la bancada de senadores oficialistas tras el perdonazo obsequiado por opositores de memoria tan corta como su futuro político.
Triste país con vista al mar, pese a su pueblo esforzado y mil veces maltratado, reflexiona el galeno Martínez al mismo momento que, con el consenso de los cuatro contertulios presentes, apaga la tele donde el recuento noticioso – por más abreviado que parezca – repite una cantinela archiconocida durante el correr del día. Y no se vaya a pensar que la deprimente derrota de la selección de fútbol chilena en Venezuela el día martes esté incidiendo en nuestro ánimo, porque coincidimos – viendo juntos el muy mal partido – en cerrar el capítulo tan rápido como ameritaba la ordinariez del elenco nacional.
Surge más bien mirando el tránsito de locomoción y peatonal de los últimos días, muy similar al habitual de antes de la pandemia, pese a que la mayoría de los escolares y estudiantes – que pueden acceder- continúan con clases virtuales no presenciales, en medio de un forzado retorno a la actividad económica con aún miserables apoyos del Estado, que sólo el desquiciado recuento engañoso de Sebastián intentó disfrazar con una manifestación más de su descerebramiento galopante enunciando “por cadena” un cruce arbitrario y festivo de cifras de antología que, de ser ciertas, constituirían causa fundada de envidia planetaria.
Sin remedio, dirigiendo un gobierno imaginario, con un jefe de gabinete cada vez más Delgado y condenado a repetir el tránsito patético de sus antecesores – en mala hora Blumel, por cosas del azar llegó a esa oficina maldita – experimentando un calvario que, por angas o por mangas, le recaerá como acompañante civil del empoderado Rozas, ex edecán, transformado en guardia uniformado de Sebastián, ahora que Cecilia terminó también de agotarse con los juegos palaciegos.
A estas alturas- lo previmos hace semanas – Paris cada vez más parecido a un enano maldito amaña cifras de contagios y muertos sin nombre ni apellido, como quien lee el pronóstico del tiempo, en un verano que se aproxima caluroso y contagioso para los que confunden el espejismo de la vacuna con la realidad. Lo único bueno es que cada día que pasa se aproxima el fin de una época maldita, como lo están descubriendo desde el norte- que ya no será de Trump – hasta Bolivia y Perú que se sacuden de sus propias maldiciones, mientras acá en la cola del planeta, a la chilena, nos preparamos para el optimismo aún esquivo…Es que continuaremos siendo originales objetos de estudio para tesis de grados superiores…como siempre…
No hay remedio y soñamos con vacunas…
Hasta la próxima
Frank Kotermann