Tiempos oscuros

por Antonio Ostornol


Foto AP

Cuando escucho o leo las últimas noticias de la guerra en Gaza y cuando veo las imágenes apocalípticas de las ciudades destruidas, de los hombres y mujeres que como espectros deambulan por unos lugares imposibles y aparecen esos niños que miran impertérritos, transformados en unos seres trashumantes que solo migran hacia la muerte, se me imponen en la memoria y en el cuerpo dolorido unos versos desconsolados del gran poeta español, Blas de Otero:


“Si he perdido la vida, el tiempo, todo

lo que tiré, como un anillo, al agua, 

si he perdido la voz en la maleza,

me queda la palabra.”

Sí, solo nos quedan nuestras palabras. Todo lo demás es impotencia. Llevamos dos años sometidos a un espectáculo sangriento e inhumano, desde la masacre de más de 1200 israelíes el 7 de octubre del 2023, hasta la matanza irracional de todo un pueblo, desencadenada por el gobierno de Israel, que alcanza la pavorosa cifra de casi 61.000 gazatíes muertos en menos de dos años. Esto ha ocurrido con la anuencia explícita de las grandes potencias de occidente, con Estados Unidos a la cabeza y la complicidad pasiva de Europa. Luego de meses en que las organizaciones humanitarias más reconocidas en el mundo y la propia ONU venían denunciando el uso del hambre como arma de guerra por parte de Israel, recién se elevaron algunas voces de protesta (Francia, Reino Unido, Canadá, España). Hace unos días Hamas publicó unas imágenes de un par de rehenes con evidentes señas de hambre. Fue un escándalo internacional más o menos equivalente al que se ha levantado a propósito de los 180 “muertos por inanición, incluidos 93 niños, desde el 7 de octubre de 2023” (El país). Asistimos impotentes, y llenos de morbo, a uno de los primeros genocidios del siglo XXI. 

Es tan fuerte lo que está pasando en Gaza que me habría imaginado una ola de indignación mundial –como la hubo y con toda justicia- frente al ataque de Hamas. Sin embargo, en un principio bastante largo los estados con capacidad de incidir realmente apoyaron a Israel y justificaron su represalia como un acto de legítima defensa. Pero la amenaza existencial que fundamenta la ofensiva israelí –la no aceptación por parte de Hamas de un estado judío- está ciertamente condicionada por la ocupación de hecho –contra toda norma de derecho internacional- que mantiene Israel sobre los territorios palestinos desde 1967.

Tal vez por eso cada tanto desde el gobierno de Netanyahu se escuchan voces que hablan de ocupación total de Gaza y estimulación de una migración voluntaria que, seamos claros, de voluntaria tendría poco. Por eso, se mantiene la ocupación de Cisjordania. En esta lógica se entiende la política de exterminio: no habrá más amenaza si ya no hay palestinos. 

Digo esto porque me parece que la asimetría militar entre Israel y Hamas es inmensa, sideral. Me queda la impresión de que Hamas no podría nunca derrotar al ejército israelí. Pero también me parece que Israel no logrará someter la voluntad de los palestinos y que estos acepten ser un pueblo sin estado y vivir como parias, reprimidos y asfixiados como una condena a perpetuidad. La amenaza real, creo, está en no encontrar una solución acordada y pretender una rendición en vez de un acuerdo. En estos mismos días, un ministro israelita fue a rezar en la explanada de las mezquitas. Sharon, si no me equivoco, ya lo había hecho antes y entonces se desencadenó la intifada. Pero cuál es el propósito. Es evidente que si, además del daño real y dramáticamente concreto que ha inferido Israel a Gaza, un acto de este tipo le suma la humillación. Se trata de infligir una derrota moral. Entonces hace sentido la convicción que se puede oler en el discurso de las autoridades israelíes, de que no hay mejor Gaza (y, por extensión conceptual, Cisjordania) que una sin gazatíes. Si no estuviera este propósito sibilino moviendo los hilos del poder en medio oriente (acordémonos del resort maravilloso que Trump proponía construir allí), no hay forma de explicar la brutalidad, desproporción y crueldad con la cual Israel ha conducido la guerra.

Hay voces de protesta que se han levantado en diferentes partes del mundo, pero resultan impotentes. Muchas de ellas se pierden porque tratan de colocar el conflicto en viejas claves movidas por viejos paradigmas: progresistas versus conservadores, imperialistas versus colonizados, revolucionarios versus fascistas. Pero teniendo a Hamas con todo el respaldo del integrismo islámico por un lado y la cúpula ultraderechista y ultraortodoxa en el gobierno de Israel, cuesta hacer encajar el viejo paradigma. Más bien pienso que esta es una tragedia humana a secas, a la que no hay que tratar de buscarle vueltas que en el mundo actual ya no existen. 

Trump ha desnudado la naturaleza sórdida y espuria del poder contemporáneo que quizás no es diferente al modo de ejercer el poder en otros tiempos, pero que, a los ojos de nuestros sueños de construir una sociedad humana donde la solidaridad y fraternidad sean las fuerzas que lo nutren, dicho poder aparece como un ejercicio miserable y desangelado.

Es bien inevitable que los acontecimientos actuales en el mundo nos provoquen una sensación fuerte de desamparo. La imagen de Europa (a través de la presidenta de la Unión Europea) en una actitud absolutamente condescendiente frente a Trump, celebrando un acuerdo que, por sobre todo demuestra la debilidad de Europa; muchos de nuestros avezados políticos advirtiendo de no molestar al gran señor; más de alguno obnubilado por el aire imperial que le gusta lucir a Putin; parecen las escenas sucesivas de una tragedia grotesca, donde se escenifica la derrota de los mejores sueños de la humanidad. Sin embargo, como decía Blas de Otero, nos queda la palabra. Pero ojo: cada vez cuesta más ejercerla.

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2 comments

Patricia Hidalgo agosto 7, 2025 - 11:28 pm

Triste Pero verdadero… Me esperanza «solo nos quedan las palabras»….

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joaquin agosto 8, 2025 - 4:04 am

Nada nuevo. Hegemonías desafiadas reaccionan. Aquí el campo de batalla está en último enclave simbólico para Occidente: Israel y el sionismo, punta de lanza tardía. Los EE UU y Europa demócratas puetas adentro se despeinan puertas afuera.

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