Ya sé. Por Mario Valdivia V

por La Nueva Mirada

Digo “yo sé” y la situación se congela, la conversación se cierra. Tiene algo de máquina de guerra saber. Digo “no sé” y la realidad se tempera, el diálogo y la convivencia agarran vuelo.

Pocas cosas hay en el mundo que se puedan dar por sabidas, a la vez que todas. Cuando Newton vio caer las manzanas del árbol, era muy sabido lo que estaba ocurriendo. Tenían que caer, obviamente, no iban a elevarse por los aires. ¡Todos sabían eso! Desde tiempos inmemoriales se sabía que la fruta se caía de los árboles. Hasta que el inglés dijo “no sé”, y la conversación sobre la caída de los objetos se descongeló. Miren lo que resultó de eso. (Le robé el ejemplo a la creadora polaca de poemas conmovedores, Wyslawa Zymborska, premio nobel de 1989.)

Al dar algo por sabido re – conozco una verdad; me quedo en el pasado. Siento que las   cosas ocurren normalmente. Imagino que es necesario hacerlo a menudo. Al decir “no sé”, en cambio, busco lo nuevo en lo manido, exploro nuevas posibilidades ocultas en lo que considero obvio. Pongo en duda lo que creo saber porque hay algo que no me sale bien como antes. Si el conocimiento avanza en forma continua, lenta y acumulativa, lo que digo no importa mucho. Sin embargo, Newton dio un brinco. Fue una discontinuidad. Hablamos hoy de innovación para sugerir lo mismo: que el conocimiento da saltos inesperados. De un día para otro puedo quedar preso en un pasado irrelevante, si no me cuido.

Imagino que muchas experimentamos diariamente la llegada del futuro como turbulencias, no como el cumplimiento de anuncios o predicciones. La vida se reconfigura a nuestro alrededor, las cosas resuenan con afinamientos nuevos, nos desarticulamos y rearticulamos. Personalmente me pasa a diario. Todo lo sabido parece disolverse en el aire en cuestión de días. Necesito aprender a actuar sin saber cómo hacerlo, so pena de quedarme enredado en el pasado…, un tanto ido.

¿Es posible inventar una política basada en no saber? Más vale. Basarla en el conocimiento, en saberes fijos dados por obvios, la condena con toda probabilidad a la obsolescencia. A perder muy rápidamente sintonía con la historia. En un mundo turbulento, hacerse expectativas de   estabilidad duradera con seguridad producirá frustración y sensación de caos. Y la percepción desesperada de desorden, aquí es donde saber puede ser valioso, tiende a producir nostalgias de garrotes estabilizadores.

¿Cómo hacer una política así? No sé, por supuesto. Imagino que en forma parecida a como estamos aprendiendo a vivir: experimentalmente, en forma exploratoria, tanteando a prueba y error. En consonancia con la finitud de nuestro poder. Navegando con flexibilidad más que procurando estabilizar reglas e instituciones. Se me ocurre que para hacerlo se requiere una muy alta cuota de confianza colectiva y de legitimidad de las prácticas institucionalizadoras. ¿Difícil? Es posible. Pero puede ser imprescindible. Quizá esta alternativa – confianza colectiva y legitimidad a escalas inéditas, o bien autoritarismo – termine por ser una exigencia de los tiempos históricos que corren.

No sé. Pero como dice un proverbio chino, también hay que confiar en la sabiduría de las generaciones venideras.        

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