Un fantasma recorre Europa. Por Juan G. Solís de Ovando

por La Nueva Mirada

Un fantasma recorre Europa, pero esta vez no se trata del fantasma comunista a que se refiere K. Marx y F. Engels, en su célebre Manifiesto de febrero de 1848, sino más bien viene a representar su antípoda: movimientos fascistas y neofascistas, que como los Fratelli D Italia este domingo consiguieron el 26,1 por ciento de los votos, que en coalición con la Liga y los conservadores de Forza Italia han obtenido cómodamente la mayoría en ambas cámaras y la absoluta en la de diputados, 240, sobrepasando los que necesitaban, para formar gobierno. Esta victoria pone a Giorgia Meloni a las puertas de convertirse en la primera presidenta de Italia.

Representados en España por VOX; en Francia por Marine Le pen del Reagrupamiento Nacional (RN) y Zemmour del Movimiento Reconquista; en Hungría por Viktor Orbán en el gobierno, así como en Polonia por Jaroslaw, también en el gobierno, se muestran con vocación de poder y poder para convocar.

En Suecia el partido ultraderechista Demócratas de Suecia consiguió en las últimas elecciones una segunda posición cosechando una destacada votación del 20,6 por ciento de los votos, por delante de los conservadores más tradicionales y con un líder –Jimmie Åkesson– que con razón reclama jugar un papel relevante en el próximo gobierno, lo que viene a reforzar la impresión del tránsito de partidos marginales a partidos de gobierno.

Todos ellos, con sus diferencias genealógicas y de estilo, irrumpen en la Europa liberal y social demócrata -otrora ejemplo del estado bienestar-, introduciendo incertidumbre y miedo sobre el futuro político del viejo continente. Y no porque se muestren como expresiones paramilitares o violentos, marginales, sino porque han conseguido, en primer término, exorcizar el miedo a los ultraderechistas, herederos de las ideologías fascistas de antaño y en segundo, movilizar el voto popular imponiendo mayorías relativas o, al menos, incidentes en sus parlamentos y gobiernos.

La tendencia a ver en ellos una repetición de la crisis europea de los años 30 del siglo pasado con su secuela de belicismo irracional, violaciones masivas a los derechos humanos es obvia y perfectamente comprensible. De hecho, este ha sido hasta ahora la reacción de los partidos democráticos europeos en general y de la izquierda en particular. Pero este juicio, no alcanza, sin embargo, a comprender bien el fenómeno, y no solo por las diferencias obvias de contextos históricos, económicos y sociales, sino especialmente, porque terminan por constituir cegueras tan típicas de los reduccionismos marxistas o los formalismos democrático-liberales que impiden observar otros aspectos de la situación: Todos estos movimientos tienen en común constituir una reacción a las ideas feministas y a todas sus expresiones en la ideología de género. Reaccionan, aunque con énfasis distintos a los matrimonios igualitarios, y por supuesto a los derechos al aborto. Culpan e estas ideologías de la disolución de la familia y, por ello, reaccionan a todo aquello que parezca un cambio ideológico respecto de los tópicos de la moral tradicional sobre los roles históricos de hombres y mujeres. Son frecuentemente xenófobos, aunque no inspirados en ideas supremacistas como antaño, sino en la reacción a los procesos migratorios que consideran responsables de la pérdida y deterioro de los empleos, del desorden urbano y, por su puesto, de la delincuencia. Con diferencias reaccionan a la globalización y sus consecuencias en las economías nacionales y sobre todo locales.  No entienden, ni aceptan, y ni siquiera soportan los discursos ecologistas, y menos aún la reivindicación de los animales sintientes. Para ellos, el antropocentrismo derivado de sus visiones inspiradas en las religiones del libro (Judíos, cristianos y musulmanes) está escrito en piedra: El Hombre (nada de lenguaje inclusivo) está hecho a imagen y semejanza de Dios para dominar la tierra a su arbitrio; desconfían profundamente de los sistemas democrático representativos en los que viven y aunque ello no se extiende a erigir dictaduras militares, son nostálgicos de las formas autoritarias de gobierno no solo en la política sino también en la sociedad y con distintos énfasis consideran a las instituciones europeas como una intromisión que afecta a la soberanía de sus estados.

Son nacionalistas no porque persigan el espacio vital de los Nazis, sino porque no soportan que estructuras supranacionales (Europa con su comunidad de moneda, parlamento, y Banco Central, y principalmente las normas y leyes comunitarias garantistas) les imponga límites a sus propuestas legislativas discriminatorias, tradicionalistas, y xenófobas. Por eso son casi todos fans de Putin, al que admiran por su falta de escrúpulos, sus tendencias belicistas y su ideología tradicionalista. Por las mismas razones muestran simpatías por Trump.

Si miramos estos fenómenos desde las aguas profundas, o sea desde las ideas que se mueven inadvertidamente debajo de la superficie empujando las grandes columnas de agua en el tiempo, hay que poner atención que esas visiones son capaces de movilizar una mala conversación con el futuro: el miedo.

¿Y por qué tanta mala conversación con el futuro? Porque ese futuro es cada vez mas precario. Hace tan poco tiempo, la generación mayor recuerda que el mundo de incertidumbre cambiaba en los mismos ritmos de la duración de los gobiernos, o sea, cinco años. Los ciudadanos tenían la ilusión de que podían actuar en las elecciones como el director técnico de un equipo y decir: “Para esta fase del partido, necesito delanteros veloces, descansados, para asegurar un gol y defendernos” y votaba centro izquierda; Ahora hay que defender el triunfo precario, necesito, reforzar el medio campo” y votaba centro derecha. Pero vivimos tiempos veleidosos. Y nadie se atreve a apostar a crecimientos económicos de más de un año. Y los gobiernos caen en crisis de año en año. Nuevos negocios aparecen y sobre todo se transforman en gigantes en poco tiempo y grandes compañías desaparecen como si la lava de los volcanes se los tragara. Y cuando los peligros de la noche no son identificables son los fantasmas los que ganan.

Un fantasma recorre Europa atizado por un malestar social incubado desde hace mucho tiempo: el de los jóvenes que no pueden formar familias porque las gigantescas concentraciones de la propiedad urbana les impiden acceder a la vivienda (España); en de las Pymes a los que les resulta imposible competir con la producción y servicios globalizados (Italia); el de los trabajadores que tienen que competir con inmigrantes dispuestos a trabajar bajo las líneas de las normativas laborales; el de los habitantes de pueblos abandonados porque las políticas neoliberales de gobiernos de derecha los abandonó a su suerte, cuando decidieron que no era rentable tener allí escuelas, cajeros, autobuses, etc; el de los mayores porque los servicios sociales, -en parte privatizados- ya no cubren sus necesidades para sentirse atendidos, cómodos, dignos; el de los jóvenes y padres que invirtieron en estudios que ya no garantizan su ingreso a los mercados laborales; el de los trabajadores que los cambios tecnológicos expulsan de empleos estables; el de los que se van a jubilar y ven que los sistemas de seguridad social incrementan sus déficit.

La Europa, en su conjunto, todavía económicamente poderosa, (no olvidemos que ostenta un PIB de 20,8 billones de euros, y sigue siendo la segunda después de EEUU), resiente también sus impulsos hacia el Este, dado que la incorporación de los años 2004 de Chipre, República Checa, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Eslovaquia y el 2007 de Bulgaria y Rumanía importa costos importantes, no solo porque su incorporación suponga incrementar los países no contributivos sino, especialmente, por el costo directo que significó introducirlos en la zona euro.

Malestares distintos que, consiguen, merced a la habilidad de estos partidos y movimientos infiltrarlos en el ethos cultural de sus países y convertirlos en sentimientos de “rechazos tan variados como contradictorios: Rechazo a las políticas feministas y de protección de la comunidad LGBTI; a las políticas solidarias del Banco Central Europeo; a los tribunales que exigen el respeto de los derechos humanos a los inmigrantes; a las políticas medioambientales de Europa; etc. La pregunta es: ¿Conseguirán en los próximos tiempos convertir el malestar social tanto tiempo larvado en programas y políticas comunes? De momento es imposible saberlo; pero no sé por qué todo esto me recuerda algo.

También te puede interesar

Deja un comentario