Las tan anunciadas elecciones internas para renovar la directiva de la UDI terminaron en un bochorno. “Colapsó” el sistema electrónico contratado por la directiva sin que, hasta ahora, sea posible determinar si se trató de un “jaqueo”, como insinúa su directiva, un sabotaje o, simplemente, un “colapso” por saturación, como se defiende la empresa EVOTING.
Lo cierto es que centenares de entusiastas que hicieron fila, esperando su turno para votar, entre ellos el ministro del Interior, luego de una larga espera, debieron retirarse frustrados. La directiva no tuvo más remedio que postergar los comicios para el próximo 16 de diciembre. Se realizará con el tradicional sistema de papel y lápiz.
La actual directiva no demoró en presentar una denuncia ante la justicia para determinar responsabilidades, anunciando las penas del infierno para la empresa, en caso que se acreditara su responsabilidad por el fallo del sistema, luego que sus ejecutivos reconocieran no haber contado con el tiempo suficiente para revisarlo adecuadamente.
Por su parte, la lista alternativa a la actual conducción de JVR, liderada por el diputado Javier Macaya y apoyada por algunos de los antiguos “coroneles” (bastante venidos a menos), se inhibió de realizar denuncias para evitar mayor escándalo.
El ocaso de los “coroneles” y el colapso del monolitismo
En verdad, la UDI no tiene una larga tradición o experiencia en elecciones internas para renovar sus directivas que, hasta hace muy poco tiempo, se decidían en un cerrado círculo compuesto por los llamados coroneles. Los otrora fieles seguidores de Jaime Guzmán, que subieran a Chacarillas para jurar su lealtad a la Constitución de 1980, se turnaban dirigiendo los destinos de un monolítico partido, férreamente unido en torno al legado del régimen militar, vínculo originario que aún figura en su declaración de principios.
Varios de los ex “coroneles” están de capa caída. Sea por edad, funciones incompatibles con la disputa interna, y, no pocos, por tropiezos judiciales, asociados al financiamiento ilegal de la política o delitos de soborno y cohecho.
El monolitismo y un cierto “leninismo”, que caracterizó a ese partido, convirtiéndolo en la principal fuerza política del país, ha colapsado en medio de fuertes tensiones internas y debilitamiento de sus liderazgos en el largo recorrido de lucha por el poder.
José Antonio Kast: Un “invitado de piedra”
La UDI ya no es la primera fuerza política del país. Tampoco al interior Chile Vamos, siendo superada por sus aliados de Renovación Nacional. No tuvo como levantar un candidato presidencial de sus filas y debió optar por Sebastián Piñera, que enfrentó en primera vuelta a José Antonio Kast, el llamado “Bolsonaro chileno”, que había renunciado a la UDI, con un discurso duro y confrontacional, reivindicando, sin complejos, el legado del régimen militar. Un duro, resuelto a disputar la hegemonía en la derecha con su movimiento “Acción Republicana”, que se nutre con militares en retiro y los fieles defensores del legado de la dictadura de Pinochet.
Precisamente ése es el fantasma que Jacqueline Van Rysselberghe busca exorcizar con su nueva postulación para continuar al mando de la UDI. Con una postura dura y por momentos crítica del gobierno, la actual presidenta de la UDI busca cerrar los espacios hacia su derecha, manteniendo su reconocimiento al legado del régimen militar y buscando recuperar el sentido original con que nació a la vida política el gremialismo, el que Pablo Longueira intentó plasmar en la llamada UDI popular. Un partido de derecha que aprendió a trabajar con el mundo popular en las alcaldías designadas por Pinochet y que le sirviera para convertirse en la principal fuerza política del país y casi conquistar la presidencia con Joaquín Lavín.
Varios de los ex “coroneles” están de capa caída. Sea por edad, funciones incompatibles con la disputa interna, y, no pocos, por tropiezos judiciales, asociados al financiamiento ilegal de la política o delitos de soborno y cohecho.
Tras aquella derrota de Lavín empezó el declive de la UDI. Ya no pudo proyectar un liderazgo verdaderamente competitivo al interior de su sector para disputar la nominación presidencial. Pablo Longueira estuvo a punto de lograr la hazaña, tras derrotar a Andrés Allamand en unas reñidas elecciones primarias. Pero lo venció una crisis emocional y decidió renunciar a su candidatura.
El resto es historia conocida. Fue Sebastián Pîñera, un advenedizo en la derecha, partidario del No en el plebiscito, de ancestros falangistas, el que no tan sólo cumplió la hazaña de ganar la presidencia de la República para la derecha después de cincuenta años, sino también conseguir su reciente reelección, mientras que en la UDI se apreciaba un evidente debilitamiento de liderazgos.
Su figura mejor posicionada en las encuestas es el envejecido, pero entusiasta, alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín. También se mencionan, medio en serio, medio en broma, a figuras “emergentes” como la controvertida alcaldesa de Maipú, Cathy Barriga, nuera de Lavín.
La UDI ya no es la primera fuerza política del país. Tampoco al interior Chile Vamos, siendo superada por sus aliados de Renovación Nacional. No tuvo como levantar un candidato presidencial de sus filas y debió optar por Sebastián Piñera, que enfrentó en primera vuelta a José Antonio Kast, el llamado “Bolsonaro chileno”, que había renunciado a la UDI, con un discurso duro y confrontacional, reivindicando, sin complejos, el legado del régimen militar.
Javier Macaya no representa tan sólo una propuesta de recambio generacional. También de renovación de los principios fundacionales del gremialismo y de los estilos de conducción. Una UDI que deje de mirar el pasado, con todas sus complejidades e incomodidades, para centrarse en el futuro.
Ciertamente Macaya, en un sentido estricto, no es un liberal (los pocos “liberales” que militaban en la UDI emigraron a Evopolis bajo el liderazgo de Felipe Kast). En muchas materias es tanto o más conservador que Van Rysselberghe. Comparte con la actual timonel el sueño de devolverle poderío y protagonismo a su partido, con la mirada puesta en las próximas elecciones presidenciales. Cuando deberá disputar la nominación presidencial al interior de Chile Vamos y hacer frente a un crecido José Antonio Kast, favorecido por la ola populista de centro derecha que recorre el planeta.
Nadie puede apostar sobre seguro acerca del desenlace de esta elección interna que no ha estado exenta de confrontaciones, descalificaciones y tensiones internas. Incluso con cuestionamientos al padrón electoral, que dejó fuera a quienes no se re ficharon en los plazos legales.
Precisamente ése es el fantasma que Jacqueline Van Rysselberghe busca exorcizar con su nueva postulación para continuar al mando de la UDI. Con una postura dura y por momentos crítica del gobierno, la actual presidenta de la UDI busca cerrar los espacios hacia su derecha, manteniendo su reconocimiento al legado del régimen militar y buscando recuperar el sentido original con que nació a la vida política el gremialismo, el que Pablo Longueira intentó plasmar en la llamada UDI popular.
Jacqueline Van Rysselberghe cuenta con el apoyo de una parte de la bancada parlamentaria y la mayoría de los alcaldes y concejales del partido, que demandan mayor participación en la conducción partidaria.
Javier Macaya tiene el apoyo de los parlamentarios más jóvenes del partido y de amplios sectores que apuestan por una renovación generacional y de las ideas. Suma el respaldo de uno de los pocos coroneles, que aún mantiene plena vigencia: el senador Juan Antonio Coloma, cuyo hijo, el diputado Juan Antonio Coloma Álamos, integra la lista de Macaya como postulante a Secretario General. Otros “coroneles”, como el protagónico Andrés Chadwick o el ministro de Justicia, Hernán Larraín, siguiendo las instrucciones del gobierno, han optado por la absoluta prescindencia. Al igual que Pablo Longueira que, desde su ostracismo, ha desautorizado el uso de su figura en esta elección interna.
Cualquiera sea el resultado de esta ya accidentada elección, la UDI enfrenta enormes desafíos en su objetivo de recuperar el protagonismo y relevancia política. Amenazada, desde la derecha por José Antonio Kast y desde el liberalismo por Evopolis (el otro Kast, el bueno, como suelen denominarlo sus partidarios), deberá enfrentar una dura competencia de sus aliados por la próxima carrera presidencial. Frente a candidatos competitivos como el senador Manuel José Ossandón, ó el actual ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, al cual grupos de la UDI apuestan fichas.
Nadie puede apostar sobre seguro acerca del desenlace de esta elección interna que no ha estado exenta de confrontaciones, descalificaciones y tensiones internas. Incluso con cuestionamientos al padrón electoral, que dejó fuera a quienes no se re ficharon en los plazos legales.
A la hora de especular con presidenciables, es necesario agregar los que no ocultan sus aspiraciones. Andrés Allamand, Alberto Espina y Francisco Chahuán, se ven a sí mismos como cartas competitivas para suceder a Sebastián Piñera.
Estas accidentadas y postergadas elecciones internas, no contribuyen precisamente a proyectar una imagen de transparencia y renovación de la UDI sino, más bien, de fuertes tensiones internas y una descarnada lucha por el poder, que difícilmente podrán ser reparadas por la directiva que suceda a la actual.
Cualquiera sea el resultado de esta ya accidentada elección, la UDI enfrenta enormes desafíos en su objetivo de recuperar el protagonismo y relevancia política. Amenazada, desde la derecha por José Antonio Kast y desde el liberalismo por Evopolis (el otro Kast, el bueno, como suelen denominarlo sus partidarios), deberá enfrentar una dura competencia de sus aliados por la próxima carrera presidencial. Frente a candidatos competitivos como el senador Manuel José Ossandón, ó el actual ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, al cual grupos de la UDI apuestan fichas.
El resultado podrá potenciar, más ó menos, las pretensiones desatadas de José Antonio Kast para hegemonizar a la derecha con una propuesta acorde con los vientos que soplan en el mundo y que ya llegaron a la región, como sucedió con Jair Bolsonaro en Brasil. Su victoria fue celebrada, en competencia abierta y entusiastas visitas por Jacqueline van Rysselberghe y el propio José Antonio Kast. Para que no quedaran dudas de una competencia abierta por el electorado más duro.