Para los que vivimos en la zona central de Chile, hablar ahora sobre la nieve puede ser casi una locura cuando en estos últimos días el termómetro marca arriba de los 30 grados. Pero el aire frío siempre refresca. Pienso en la nieve, en temperaturas bajo cero, y recuerdo una noche en Towson, Baltimore, a mediados de los 80. Nevaba copiosamente cerca de mi casa. Caminábamos con mi primo Sebastián, de visita en ese entonces en Estados Unidos, por el condominio en el que yo vivía. Los copos de nieve caían rápido, sin cesar y se divisaban como pequeñas sombras a través del alumbrado público. Un poco más lejos, las luces apagadas de los departamentos creaban un panorama oscuro. De pronto mi primo me dice: “Te imaginas que siguiéramos caminando derecho por esta calle y llegáramos a otro mundo, a otra dimensión ¿Cómo crees que sería?”. Dudé por unos segundos, pero pensé en otros siglos, otras personas, pueblos con caballos, una locación rural, algo muy parecido a lo que el ruso León Tolstoi (1828 -1910) describe en su novela corta “La tormenta de nieve”, que se publicó en 1856, en base a una experiencia vivida por el propio autor dos años antes, cuando todavía se encontraba en el ejército. La historia narra lo que le sucede a un hombre que viaja en un coche tirado por caballos y se pierde en medio de una tormenta de nieve en tierras cosacas. El paisaje es abrumador, el viento y la oscuridad impiden al avance del carruaje y la orientación se hace mínima. La narración, realizada cuando el autor tenía 27 años, deja ver el estilo inicial de Tolstoi con la descripción de los paisajes y una mirada interna sobre la vida y la muerte muy propia del escritor.
Al protagonista le recomiendan no viajar porque el tiempo no es el mejor. La nieve y la oscuridad no permiten nada y lo que es peor, el cochero se desorienta y pierde el rumbo. La noche transcurre entre las conversaciones del cochero con los de los otros carros o troikas que pasan y que llevan el correo. Todos tratan de encontrar el camino, esquivando, en lo posible, el mal tiempo. En medio del viaje el personaje principal se duerme y sueña con una tarde calurosa en el campo, reflexiona sobre la hierba, mientras sus criados se dan cuenta que un hombre se está ahogando en el lago. A través de este segmento, Tolstoi demuestra como la vanidad y el egoísmo pueden manejar el destino del ser humano. Autor de “Ana Karenina” y “La guerra y la paz”, el escritor ruso, considerado uno de los mejores de la literatura mundial y un gran exponente del realismo, da a conocer en esta obra una serie de valores que posteriormente lo hicieron famoso como la toma de conciencia que realizan sus personajes y los desafíos que depara la vida. A través de largas y evocadoras descripciones hace que el lector viaje y se involucre con el frío, con la desesperación por la pérdida del camino, la oscuridad y los caballos a los que se les da rienda suelta con el fin de que encuentren la mejor huella. Es también el momento en el que también aparece la reflexión onírica del protagonista que descoloca al lector y cambia el gélido escenario blanco por un ambiente veraniego y campestre marcado con un hecho trágico como la pérdida de una persona que se ahoga en el lago. Se trata finalmente del desarrollo de una vida que cuenta con todo, pero que a la vez no tiene nada. El personaje principal se ve sometido a un frente de mal tiempo donde solo debe esperar que las inclemencias del tiempo se detengan, con el único objetivo de llegar bien al destino prometido.
A través de este segmento, Tolstoi demuestra como la vanidad y el egoísmo pueden manejar el destino del ser humano.
Se trata finalmente del desarrollo de una vida que cuenta con todo, pero que a la vez no tiene nada.
La noche antes mencionada en Towson, creo, guardando las correspondientes distancias, haber sentido lo mismo que Tolstoi en “La tormenta de nieve”. Caminando junto a mi primo, reflexionamos sobre el futuro, el pasado, la oscuridad, sobre otros pueblos, otras latitudes, mientras nevaba copiosamente sobre los departamentos, el pavimento y los autos. Todavía recuerdo la sensación de soledad, de desnudez, de no saber qué es lo que viene hacia adelante, lo que se puede encontrar, lo que existe. Posiblemente, eso mismo debe haberle pasado a Tolstoi en medio de un ambiente rural adverso, con mucho menos luz que la que nos rodeaba en ese momento. Después de un rato llegamos a la casa, el panorama era otro: cálido y abrigado. Sin embargo, desde el living del departamento ubicado en un primer piso, a través del ventanal se veía la nieve caer en medio de un bosque. Los copos no cesaban de descender silenciosamente. No recuerdo bien lo que pasó después, pero lo más probable es que al día siguiente suspendieron las clases en el colegio por mal tiempo y con Sebastián y mi hermana tuvimos que sacar los abundantes kilos de nieve que sepultaron durante la noche la carrocería del Pontiac Phoenix de mi padre. Estaba estacionado al aire libre en el condominio.
Posiblemente, eso mismo debe haberle pasado a Tolstoi en medio de un ambiente rural adverso, con mucho menos luz que la que nos rodeaba en ese momento.