En esta columna no se pretende ni se trata de tirar piedras, rocas, guijarros, paveés o adoquines, ni tampoco tirar sustancias de Chillán o marshmellows, contra alguien o contra nadie. El autor de esta columna tiene un arsenal de esta diversidad de municiones en su Santa Bárbara.
Hace unos días recibí en mi residencia a un cineasta que me pide ayuda para hacer una semblanza de nuestro Presidente. Me dice que no se trata de una biografía centrada en su bizarra historia política, sino un documental inspirado en sus facetas emocionales. Creo entender que la cosa sería una mezcla entre Fellini y Michael Moore.
Después de pensarlo le propuse el siguiente título para el documental: Piñera entre Cecilias. Y paso a exponer mi idea del guión.
Cecilia es un nombre que persigue e influye el quehacer del personaje. Desde luego su señora esposa que lo contiene, apaña y protege. Basta recordar los episodios de su viaje a Europa como presidente con el papelito y los bolsillos llenos de piedras de la mina San José de donde “rescató” a los 33. Cecilia evitó el bochorno, obligándolo a esconder papelito y piedras. El cineasta, mi amigo, investiga si la Reina Isabel guarda la piedra recibida entre sus valiosas joyas.
Otro episodio ineludible ocurrió cuando Sebastián, en un gesto propio de supuestos amigotes, le dijo a Obama “me voy a sentar en tu escritorio del salón oval”. Entonces le advirtió a Cecilia que no debía intervenir y la dejó lejos de la foto. Fue su desquite por el episodio del papelito.
Como corresponde a un matrimonio bien avenido, la Ceci lo ha acompañado en todos sus viajes, excepto al vergonzante y ridículo bochorno de Cúcuta. En todo caso le pidió que le trajera un kilo de buen café colombiano. Según me cuentan, Sebastián lo olvidó entre tanto despelote en la frontera. La Ceci lo disculpó.
La otra Cecilia que ronda en las esferas de nuestro Presidente es la vocera. Su condición de Pérez, de clase media floridana, le otorga al mandatario, dicen, su pretendido perfil de amplitud social, demostrando una buena convivencia en el gabinete con otros ministros de más alcurnia. Eso demostraría, en el guión del documental, que Piñera es autónomo ante la gran derecha económica y política. Esta Cecilia es una pieza fundamental en la naturaleza social del gobierno.
Su vocería siempre está cargada con una emocionalidad impactante. Cada vez que se refiere a su presidente le tiembla la voz, cierra los párpados y suspira. Lo que se puede constatar es que no se sube a ningún viaje en el avión de la Fach.
A Sebastián, siempre protector de su hermano músico, el Negro, se le ocurrió postularlo al Conservatorio de Santa Cecilia en Roma, una de las escuelas más importantes del mundo de formación musical. Lamentablemente, no aprobó. Allí no funcionan pitutos.
Pero hay una Cecilia a la que no le da pelota: la Bolocco. Eso demuestra su coherencia política, dicen, pues ella era favorita de Pinochet y parte de sus huestes incondicionales.
Pero según hemos averiguado con el cineasta amigo, la más importante de las Cecilias para el Presidente, es la cantante.
Sebastián se pone audífonos y escucha con frecuencia canciones como “Serénate” y “Dilo Calladito”. Una y otra vez rebobina, pero no le resulta. Al contrario, se acelera y vocifera, contra sus adversarios, reales o ficticios.
La otra canción que escucha es aquella que repite “sube, sube, sube la espumita”, pensando en las encuestas.
Luis de las Rocas.