Decidí escribir un ensayo sobre aquellas cosas que unen o hilvanan los tiempos. Para ello pedí a algunos amigos que escribieran una introducción a este mi ensayo que he escrito.
Un amigo alemán, medio filósofo, me mandó 146 páginas para tal introducción con el título “Breve reflexión sobre las rupturas, distancias y concordancias en el pensamiento actual”.
Otro amigo francés doctorado en Ciencias Políticas, me mandó un comentario introductorio con su título: “Dialéctica de la compleja triple relación entre ruptura, distancia y concordancia.” (91 páginas).
Finalmente, le pedí a un amigo antropólogo de la Universidad de Austin Texas, una introducción a mi ensayo. Me mandó un abstract de página y media.
El texto de mi ensayo va a continuación.
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No se trata armar madejas literarias y desenredarlas, sino simplemente ver como nuestras diferentes generaciones se ubicaban en el interés por las ideas que venían en obras en diferentes formas: ensayos o novelas y músicas.
Cuando transitaba por los jardines del Pedagógico, en los 60 estábamos fascinados por el Cuarteto de Alejandría y discutíamos quién de cada uno de nosotros calzaba con los personajes de tal obra. Era un ejercicio entre detectivesco y sustantivamente vital y emocional. También el ejercicio provocaba tensiones. Como entonces había solo una TV tan precaria (internet no existía) la intensidad de las inquietudes se convertía en lecturas y conversaciones en las que se recomendaban o se criticaban. Se podría decir que había una cierta atmósfera ateniense, cierta inclinación por los asuntos de la cultura.
Las inquietudes intelectuales más densas estaban entre Marcuse, Sartre o Maritain. Y Con Marx dando vueltas. Pero al mismo tiempo el bicho de la política comprometida estaba presente. La revolución cubana, la guerra de Vietnam y las candidaturas de Allende (64 y 70) estaban gravitando. Para nosotros la izquierda de entonces, eran tiempos inevitables y pasionables.
Pero también se producía una moda por los ensayos y en el caso de la época que he citado, se hicieron famosos libros cargados a la ideología: el marxismo y la teología de la liberación producían caudales de títulos. Y lo obvio, enormes discusiones en las izquierdas. Las derechas, por cierto nunca, hasta hoy, han sido productoras de ideas sino sólo creencias y dogmas. (El mercado, la propiedad, la familia). Lo nuestro era una fuerte discusión teórica para interpretar la sociedad y la historia.
Al mismo tiempo nos embarcábamos con entusiasmos musicales de lo más diverso. Bill Halley, The Beattles, y Presley, y para los más románticos Nat King Cole. Todo esto mezclado con jaivas, quilapayunes y los increíbles Parra de la Peña. (Carmen 340).
Y también había otro Parra, mi profesor de Física, sí, Nicanor el poeta inmortal, que subía y bajaba pizarras negras con unas correderas primitivas (no existía el power point) donde anotaba con tiza blanca largas ecuaciones y explicaciones impecables de los fenómenos que nos exponía y que debiéramos entender.
Pasados unos minutos en silencio y con los dos dedos en la mejilla, pensativo, de espaldas a la audiencia viendo lo escrito, borraba con la almohadilla clásica, para decirnos: olvídense de lo anotado, la cosa va por otro lado.
Desde entonces aprendí eso. Las cosas pueden ir por otro lado.
Para terminar este ensayo, algo sobre su título. Las rupturas no se producen por las distancias temporales, pues no se puede romper con aquello que es anterior ya que es parte constituyente de tu ser. Entonces se trata de entender qué es la distancia y sólo por eso se pueden comprender las concordancias.
Dicho eso, ahora comprendo el por qué con mis hijos somos fanáticos de Pink Floyd. Ninguno de ellos había nacido cuando a mí me impactaba su música y su sonido. Como decía mi profesor, es que las cosas van por otro lado.
Fin del ensayo.
Luis de la Rocas.