Venezuela: Del populismo a la miseria El triste papel de Chile. Por Fernando Ayala

por La Nueva Mirada

La herencia del comandante Chávez quedará en los libros de historia como un ejemplo más de un líder carismático, convencido que guiaba a su pueblo a una liberación, al desarrollo y al socialismo

La historia del siglo XX conoció varias experiencias populistas en Europa y América Latina. Algunas continúan y otras terminaron arrastrando a sus países a guerras o hundiendo sus economías, luego de épocas de bonanza que fueron pasajeras. Venezuela es un claro ejemplo de ello. Un país inmensamente rico en recursos naturales, con una superficie de 916.445 kms2, es decir más grande que Chile, y una población estimada en 2020 cercana a los 30 millones de personas de las cuales 7 millones han tenido que emigrar en los últimos años, de acuerdo con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Cuenta con las principales reservas de petróleo del mundo, por sobre Arabia Saudita y otros productores. Sin embargo, hoy queda fuera de los 10 mayores países exportadores de crudo. Las cifras de la economía son dramáticas, con una caída estimada por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) del 30% del PIB para el 2020, una inflación de 2.959,8% (datosmacro.com) y una tasa de cesantía estimada en casi 50% por el Fondo Monetario Internacional (FMI). El gobierno suspendió las encuestas de pobreza, pero las mediciones efectuadas por dos universidades venezolana, basadas en ingresos, muestran que el 96% de la población es pobre y el 79% se encuentra en condiciones de extrema pobreza, como indica el reportaje de El País, de fecha 08 de julio de 2020.

Es cierto que la economía venezolana ha sido fuertemente castigada por las sanciones del expresidente estadounidense Donald Trump, junto a las frustradas operaciones desestabilizadoras promovidas por Washington y los gobiernos de Colombia, Brasil y Chile, principalmente, pero eso no es suficiente para explicar la degradación de la calidad de vida y desmoronamiento de un país, sus instituciones y una sociedad que se encontraba entre las más avanzadas de América Latina. La respuesta hay que buscarla en el petróleo y la lluvia de dólares que comenzó a caer en ese país a partir del siglo pasado, donde las instituciones democráticas eran débiles, el sistema judicial cooptado por los gobiernos y el político carcomido por la corrupción. Ello llevó al estallido social de 1989 que dejó cientos de muertos en las calles en el llamado “Caracazo” y que terminó en 1993 con la destitución del presidente Carlos Andrés Pérez, luego de dos intentos de golpe de estado, uno de ello promovido por el entonces comandante, Hugo Chávez.

No existe una definición única en la ciencia política de populismo, sin embargo, es claro que surge cuando se produce un creciente distanciamiento entre la clase política, la elite gobernante y la ciudadanía, es decir se deslegitima el sistema provocando un malestar que genera el llamado “vacío de poder”. Llega entonces la hora del líder audaz, carismático, que dice interpretar el sentir popular, sus sueños, aspiraciones, y promete terminar con los abusos, la corrupción, los malos políticos, consagrarse al pueblo amado y se transforma en un personaje cautivador, que comienza a ser seguido por las masas. Así fue el caso del comandante Chávez, quien luego de cumplir dos años en la cárcel por sedición, salió convertido en víctima y líder. Su ascenso fue imparable arrasando en las elecciones presidenciales de 1998 con el 56% de los votos. Al año siguiente llamó a una Asamblea Constituyente obteniendo el 90% de apoyo y luego la aprobación de la nueva Constitución con el 72% que la respaldó. Con ella se estableció un sistema unicameral, la reelección presidencial inmediata, el derecho a voto a las fuerzas armadas y cambió el nombre del país a República Bolivariana de Venezuela, en homenaje al libertador Simón Bolívar. El año 2000 el presidente Chávez fue reelegido con el 60% de los votos. El 2004 efectuó un referéndum para permanecer en el poder donde obtuvo el 59% de apoyo. El 2006 ganó con el 62% mientras el candidato opositor, Manuel Rosales, consiguió el 37% de apoyo. En esa ocasión el mandatario señaló que llevaría a Venezuela al “Socialismo del siglo XXI”. El 2012 derrotó a Henrique Capriles con el 55,07 de los votos. En 14 años de gobierno el expresidente Chávez venció 14 elecciones entre presidenciales, legislativas y de gobernadores, hasta su muerte en 2013.

El apoyo popular fue el resultado de un sistema penetrado por la corrupción que llevó a la gente a confiar en un líder con un discurso nacionalista y antiimperialista que lo hizo suyo.

Chávez extendió su popularidad a buena parte de la izquierda latinoamericana, que lo transformó en héroe revolucionario, y a partidos populistas europeos, como el Movimiento 5 Estrellas en Italia, que no se define como ni de izquierda ni derecha. En Chile, la izquierda de la antigua Concertación fue débil en criticar el modelo bolivariano que cada vez concentraba más poder y restringía la democracia. Los llamados de auxilio de sus homólogos venezolanos -que lo dieron todo por los exiliados chilenos- no fueron escuchados y resultaron inútiles los intentos de personajes destacados, como Teodoro Petkoff, quien viajó a Chile a exponer cómo la libertad política y la prensa libre era estrangulada por un modelo militarista y autoritario. Lo mismo ocurrió durante el segundo gobierno de la expresidenta Bachelet: no hubo crítica ni tampoco solidaridad concreta con la izquierda democrática venezolana. De la inhibición pasamos al descarado oportunismo e intervencionismo del gobierno del presidente Sebastián Piñera con su tragicómica escena y bochorno de Cúcuta, en 2019, sin olvidar las lágrimas de cocodrilo del mandatario chileno al asistir al funeral de Chávez en 2013.

Ahí efectuó la primera guardia de honor en la urna, junto al presidente cubano Raúl Castro. Peor aún, luego de Cúcuta, el mandatario ofreció las visas de solidaridad democrática a los venezolanos sembrando esperanzas, solo para que el canciller Andrés Allamand terminara cerrando la puerta y expulsando con overoles blancos a los solicitantes de refugio. La lápida la puso el amigo del presidente Piñera, el premio Nobel, Mario Vargas Llosa, quien destacó la solidaridad del mandatario colombiano que anunció la regularización de un millón de refugiados, al señalar: “Qué diferencia con la actitud del gobierno de Chile que, en cambio, expulsó a muchos venezolanos”.

El fallecido presidente Chávez insultó al exmandatario estadounidense George Bush, a quien trató en 2006 de “Mr. Danger, asesino, genocida, cobarde y alcohólico”. Lo hizo con la canciller federal alemana, Angela Merkel, a quien acusó de representar “A la derecha alemana, la misma que apoyó a Hitler y al fascismo”. Sobre el expresidente peruano, el fallecido Alan García, expresó que era “Un ladrón, un tahúr” y sobre el secretario general de la OEA, José M. Insulza, dijo en 2011: “Yo a Ud., ni lo ignoro, porque lo que da es vergüenza”. Favorecido por los altos precios del petróleo, el populismo de Chávez dio frutos en el país y la región. Así el año 2005 creó una importante herramienta de política exterior para Venezuela: Petrocaribe, una alianza de 14 países que obtienen el petróleo a precio preferencial, con mínimas tasas de interés pagaderas a 25 años o intercambiables por alimentos y servicios, lo que ha favorecido a las empobrecidas economías como la cubana, la nicaragüense y de las pequeñas islas del mar Caribe. Con esta diplomacia del petróleo, Venezuela se aseguró la incondicionalidad del apoyo de estos países en los organismos multilaterales y en especial en el sistema interamericano. Además, el comandante estableció sólidas alianzas con Rusia y China, países con los que ha contraído una enorme deuda adquiriendo tecnología petrolera y material militar. En América Latina se convirtió en uno de principales líderes junto a los presidentes Kirchner, Lula, Correa, Morales y Bachelet, entre otros, al abogar por la creación de UNASUR y favorecer la integración política en un ciclo que parecía duraría muchos años, lo que no ocurrió. El mayor error del fallecido presidente Chávez fue subestimar el poder de Washington y designar un político menor, sin visión, como su heredero, el actual mandatario, Nicolás Maduro. El carisma no se puede transmitir. Su muerte coincidió, además, con el término del ciclo del alto precio del petróleo en un país que no invirtió en generación de nuevas industrias ni infraestructura y tampoco ahorró para los malos tiempos. La oposición interna ha sido apoyada y estimulada por Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados latinoamericanos que han buscado el término del régimen de Maduro, llegando al absurdo de reconocer a un presidente que no lo es, como Juan Guaidó.

El populismo tiene una larga historia en el mundo, no solo en América Latina, con líderes que se presentaron como alternativas al capitalismo y al socialismo en el siglo pasado. Hoy vemos los ejemplos de lo que fue Trump, en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orbán en Hungría o Rodrigo Duterte en Filipinas, por nombrar algunos. Todos ellos tienen un patrón de conducta similar: estimulan el resentimiento de la gente contra la elite, alimentan el nacionalismo y la xenofobia, son enemigos de la globalización y desacreditan la política.

Nadie puede prever cómo terminará el gobierno de Maduro que se convirtió en una dictadura de hecho, pero lo que se ve claramente es que reconstruir el tejido social de Venezuela llevará muchos años, tal vez décadas. La herencia del comandante Chávez quedará en los libros de historia como un ejemplo más de un líder carismático, convencido que guiaba a su pueblo a una liberación, al desarrollo y al socialismo. Nada de ello ocurrió y hoy solamente subsiste un sistema deslegitimado, con múltiples acusaciones de corrupción, de violación de los derechos humanos, sin capacidad productiva, ni inversiones, con desabastecimiento alimenticio, alta tasa de criminalidad y lo que es más grave, la desilusión y desesperanza de su pueblo.

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