Una crisis de Estado

por La Nueva Mirada

Por Jaime Gazmuri
Académico de la Universidad de Talca

Tuvo razón el Presidente Lagos cuando caracterizó la crisis que enfrenta el país como una crisis de Estado.

Viviremos tiempos de incertidumbre en los que una mayoría de chilenos y chilenas experimentaremos simultáneamente sentimientos de esperanza y de temor.

Es evidente que lo que se ha dado en llamar el estallido social, desencadenado a partir del 18 de Octubre del año pasado, tiene múltiples causas y dimensiones, está en pleno desarrollo, expresa un profundo malestar de las mayorías ciudadanas con el orden económico-social vigente, y que su resolución positiva requiere condiciones políticas que en el momento actual no están dadas. Viviremos tiempos de incertidumbre en los que una mayoría de chilenos y chilenas experimentaremos simultáneamente sentimientos de esperanza y de temor. Esperanza porque la crítica radical a una sociedad donde evidenciándose progresos en los últimos treinta años campean desigualdades y privilegios irritantes,abra el camino a reformas estructurales que permitan construir otra que garantice derechos sociales universales y una distribución equitativa del esfuerzo común. La reivindicación de la dignidad es el mejor resumen de las múltiples demandas que se han expresado por doquier en todas las calles del país. Temor, por el descontrol, la brutalidad y la ineficiencia demostrada por la policía, particularmente Carabineros, en el resguardo del orden público, que ha vuelto a poner la lucha por la defensa de los Derechos Humanos en un lugar prominente de la agenda pública, y por la proliferación de actos de violencia extrema que no tienen justificación ética ni política, que ocurren simultáneamente con la inmensa movilización popular, y que favorecen a las fuerzas conservadoras y autoritarias en su afán intransigente por mantener el statu quo, incluso al precio del sacrificio de la democracia.

La reivindicación de la dignidad es el mejor resumen de las múltiples demandas que se han expresado por doquier en todas las calles del país. Temor, por el descontrol, la brutalidad y la ineficiencia demostrada por la policía

La solución positiva de la crisis supone generar un escenario en el cual la movilización social vaya acompañada de un proceso de regeneración de la institucionalidad democrática mediante la aprobación de una Nueva Constitución con una activa participación ciudadana; y de la construcción de un  amplio acuerdo social y político que convenga e impulse un proyecto de profundas transformaciones socio-económicas capaz de dar Gobierno a Chile en un plazo que parece lejanísimo, pero que es históricamente muy breve: dos años. No es razonable esperar que un Gobierno que fue elegido con un programa rigurosamente neoliberal realice las reformas estructurales que el desarrollo sostenible e inclusivo del país requiere. Sí es indispensable exigirle que renuncie a su programa inicial y atienda las demandas sociales más urgentes.

No es razonable esperar que un Gobierno que fue elegido con un programa rigurosamente neoliberal realice las reformas estructurales que el desarrollo sostenible e inclusivo del país requiere. Sí es indispensable exigirle que renuncie a su programa inicial y atienda las demandas sociales más urgentes.

La última encuesta CEP, convertida para bien y para mal, en una suerte de oráculo del estado de ánimo de la nación, trae buenas y malas noticias respecto de su salud política. Hoy día solo destacaremos dos.

La buena es que en estos tiempos de crisis crece entre los chilenos la valoración de la democracia como el mejor sistema de Gobierno y al mismo tiempo disminuye el que justifica la existencia de regímenes autoritarios.

A ello apunta precisamente la estrategia asumida por la mayoría de la derecha después de haberse retractado políticamente de su acuerdo para dar curso al proceso constituyente.

La buena es que en estos tiempos de crisis crece entre los chilenos la valoración de la democracia como el mejor sistema de Gobierno y al mismo tiempo disminuye el que justifica la existencia de regímenes autoritarios. Las cifras son elocuentes. Entre mayo de 2017 y diciembre de 2019 el porcentaje de chilenos que considera la democracia como el mejor régimen político sube del 52 al 64%, 12 puntos. A su vez el porcentaje que considera que en determinadas circunstancias puede ser preferible un régimen autoritario baja, en el mismo periodo, de un 19 al 11%. Ello no es ni obvio ni banal. En tiempos de crisis sociales suelen fortalecerse en muchas sociedades las tendencias autoritarias. A ello apunta precisamente la estrategia asumida por la mayoría de la derecha después de haberse retractado políticamente de su acuerdo para dar curso al proceso constituyente. Desplegará un inmenso esfuerzo propagandístico para asimilar la movilización social y el cambio constitucional al caos, y así desatar el temor y asegurar el inmovilismo. Para ello no cuenta hoy día con la opinión mayoritaria del país. Es indispensable mantener una mayoría incuestionablemente democrática y tras ese objetivo la convergencia con los sectores y personalidades de derecha que apoyan el proceso constituyente será de una importancia decisiva.

Es indispensable mantener una mayoría incuestionablemente democrática y tras ese objetivo la convergencia con los sectores y personalidades de derecha que apoyan el proceso constituyente será de una importancia decisiva.

La mala noticia es que la confianza en la totalidad de las instituciones democráticas se desploma: Gobierno, Poder Judicial, Parlamento y Partidos Políticos. La mayoría de las organizaciones de la sociedad civil, la prensa y las iglesias también disminuyen fuertemente su ascendiente público. Lo mismo ocurre con los liderazgos políticos de todo el espectro.

La mala noticia es que la confianza en la totalidad de las instituciones democráticas se desploma

Particularmente grave es la pérdida de confianza en el Presidente de la República, el Parlamento y los partidos políticos, todos actores cruciales para enfrentar y resolver la crisis.

En un régimen tan fuertemente presidencialista como el chileno la institución Presidencial juega un rol crucial. Un Presidente que cuenta solo con un 6% de apoyo, encabeza un Gobierno irremediablemente débil. Nuestro ordenamiento constitucional prácticamente impide el cambio de Gobierno antes del término de su mandato, salvo que sus fuerzas de apoyo en el Congreso lo abandonen, hipótesis altamente improbable. Tendremos, por lo tanto, dos años con un Gobierno débil, un Parlamento desprestigiado, sin liderazgos políticos iniciales consolidados, una fuerte movilización social demandando transformaciones socioeconómicas estructurales y recurrentes trastornos del orden público. Una situación inédita en la historia de Chile.

Tendremos, por lo tanto, dos años con un Gobierno débil, un Parlamento desprestigiado, sin liderazgos políticos iniciales consolidados, una fuerte movilización social demandando transformaciones socioeconómicas estructurales y recurrentes trastornos del orden público. Una situación inédita en la historia de Chile.

La salida posible en esta encrucijada es desencadenar un proceso de ampliación sustantiva de la democracia y del debate público en torno a los grandes desafíos y opciones que enfrenta el país para construir un mejor futuro. El escenario de dicho proceso debería ser el proceso constituyente que se inicia con el Plebiscito de Abril y la elección de la Convención en Octubre de este año. Ello obligará a todos los actores políticos y sociales a tomar posiciones respecto de cuestiones políticas fundamentales, apelar a la participación ciudadana, establecer acuerdos y definir eventuales alianzas. Surgirán posiblemente nuevos liderazgos o se consolidarán algunos de los existentes.

de la amplitud y los resultados del proceso constituyente ya en marcha dependerá la calidad de la democracia y la posibilidad de realizar la inmensa voluntad trasformadora que sacude al país.  

No es una exageración retórica afirmar que de la amplitud y los resultados del proceso constituyente ya en marcha dependerá la calidad de la democracia y la posibilidad de realizar la inmensa voluntad trasformadora que sacude al país.  

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