“Venus” de Boticelli, la pintura que cambió el mundo. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

Revolucionaria en su época al mostrar un desnudo sin justificación, la obra del autor italiano se insertó de inmediato en el renacentismo y humanismo, muy lejos de las zonas lúgubres y oscuras de la edad media.

Para nadie es un enigma que hablar de la “Venus” de Boticelli simboliza la belleza, lo sublime del género humano y divino, una expresión reiteradamente utilizada en el cine y la literatura para reflejar lo que está, lo que se ve y también lo que está escondido, la manifestación de inocencia y también de desenfreno, lujuria, subversión. Llamada originalmente “El nacimiento de Venus” (en italiano, La Nascita di Venere) se trata de una obra realizada por el pintor renacentista Sandro Botticelli, exponente florentino y del Quattrocento italiano. El cuadro se conserva en Florencia, en la Galería Uffizi sobre un lienzo y mide 278,5 cm de ancho por 172,5 cm de alto.

Convertida en una obra revolucionaria porque mostraba un desnudo sin justificación alguna, la imagen combina la mitología grecorromana, insertándose plenamente en el renacentismo y humanismo, muy lejos de las zonas lúgubres y oscuras de la edad media. Su interpretación se debe al ímpetu de la Academia Platónica Florentina, un círculo intelectual auspiciado por los Médici. La obra muestra de manera figurada la expresión del amor con Venus convertida en una figura etérea y también en una mujer terrenal. Es el símbolo de lo material y espiritual al mismo tiempo. En palabras más terrenales, este cuadro demuestra el afecto del noble Giuliano de Medici por la bella Simonetta Vespucci, modelo de la obra. Lamentablemente esas son solo especulaciones históricas porque no existen mayores antecedentes que confirmen la relación, ya que incluso solo está registrado que el cuadro vagamente se pintó entre 1485 y 1486.

¿Qué hace que esta pintura sea un objeto excepcional de culto? El solo concepto de la vida, de la belleza en los trazos de Boticelli (1445 – 1510) es lo que logra que “El nacimiento de la Venus” sea un ejemplo a todas luces de un cuadro bien concebido. Los trazos, la vanguardia, la mirada de la diosa desnuda sobre un bivalvo gigante, marca una diferencia, un estilo que divide lo terrenal de lo divino. El agua en la pintura marca el destino y traza los espacios, la venus se manifiesta impertérrita sobre un podio que navega sin esconder nada. Es el espacio intermedio, la referencia. La vida entre los ángeles y lo terrenal. El Cielo es la alternativa y la Tierra también. La imagen de la Venus es ambivalente, se pasea entre fondos celestes, muy cercana a una verde esperanza casi selvática.

La mirada fina y angelical de la Venus no deja de recordarme permanentemente a Miranda (Anne Lambert), la protagonista de “El misterio de las rocas colgantes” (1975), el filme de Peter Weir.  El rostro enigmático, la actitud soñadora y errante la convierten en una figura de culto, la cara más visible de la película y del grupo de niñas de un internado que el día de San Valentín viaja a hacer un picnic a Hanging Rock, una curiosa formación de rocas volcánicas ubicadas en el sur de Australia. Miranda y algunas de sus compañeras suben a la cima, se pierden y no vuelven a ser encontradas. Al inicio de la película, una de las profesoras lee un libro de arte. En él aparece la imagen del cuadro “El nacimiento de Venus”, de Boticelli. Lo observa y de inmediato recuerda a Miranda, la mujer encantada, la adolescente que vive en medio de una transición que ella misma desconoce y que engatusa tanto a hombres como mujeres con sus encantos naturales. Quizás Miranda se haya trasladado a una dimensión digna de Boticelli. Quizás su cuerpo no fue raptado por los extraterrestres como lo señalaron muchas de las interpretaciones cinematográficas que se hicieron en los años 70 y 80. Fue el espíritu del pintor italiano el que la trasladó al cuadro. La protagonista de la película revivió imaginariamente en la imagen de Simonetta Vespucci y se quedó para siempre en la obra. Posiblemente el personaje de Miranda volvió a la pintura desde donde se había salido hace cientos de años.

El nacimiento de Venus”, da para muchas interpretaciones y ensoñaciones, es un manifiesto sobre la belleza exultante, sobre lo poco y nada que somos los humanos frente al resto, el poco dominio que tenemos sobre la sublimación del arte en todas sus expresiones. El cuadro es un llamado de atención al desenfreno masivo que somos capaces de sentir cuando algo nos cautiva, cuando de pronto nos damos cuenta de que caemos rendidos ante una sobrecogedora y vanguardista imagen de tintes renacentistas. 

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