En esta columna no se pretende ni se trata de tirar piedras, rocas, guijarros, paveés o adoquines, ni tampoco tirar sustancias de Chillán o marshmellows, contra alguien o contra nadie. El autor de esta columna tiene un arsenal de esta diversidad de municiones en su Santa Bárbara.
Me resulta imposible no referirme a la reunión del G-7 en Biarritz a la cual nuestro Presidente tuvo la oportunidad de asistir. Su presencia y performance dejaron varias aristas para comentar.
Desde luego codearse con los grandes jefes del universo globalizado obliga a ir bien vestido con traje de mil dólares y con fragancia de U$ 800, el frasquito. Nuestro Sebastián, pese al tan comentado tema de sus mangas, cumple con la exigencia.
Gracias a lo despachado por mis contactos, que conforman una red que se denomina MI tres estrellas (como los vinos de la Viña Santa Rita), puedo contar de algunos episodios dignos de trasmitir a los lectores.
Para empezar, Piñera llegó con regalitos para algunos de los concurrentes. Sólo tendría que encontrar la ocasión propicia para entregarlos.
Como ya sabemos Sebastián es atrevido y presume de hablar los idiomas que dominan en estas reuniones: inglés y francés. Pues bien, se explayó en ambos. Frustrado afán: los traductores no entendieron lo que quiso decir en sus intervenciones. Ergo, mejor hablar en español y que ellos hicieran su pega, por lo demás bien remunerada.
Esa ciudad francesa es muy distinguida y elegante. Tiene los mejores restaurantes de Francia. Por eso Macron la eligió como la sede del G-7 más Piñera.
Esta reunión despertó en nuestro presidente el complejo del guaripola: de los que llevan adelante el progreso de las naciones. Somos, les dijo a los concurrentes, del mismo club. Pero claro, entendió que hay algunas diferencias con USA y China y entonces se quedó callado. “Somos el arroz graneado”. Pensó, pero no lo dijo.
Desde luego nuestro Presidente aprovechó las bilaterales brindando consejos para resolver los intríngules de la política mundial, especialmente la llamada guerra comercial. Me informan que propuso a Trump y a XI una asesoría de los negociadores de nuestra reforma tributaria. Por una parte, Felipe Larraín y de yapa a Lorenzini. Trump quedó de pensarlo. Xi, no dijo nada. Típico de los chinos.
Con respecto al tema del Brexit recomendó andar con cuidado.
En la sesión de clausura, Sebastián fue más que elocuente, asumiendo su rol en el destino de la humanidad. Enfatizó, subiendo la voz que “los jefes de Estado y de Gobierno que nos hemos reunido tenemos un acerbo común. Somos todos autoritarios, perdón – corrigió de inmediato – quise decir autocríticos. (Nota bene: a nuestro mandatario se le suelen trapicar palabras y conceptos, lengua y cerebro)
Como sabemos viajó con Ceci su señora. El presidente llevaba regalitos para algunos contertulios de la G-7. Afortunadamente, como ya ocurrió con el papelito de los 33, la sensata esposa logró evitarlo. Piñera llevaba dos frascos de Gomina Brancato para que Trump y Johnson ordenaran sus rubias chascas. Y también dos de brillantina para que los jefes de estado de pelo negro, Xi, Abe y Macron, se parecieran a Gardel.
Lamentablemente no queda espacio para profundizar en la frustración de Sebastián para lucirse como líder mundial contra el fuego en la Amazonía. El muy bruto de Bolsonaro terminó rayándole la pintura y provocándole nuevos tics.
Atentamente
Luis de las Rocas.